Se diría que hay una única obsesión en Obsesión, la ópera prima del director británico Matthew Parkhill: la originalidad a cualquier precio. La paradoja es que –a pesar de un guión que presume de ingenioso y de unas vueltas de tuerca que marearían a un tornillo– parece difícil encontrar una película más plagada de lugares comunes que este thriller ambientado en Londres y protagonizado por el galán mexicano Gael García Bernal (haciendo de brasileño) y la actriz argentina Natalia Verbeke (haciendo de madrileña).
Como buena española, ella es temperamental, fogosa, baila flamenco sobre un tablado y se llama Carmen. Como buen brasileño, él es seductor, haragán y, a falta de una playa cerca, se dedica a dejarse caer por los bares de la ciudad, donde la conoce a ella en el mismo momento en que, con unas amigas, está celebrando su última noche de soltera. Flechazo, coup de foudre, beso ardiente, carrera bajo la lluvia, turbación de la muchacha, que de pronto ve cómo su inminente, próspero matrimonio con un acaudalado joven británico está a punto de colapsar, a causa de esta pasión tan encendida como repentina.
Pero sucede que en Obsesión nada es lo que parece. Apropiándose impune y torpemente de ideas ya trajinadas por todo el catálogo Brian De Palma, el debutante Parkhill se dedica a sumar voyeurismo, cine dentro del cine, psicopatías varias y personajes que no son necesariamente aquellos que dicen ser. Las apariencias engañan, dice el director, pero aquí no hay engaño posible: Obsesión tiene toda la apariencia de una mala película, y también lo es.