ESPECTáCULOS
› COMENZO EL FESTIVAL BUENOS AIRES JAZZ Y OTRAS MUSICAS
Los sonidos de una ciudad
Con una actuación que disfrutaron más de 800 personas, Dino Saluzzi y su grupo abrieron el ciclo auspiciado por Página/12. El folklore, el tango y la improvisación confluyen en un estilo personal e inimitable.
› Por Diego Fischerman
Coltrane en pantalla gigante. El contrabajo de Jimmy Garrison sonando en una calle de barrio. Un galpón devenido centro cultural, ochocientas personas reunidas para escuchar jazz y, dos horas después una chacarera rubricando la fiesta. En esa polifonía, tan parecida a la propia Buenos Aires, es donde puede leerse uno de los grandes aciertos del festival Jazz y otras músicas, que empezó el jueves y que seguirá hasta el próximo 23, convirtiendo en banda de sonido porteña las herencias de esa vieja música de marchas y burdeles del sur norteamericano (y sus muy diversas tangentes).
El video, de uno de los cuartetos más famosos y trascendentes de la historia del jazz (Coltrane, McCoy Tyner, Garrison y Elvin Jones), con sonido y definición de imagen óptimos, abría la fiesta, como lo hará todos los días de semana el ciclo organizado por el programa televisivo Tribulaciones. La chacarera del final estaba en manos de un bandoneonista salteño y su grupo. Dino Saluzzi había pasado por temas de tango (Soledad, Loca bohemia) y temas de jazz (la bellísima My One and Only Love), además de varios propios. Pero siempre, una y otra vez, lo que había sonado era una de las voces más personales de la música actual. Una voz, en todo caso, donde los estilos –o más bien las diversas fuentes– convergen en un acento único, en un fraseo inconfundible y en una música que es un poco todas las músicas (tango, jazz, folklore) o, tal vez, ninguna de ellas.
Con su hermano Félix “Cuchara” Saluzzi en el saxo, su sobrino Matías en bajo eléctrico y Jorge Savelón en batería, el bandoneonista logró un sonido a la vez contundente y lleno de aire. La elección de trabajar sin piano ni guitarra –es decir, sin ningún instrumento que defina la armonía de manera inequívoca–, a la manera de los cuartetos sin piano de Gerry Mulligan y Chet Baker o los de Ornette Coleman, le permite a Saluzzi ahondar en algunas de las características de su estilo: la flexibilidad rítmica (su manera de desplazar el ritmo entre la melodía y el acompañamiento es magistral) y, sobre todo, la utilización de acordes más por su color, por un valor casi percusivo, que por la funcionalidad tradicional. La música de Saluzzi, en ese sentido, nunca es totalmente tonal en tanto los acordes, aunque estén, no lo hacen para cumplir una función desde el punto de vista tonal sino, más bien, como objetos en sí mismos.
Dino Saluzzi, ya desde hace años, es una de las estrellas del jazz internacional. Más allá de la cuestión de cuánto se corresponde –o no– su música con ese género, no hay festival de importancia que no busque tenerlo en su programación. Sus grabaciones con el Rosamunde Quartet y sus tríos con su hijo José Luis en guitarra y con contrabajistas como Marc Johnson (en Cité de la musique) o, en el último álbum, Palle Daniellson, están entre lo mejor registrado últimamente. Pero, más allá de los grupos con los que graba sus discos y los encuentros con músicos de la talla de Charlie Haden, David Friedman, Anthony Cox, Tomasz Stanko, Enrico Rava o Palle Mikkelborg, Saluzzi opta por trabajar, cada vez que puede, con su grupo familiar. El gran ausente, esta vez, fue su hermano Celso, fallecido el año pasado, a quien dedicó uno de los temas. La familia, los afectos más directos, la patria chica son, por otra parte, preocupaciones de Saluzzi que aparecen con naturalidad en su obra y en títulos como La pequeña historia –el tema que abrió el concierto–, Y amó a su hermano hasta el fin o Milongata. Una versión magnífica de Soledad, la mezcla entre las zambas La pobrecita y Viene clareando y los dos solos de bandoneón con que preparó la despedida (Loca bohemia y My One and Only Love) estuvieron entre lo mejor de una noche con clima de encuentro y festejo.
Subnotas