Jue 17.06.2004

ESPECTáCULOS

Ahora el desnudo las salva a ellas

La película Chicas de calendario, de Nigel Cole, apunta a repetir el éxito de The Full Monty, pero esta vez en clave femenina.

› Por Horacio Bernades

Que al final de Chicas de calendario un cartel informe que la historia está basada en un caso real, no cambia demasiado el hecho de que todo apunta aquí a repetir el exitazo de The Full Monty, una de las grandes “pegadas” del cine inglés en años recientes. Evidente paráfrasis de aquélla en clave femenina, basta cambiar obreros metalúrgicos sin empleo por amas de casa con ganas de sacudirse un poco la modorra pueblerina para obtener Chicas de calendario. Hasta la zona en que transcurre es la misma: el norte de Gran Bretaña. Con la diferencia de que aquí el paisaje no es posindustrial, sino el de las típicas planicies y colinas verdes y brumosas, donde pastan las ovejas y se apilan las piedras célticas.
Igual que aquellos rudos operarios y formales capataces, estas señoronas terminarán desnudándose para hacer un dinero. Lo cual es siempre una causa simpática y no tan escandalosa como para espantar a las señoras y señores del público. Que de eso se trata: de sacarse el corpiño sin ofender a la audiencia. La lamparita se le enciende a Chris, la integrante más desprejuiciada del muy conservador Instituto de Mujeres de Knapely (la siempre notable Helen Mirren), a la hora de editar el calendario anual de la entidad. Harta de las mermeladas de ciruela, bizcochuelos caseros y clases prácticas sobre el broccoli que se dictan en el Instituto –siempre bajo los compases de Jerusalem, el más tradicional himno religioso inglés–, Chris se pregunta qué pasaría si en lugar de frentes de iglesias, este año fotografiaran frentes de señoras. Sus compañeras, las dirigentes de la asociación y los maridos, hijos y vecinos piensan que es una locura. Pero una causa de caridad la justifica.
Causa o golpe bajo: posar desnudas garantiza recaudar el dinero necesario para recordar al marido de una de las integrantes del grupo... que acaba de morir de cáncer. Filmada de este lado del Atlántico, Chicas de calendario hubiera dejado la fórmula tan a la vista como la piel de sus señoras. Lo que la salva es justamente aquello que la película tiene para venderle a Hollywood: el hecho de ser tan inglesa como la competencia de puddings que en algún momento celebra la gente del pueblo. En lugar de disfrazados de gente del montón, los actores –magníficos todos, empezando por una Mirren infrecuentemente desfachatada, y siguiendo por los ojitos pícaros de Julie Walters– parecen gente del montón. El humor, idiosincráticamente ácido y a veces decididamente negro, surge de modo natural, tanto como los certeros epigramas cómicos en boca de cualquiera de los actores.
Las risas bien ganadas permiten hacer la vista gorda ante el evidente cálculo de marketing y los golpecitos bajos que animan la propuesta. Esto, hasta el momento en que la película se va al cuerno. O a Hollywood, que viene a ser lo mismo. Allá por la mitad del metraje, los guionistas de esta película (distribuida por Disney) se ponen autorreferentes y hacen que a las chicas les llueva un contrato de Hollywood, una triunfal gira a esa tierra de promisión llamada América (del norte, obvio) y un giro final al melodrama, la toma de conciencia y la moraleja. Todo lo cual congela las risas y le da un broche no precisamente de oro a una película que, a fuerza de simpática, sencilla y entradora, había logrado ponerle el pecho a las fórmulas.

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