Vie 14.05.2004

ESPECTáCULOS  › “BAJO EL SOL DE TOSCANA”, DE AUDREY WELLS

No todo va mejor en tierra italiana

› Por Martín Pérez

Como Sex in the City, pero sin demasiado sexo y tampoco ciudad. Así es Bajo el sol de Toscana, una película dedicada al público femenino que es la adaptación de una novela que supo ser best seller más de un lustro atrás y que sugiere que todo va mejor en Italia. En Toscana, más precisamente. Al menos eso es lo que opinan las amigas de la protagonista, una hermosa escritora, docente y crítica literaria, atrapada en un bloqueo creativo y, lo que es aún peor, en un súbito drama matrimonial que desemboca en inesperado divorcio. Cuando sus mejores amigas gay le regalan un viaje a Italia que han decidido no usar y Frances inicialmente declina su oferta, ellas no hacen más que gritar: “Es Italia, Frances... ¡Italia!”.
Paisajes de ensueño, manjares de todo tipo y hombres seductores. En eso se resume la Italia a la que se entrega Frances, que llega como parte del tour gay que contrataron sus amigas, pero pronto se bajará del micro para asentarse en tierra toscana. Con disfrutables ramalazos de feroz autoconciencia ante cada arrebato entre kitsch y cursi de su propio manual de autoayuda de la mujer solitaria y madura, eso no significa que Bajo el sol... no se permita todos y cada uno de esos arrebatos. Tan previsible es su derrotero de pequeños triunfos y fracasos hasta la epifanía final que sólo el protagónico de la hermosa y plena Diane Lane puede justificar que un personaje tan poco interesante como el de la llorosa Frances ocupe la pantalla durante sus casi dos horas de duración.
Allá lejos y hace tiempo musa de Coppola en Rumble Fish y de Walter Hill en Calles de fuego, Lane volvió a las retinas de todos los espectadores actuales con su papel en Infidelidad, y aquí se las ingenia para darle sustancia a la nada. Porque su Frances de Bajo el sol de Toscana siempre aparece menos interesante que cualquier personaje o situación que se cruce en su camino, antes o después de su destino itálico. Como ese patético hotel de corazones divorciados en el que se hospeda antes de emprender su viaje. O esa extraña rubia que conoce todos los secretos de Toscana y es feliz recordando a Fellini, luciendo sombreros extravagantes y comiendo helado. Al contrario de ella, Frances quiere crecer, pero lo hace pensando en casamiento y familia antes que en romances. Lo dicho, como Sex and the City pero sin sexo y sin ciudad. Así es Bajo el sol de Toscana, todo un desperdicio.

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