ESPECTáCULOS
La Francia ocupada, bajo el ojo del mal de Chabrol
Catorce años después de su realización, llega por fin a la cartelera de Buenos Aires el que parecía el eslabón perdido en la obra conjunta de Isabelle Huppert con su Pigmalión, el director Claude Chabrol, un film paradigmático del dúo maligno del cine francés.
› Por Horacio Bernades
“Trabajo, Familia, Patria”, dictamina el credo oficial en la Francia de la ocupación, y las labores diarias de Marie Latour, abortista improvisada pero certera, no parecen honrar esos valores. No importa que los soldados alemanes violen y abusen de las mujeres francesas, que el grueso de la población pase hambre o que delatar al prójimo sea una profesión redituable: para el gobierno colaboracionista, impedir el nacimiento de un niño no deseado es un pecado mayor que cualquiera de los nombrados. A su turno, Marie pagará por ello y, tal vez, por su propia ambición material.
Basada en la novelización de un caso real ocurrido en Francia en 1943, Un asunto de mujeres permite una nueva reunión de la fecunda dupla integrada por Isabelle Huppert y su pigmalión Claude Chabrol. Reunión no tan nueva, en honor a la verdad, ya que el film que hoy se estrena en Buenos Aires es de 1988. Anterior a La ceremonia, Madame Bovary, No va más y Gracias por el chocolate, Un asunto de mujeres representa la segunda colaboración entre actriz y cineasta, diez años después de Niña de día, mujer de noche. Hay, en verdad, mucho en común entre estas dos películas, en las que Huppert –premiada en el festival de Venecia por este papel– da vida a mujeres que, en momentos oscuros de la historia, parecerían convertirse en una versión condensada de todos los males de su tiempo.
En Niña de día, mujer de noche, allá por comienzos de los años 30 Violette Nozière se prostituía primero y envenenaba más tarde a sus padres, abrumada por el clima opresivo que se respiraba en el hogar y en el país. En Un asunto de mujeres, Huppert es Marie Latour, a quien la convocatoria del marido (François Cluzet) al frente de combate deja a cargo de dos hijos, frente a las privaciones y la falta de trabajo. “Vivimos como ratas”, se queja Marie en algún momento. Como una comunidad de roedores parecería desenvolverse, en verdad, la población entera de Francia, en medio del encierro, la sospecha y la ruindad de la vida cotidiana. Mientras afuera llueve casi permanentemente, los interiores son tan estrechos y asfixiantes como placares.
Cuando, echando mano de su pragmatismo, Marie practica un aborto a una vecina, asoma para ella un respiro, económico al menos. De allí en más, esposas que no pudieron esperar que sus maridos vuelvan del frente o que ya van por el séptimo embarazo, así como mujeres que tuvieron algún percance con cualquier soldado alemán, requerirán los servicios de Marie. Más temprano que tarde, Marie estará en condiciones de comprar cigarrillos en el mercado negro, mudarse a una casa más luminosa o estrenar un vestido floreado. Como la nueva casa es grande, podrá también alquilar la habitación del fondo para que Lucie, una prostituta de la que se hace amiga, la use por horas. La empresa de Marie florece, como florece todo negocio clandestino bajo cualquier régimen represivo.
Coescrito por Chabrol junto con Colo O’Hagan (esposa de Bertrand Tavernier), el guión de Un asunto de mujeres detalla, con la quirúrgica precisión característica en el autor de El carnicero, el menú de opciones para sobrevivir en ese contexto. Se puede prosperar siendo informante, como el galán al que Marie toma como amante (Nils Tavernier, hijo deBertrand) o prostituta, como Lucie (Marie Trintignant, hija de Jean Louis). O abortista, como Marie. Como de costumbre en Chabrol, el asesino es producto de su medio y de su tiempo. Con lo cual la (anti)heroína no queda exactamente disculpada (no hay inocentes para este misántropo), pero sí explicada. Atenuada, tal vez, frente a los crímenes que se cometen a su alrededor: no es lo mismo interrumpir un embarazo que mandar a alguien a la cámara de gas.
Menos claras son las motivaciones que llevan a Marie a despreciar a Paul, su esposo herido en el frente. O a su hijo varón, a quien claramente segrega y que años más tarde podría perfectamente convertirse en asesino chabroliano. Es Lucie la que da una posible razón para esos rechazos, cuando dice: “Los hombres nos usan como si fuéramos caballos”. Cuando llegue la hora de la venganza, Paul se mostrará aún más monstruoso que Marie. Allí queda claro que, aún cuando la ideología de estado fomente lo contrario, es mayor pecado la delación que el aborto.