Sáb 19.06.2004

ESPECTáCULOS

Se inaugura un club para compactar a Shakespeare

La directora Lía Jelín explica el sentido de Shakespeare comprimido, una obra que compacta y le quita solemnidad a las creaciones del dramaturgo. “Queremos que sea una puerta de entrada a su obra”, dice.

› Por Hilda Cabrera

“Tres sátrapas que tratan de ganarse la vida actuando textos de William Shakespeare, a quien critican de forma estimulante y divertida, un poco a la manera del teatro callejero y el café concert.” Así define la bailarina, actriz y directora Lía Jelín a la obra que estrena hoy inaugurando el Club del Maipo, en el segundo piso del teatro de Esmeralda 443, donde se presentará de miércoles a domingo a las 21. Se trata de Shakespeare comprimido, un maratón de los actores Alejo García Pinto, Mike Amigorena, Hernán Romero y Hernán Muñoa, este último en calidad de “alternante”: realiza una función por semana sustituyendo a cualquiera de los tres personajes a los que la directora denomina “sátrapas”, no por despóticos sino por astutos. Esa alternancia es habitual en la escena mexicana, donde también se estrenó este Shakespeare..., con un elenco local. Puesta que Jelín no pudo ver en uno de sus viajes al Distrito Federal, porque –según cuenta en la entrevista con Página/12– quedó atrapada en un embrollo de tránsito durante tres horas y media. El formato del montaje en el Maipo proviene de una compañía independiente de actores, la Reduced Shakespeare Company, que ha editado el texto e incluso justificado por escrito este “comprimido”. La RSC fue creada en 1981. “En sus orígenes, el grupo hacía funciones a la gorra sobre textos de Hamlet, empleando sólo veinte minutos, en ferias de San Francisco y Los Angeles”, apunta Jelín. Los actores Daniel Singer, Adam Long y Jess Borgeson (dos de ellos coautores de la obra, junto a Jess Winfield y Reed Martin) son fundadores de la compañía.
–¿Qué características reúnen los actores elegidos?
–Ante todo deben poseer una comicidad innata, cierta desfachatez que les permita saltar de una situación “seria” a otra jocosa sin hacer del espectáculo una sátira. Aquí no nos reímos de Shakespeare como creador. Al contrario: la idea es que durante una hora y media el público quede atrapado por Shakespeare. Este comprimido pretende ser una puerta de entrada a sus obras, evitando los lugares comunes, la soberbia del que se burla de los que son realmente “grandes” y el exceso de respeto que, a veces, conduce a la solemnidad. Cuidamos mucho el texto que tradujeron y adaptaron Federico González del Pino y Fernando Masllorens. La producción es de Lino Patalano y Bruno Pedemonti con participación de Elio Marchi.
–¿Cómo se “reduce” a Shakespeare?
–Los autores, que son profesores de lengua inglesa, no sabían qué hacer para que los jóvenes se interesaran por Shakespeare. Tomaron entonces sus 154 sonetos y sus 37 obras, pero no redujeron todo. Algunos de estos poemas y obras sólo son nombrados. Comprimieron dieciséis comedias en una, transformándola en un relato. Escribieron también una pieza sobre la Biblia. En la puesta que hacemos es muy importante la colaboración de Nené Murúa, quien se ocupa del vestuario; Ricardo Zabala (luces); Guillermo Cardozo Ocampo (música); Patricio Sarmiento (escenografía) y Mara Bestelli, mi asistente en la dirección.
–¿Qué experiencia extrae de sus puestas en el extranjero?
–Cuando me llaman voy, pero en general por poco tiempo. Hice montajes en Chile, México y Madrid con elencos de cada país. Me convocaron para Confesiones de mujeres de 30, Kvetch, Nosotras que nos queremos tanto, Monólogos de la vagina y Todos tenemos problemas sexuales. Soy bastante inútil para gestionar viajes o contratos y me resulta muy duro permanecer durante dos meses fuera de mi casa, lejos de mi familia.
–¿Cómo fue ese salto de la danza a la dirección?
–Empecé estudiando danza en Israel, en la Escuela Martha Graham. Vivía allí, en un kibutz. Por lo visto, la utopía de la perfección kibutziana no estaba demasiado arraigada en mí y me dediqué al arte. Tuve profesores maravillosos. Allí fui discípula del compositor Josef Tal. Cuando regresé a la Argentina también fue extraordinario: logré ser solista en el grupo de Dore Hoyer, en el que estaban, entre otros, Oscar Aráiz, Iris Scaccheri y Susana Ibáñez. Cuando pienso en mi dirección de Paradero desconocido (obra basada en las cartas de un personaje judío y otro alemán durante la época nazi) la veo como consecuencia directa del contacto que tuve en aquellos años con Hoyer. Entonces supe qué era el expresionismo alemán. Estudié con grandes artistas, bailé en el Teatro Argentino de La Plata, en el San Martín y el Colón. Entendí que la “modernidad” en la danza hay que buscarla en nuestro país en los años 30, en las enseñanzas de Hoyer, por su conocimiento del espacio, la forma y el contenido. Aprendí cómo debían interactuar bailarines y actores.
–¿Ese conocimiento influyó en Viet Rock?
–Absolutamente. Esa obra la estrenamos en 1968, en el Teatro Payró. Me ocupé de la dirección junto a Jaime Kogan. Recuerdo que yo iba viajando en colectivo llevando el libro de esta obra de Megan Terry. Cuando empecé a leerlo, me dije que sabía cómo resolver la dirección. Algo parecido me sucedió con Paradero desconocido, aunque ahí se trataba de literatura. Quise convertirla en musical e incorporé a Roberto Catarineu, que puede pasar de un texto dramático a una situación insólita, como la de subirse a un escritorio y ponerse a cantar ópera. En Shakespeare comprimido los actores son más jóvenes, pero saben manejar el humor y el desconcierto.
–¿En qué quedó el proyecto “La casa de Jorge y Lía”?
–Después de la breve experiencia que tuvimos con Jorge Schussheim el verano pasado, lo vamos a retomar en noviembre, con invitaciones a artistas y varios trabajos nuevos. El espacio es nuestra propia casa, en Palermo Viejo, y no será totalmente abierto, no por elitismo sino por seguridad. Los que deseen compartir una velada artística tendrán que contactarse por mail (lacasade [email protected]) o por teléfono. Los espectáculos se presentarán en el jardín y ofreceremos una copa, incluyéndola en el precio de la entrada, que será de veinte pesos. Esto no es un negocio sino la copia de un modelo de reuniones que se hacían en Buenos Aires a fines de los ’60 y comienzos de los ’70.
–¿Programa otros montajes?
–Me convocaron para dirigir cuatro monólogos en el Teatro del Pueblo. Los autores son Marta Degracia, Carlos Pais, Roberto Cossa y Roberto Perinelli. Imaginé para la puesta un café algo fantasmal. Los personajes son una prostituta, un ciruja, un latin lover nostalgioso y el mozo del café. Un lugar polvoriento en un barrio gris, abandonado.

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