ESPECTáCULOS
Stanley Kubrick, o los laberintos mentales de un obsesivo del cine
La señal de cable Cinemax inicia hoy un ciclo con ocho de los films más famosos del director de “2001: Odisea del espacio”. Además se verá un documental con materiales inéditos sobre su obra.
› Por Luciano Monteagudo
En su polémico libro de memorias Aquí Kubrick (Ed. Mondadori), el guionista Frederic Raphael, que trabajó en el libreto de la última película del director, Ojos bien cerrados, apuntaba que “la vigilancia conformaba el mundo de Stanley: leía los contratos y medía los anuncios en los diarios con la misma meticulosidad con que volvía a filmar o a reeditar una escena. Era un cazador que observaba, esperaba, pero no sabía exactamente qué. Nunca conocí a nadie del ambiente del cine menos angustiado porque el proceso se alargara demasiado. Podía estar enterado de lo que estaban haciendo otros directores, y de lo prolíficos que eran, pero no manifestaba ni envidia ni intenciones de igualarlos. Jugaba al ajedrez sin reloj”.
Esta sintética descripción de Raphael explica muy bien el porqué a lo largo de poco más de cuatro décadas, Stanley Kubrick (1928-1999) supo construir una obra escasa –apenas trece largometrajes– pero siempre controvertida, oscilante entre el perfeccionismo formal y la grandilocuencia temática, entre el esplendor visual y la ampulosidad conceptual. El estreno de cada uno de sus films, cada vez más espaciados en el tiempo, siempre se convirtió en un acontecimiento y –en una escala más modesta, la que impone el cuadrado mezquino del televisor– a su manera lo es también el ciclo que a partir de hoy y durante todos los sábados de abril y mayo le dedica la señal Cinemax *, con ocho de sus films más famosos. A ellos, hay que sumarle un exhaustivo documental sobre Kubrick y su obra, con imágenes y testimonios inéditos, que fue presentado el año pasado en el Festival de Berlín, en ocasión del reestreno de 2001: Odisea del espacio.
El joven Kubrick ya había dirigido cinco films –entre ellos Casta de malditos, La patrulla infernal y el conflictivo Espartaco, que lo decidió a radicarse definitivamente en Londres, lejos de Hollywood– cuando en 1962 estrenó Lolita, la película que esta noche abre el ciclo. No está mal que así sea, porque no son pocos los críticos que, a pesar de las evidentes limitaciones de esta versión de la famosa novela de Vladimir Nabokov, consideran que es recién aquí que comienza a verse claramente la marca indeleble del cineasta. Es verdad que la naturaleza misma del texto de Nabokov, que asume las obsesivas fantasías sexuales de un cuarentón por una nínfula adolescente, parecen absolutamente refractarias a una adaptación cinematográfica. La censura de la época y las presiones de las distintas Legiones Católicas de Decencia también contribuyeron a alterar aquello que Kubrick y el propio Nabokov (que figura como adaptador de su propia obra) imaginaron que podría ser la película, protagonizada por James Mason y Sue Lyon, una chica que da mucha más edad que la que pedía la novela. Pero aún así, en el estilo clínico, desapasionado de Lolita, en su profundo desprecio por todos sus personajes ya se hace evidente la profunda misantropía, el desprecio por todo lo humano que caracterizaría de allí en más al cine de Kubrick.
Por el contrario, Doctor Insólito o cómo aprendí a amar la bomba (1964), que Cinemax exhibe el sábado próximo, respetando un estricto orden cronológico, es quizás el film más accesible de Kubrick, aquel en el cual el humor sardónico y la genial multiplicación de Peter Sellers –que compone a tres personajes simultáneamente– permiten un acercamiento menos cerebral a su cine. Vista hoy, Doctor Insólito es también una película de una triste actualidad, en la medida en que el estilo “cowboy” con que Kubrick pintaba por entonces al alto mando del ejército estadounidense es el que hoy sigue imperando, más que nunca, en la política militar norteamericana.
Como ya lo señalaba Gilles Deleuze respecto del centro de comando estratégico de Doctor Insólito, la célebre computadora HAL de 2001: Odisea del espacio (1968) parece mimetizarse con insondables laberintos mentales, como si todo lo que se ve ocurriera sólo en la cabeza de un demiurgo, que no es otro, claro, que el mismísimo Kubrick. Esto volvería a suceder luego con los infinitos pasillos de El resplandor (1980) y con las ensoñaciones eróticas de Ojos bien cerrados (1999), pero 2001 es el film paradigmático del director, la película-Kubrick por excelencia, un viaje hacia el interior más recóndito de la mente. “El concepto de Dios está en el corazón de la película”, intentó explicar Kubrick. “Lo que tratamos aquí, de hecho, es una definición científica de Dios.”
Primero Nabokov, luego en 2001 Arthur C. Clarke. Y en Naranja mecánica (1971), Anthony Burgess. Nombres célebres nunca faltaron en los cimientos de los films de Kubrick, pero siempre adaptados a su propia personalidad, nunca como sumisas ilustraciones de un texto ajeno. En el caso de la novela de Burgess, A Clockwork Orange se convierte para el director en una suerte de epifanía negativa, en la que el hombre y la sociedad (el delincuente juvenil y el poder político que lo utiliza) se definen a partir de sus vicios congénitos. No parece casual que, aun pasando de esta fábula futurista a la meticulosa reconstrucción histórica de Barry Lyndon (1975), Kubrick siguiera insistiendo en el mismo tema, que reaparecería también en Nacido para matar (1987) y en Ojos bien cerrados: el hombre como eterno, cíclico enemigo de sí mismo; como un sueño dentro de otro sueño, del que nunca le es posible despertar del todo.
* Hoy Lolita; sábado 13, Doctor Insólito; sábado 20, 2001: Odisea del espacio; sábado 27, Naranja mecánica. El domingo 28, el lunes 29 y el martes 30, en distintos horarios, se exhibirá el documental Stanley Kubrick: A Life In Pictures, presentado por Tom Cruise y con testimonios de Woody Allen, Arthur C. Clarke, Nicole Kidman, Jack Nicholson, Martin Scorsese y Steven Spielberg, entre otros. El ciclo continúa todos los sábados de mayo con Barry Lyndon, El resplandor, Nacido para matar y Ojos bien cerrados.