Tito Capobianco es régisseur. Y en la ceremonia en la que asumió como director general y artístico del Teatro Colón lo hizo notar. Su puesta en funciones tuvo el marco de una puesta teatral impecable, con los invitados situados en el escenario esperando su entrada por el centro de la sala, junto al jefe de Gobierno de la Ciudad, Aníbal Ibarra, y el secretario de Cultura, Gustavo López, con todas las luces prendidas y, como rúbrica, con un gesto al que sólo puede calificarse de operístico, en el mejor sentido. Como en esas escenas en las que aparece, a último momento, una carta reveladora, Capobianco reservó para el final la lectura de los compromisos rubricados junto al gobierno en su contrato. “Voy a pedirle al secretario de Cultura que sea quien lo lea”, dijo.
Ante una concurrencia que mostró a las claras el apoyo del ambiente operístico y, sobre todo, de lo que podría considerarse la aristocracia de los maestros internos y los trabajadores del Colón, encabezada por el gran compositor Antonio Tauriello y por próceres del teatro como Guidi Drei, Capobianco habló de “disciplina” y “excelencia” y citó a uno de los grandes músicos del siglo XX, el director Carlos Kleiber (hijo argentino del también director Erich Kleiber): “El me enseñó que el arte tiene dos enemigos, la rutina y la improvisación; desde ese momento trabajo de acuerdo con esa enseñanza”. Luego de una breve presentación en la que López habló de “el inicio de otra etapa”, el nuevo director, emocionado, agradeció a los presentes su concurrencia, dijo que uno de sus objetivos principales sería llegar a la juventud y, como para poner en escena (literalmente) que no ignora la historia reciente del teatro, las anteriores desavenencias entre autoridades y los desmanejos administrativos que llegaron a poner en peligro producciones enteras, hizo que fuera el propio López el que leyera un texto en el que se habla de “libertad creativa” y de que el director del Colón “dispondrá de los medios legales, administrativos y económicos necesarios y de los ingresos adicionales que puedan generarse para solventar la actividad del teatro”.
La presencia en la primera fila de invitados de Ariel Ramírez, el presidente de Sadaic –la institución a la que el Colón había dejado de pagar los derechos de autor, como singular medida de ahorro– y, junto a él, de Leopoldo Federico, presidente de AADI (la asociación de intérpretes), fue uno de los mensajes de la ceremonia. Tanto, por lo menos, como los repetidos aplausos de los concurrentes a Capobianco, cada vez que su nombre era pronunciado por Ibarra o López. China Zorrilla, Mauricio Wainrot (director del ballet del San Martín), los músicos Gerardo Gandini, Mario Perusso, Reinaldo Censabella (que según trascendió sería el nuevo director de estudios, uno de los puestos clave para la organización del teatro), la recientemente designada directora ejecutiva del Fondo Nacional de las Artes, Nacha Guevara, fueron algunos de los que presenciaron el acto. El texto del contrato, que Capobianco hizo público, concluye poniendo por escrito que “el Gobierno de la Ciudad reconoce y reafirma que el Teatro Colón es el alto depositario de la extraordinaria calidad y tradición del arte lírico, la danza y la música en el país”. Una frase que completa de manera contundente a la inicial: “El director general y artístico es el único responsable de todas las decisiones artísticas, técnicas y administrativas del Teatro Colón”. Quien dirigió durante quince años la Opera de Pittsburgh, felicitado a través de los parlantes por su colega de la Opera de Chicago y por el ex director del Colón, Sergio Renán, dio señales claras, en todo caso, de que no se muestra dispuesto a sucumbir a la misma clase de problemas que sus antecesores inmediatos.