Mié 16.06.2004

ESPECTáCULOS  › “30 SEGUNDOS” PARA EL NUEVO SUPERHEROE URBANO

Es hora de apagar incendios

En la línea transitada por Policía bonaerense y E24, el flamante ciclo de Telefé dignifica otra institución al servicio de la comunidad.

› Por Julián Gorodischer

Si el Gran Hermano hundió a los seres comunes hasta denigrarlos como vagos tirados en un living, derrochones de energía, fumones y, a lo sumo, mimosos, el nuevo reality consagra instituciones gracias al lavado de imagen más profundo que se recuerde. Ha nacido un género: el heroísmo suburbano que hace foco en el policía o el bombero (en el estreno del flamante 30 segundos, los lunes a las 23.30 por Telefé) para habilitar al nuevo Superman. “Esto eso como jugar al superhéroe”, dirá Paula, una bombero que comparte con los otros el estatuto: bonachones, jugando al ping pong, condimentando la ensalada en el cuartel de La Matanza o San Miguel pero listos para salir al rescate. Si el viejo reality demostraba que no hay nada bueno para rescatar del individuo (conspirador y llorón, ambicioso o stripper), el que llega confirma que ¡hay salida!: policías, bomberos, camilleros y ya vendrán los movileros de un nuevo proyecto de Canal 13 –sobre usos y costumbres de cronistas– fomentan donaciones para la cuenta que figura en pantalla y expanden una lección que reditúa para todos (rating y credibilidad): la manzana podrida no califica al cajón.
El reality heroico es una reacción a las claves del género en sus inicios: aquí se desmienten cada uno de los postulados de la vagancia. Si la saga Gran Hermano y sus congéneres inauguraron el tiempo muerto televisivo, 30 segundos es puro vértigo, planos editados del camión corriendo por el conurbano, reloj en pantalla para acelerar el trabajo del bombero. No paran: del cuartel a la fábrica, y de allí a la casa de computación en un ritmo de locos que liga al héroe a una hiperquinesis sin descanso en los antípodas del “tirado”. Allí donde el viejo reality sólo los escuchaba hablar mal del compañero (los monólogos de Expedición Robinson, los complots, etc.), 30 segundos recoge apenas palabras dulces del bombero: “Aprendés mucho; tenés una familia muy grande”, dice Angel sobre el resto. Se los ve jugar al ping pong con la misma pasión con la que salvan vidas, armoniosos en el momento difícil, sin fisuras, como un bonachón o una abnegada que nunca pero nunca se pliegan al show. Allí donde el reality de casas e islas los acusaba de “actuar” para ganarse al público, el bombero es la pura naturalidad. ¿Cámaras, qué cámaras?, entregado a la misión sólo para ejercer un didactismo.
El nuevo héroe es un apasionado de la técnica y su divulgación: llega al incendio en la fábrica y tiene tiempo para desplegar una pedagogía del “apagado”: de cómo se rompe el portón, se regula el agua para que no falte y se controla el desborde de la gente común, que merodea gritando “putos”. El bombero deberá enfrentarlos con esa sobrehumanidad que se le dotó: moderados para apaciguar el descontrol, duros para impartir disciplina, rapidísimos para terminar antes de que el cronómetro llegue a las tres cifras. El héroe suburbano es un poco rechoncho, carnívoro y hasta pollerudo (¡lo maneja la jermu!, dicen de uno), pero a cambio concentra altísimas dosis de humanidad. “Vamos Winnie Pooh”, alienta el bombero tierno al nenito atrapado en alcantarilla, uno entre tantos géneros que incluye la labor. La tragedia siempre será honda y con ribetes alegóricos: la fábrica quemada representa “el sacrificio”. “Y ni siquiera teníamos seguro”, dice la viejita llorando.
El bombero da la palmada, el abrazo y el sermón: “Se puede volver a empezar”, mezcla de confidente y acompañante terapéutico. “Arriesga su vida, tiene hijos, no recibe remuneración...”, añade el videograph. La tele encontró el último bastión de un “ser ejemplar”, ya denigrados el político y el famoso, extinguido el sueño del fan y la persona común. Ahora el oficio redime y dignifica: aumenta la concurrencia al Hospital Fernández (post E24), lava a la maldita policía como si ejerciera limpiamente en Las calles de San Francisco (en Policía bonaerense, de Endemol) y alienta una mística de la vuelta de la esquina. Este es el minuto en el que el burócrata se recicla para retomar los pilares de la Nación: salud, asistencia pública y seguridad eficaces y garantizadas. El reality lava culpas y se aleja del rango de telebasura ahora que ya no se muestra el sexo en vivo sino las formas más evolucionadas del civismo.

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