ESPECTáCULOS
› LA BERSUIT EMPEZO SU SERIE DE SHOWS EN EL LUNA PARK
El rock, un orgullo argentino
La banda liderada por Gustavo Cordera mostró, en poco más de dos horas, todas sus facetas: baile, procacidad, compromiso político y nostalgia de barrio. El público que llenó el estadio, agradecido.
› Por Cristian Vitale
Dicen que los locos y los poetas resuelven rápido los enigmas, porque les atacan directo las entrañas. Lo que a un analista social le lleva tal vez una vida, un artista lo puede descifrar en lo que dura una obra, un acto o lo que fuere que manifieste su arte, y convencer a los demás de que es así, sea o no “la verdad”. Simplemente porque funciona una especie de hechizo, un encantamiento que desborda la razón. Una suposición: el enigma es Argentina y los poetas locos –psicópatas les va mejor– son los integrantes de Bersuit Vergarabat: en una noche –la del viernes– ellos pudieron resolver, por un rato, el misterio de este país y provocar que 7 mil personas sientan orgullo de ser argentinos.
El hechizo no sólo funcionó porque el nuevo y muy festejado corte –La argentinidad al palo– represente al ser nacional a través de la simple mención de rasgos, objetos y personajes a los que sólo aquí se puede juntar –el dulce de leche, el colectivo, las alpargatas, el Che, Gardel, Maradona, Videla y “las minas más lindas del mundo”–, sino por un cierre de show coherente con el discurso que la banda eligió para explicar su presente: 40 personas en el escenario –entre invitados, músicos y bailarines–, entonando la bellísima El viento trae una copla entre banderas celestes y blancas, bombos, bengalas y dos gritos populares, surgidos como efecto de ese discurso, que anudan una misma verdad. “Hay que saltar/ el que no salta es militar”, “Y ya lo ve/ el que no salta es un inglés”. “Los ingleses, junto con los norteamericanos y los españoles, con el apoyo de los Martínez de Hoz, los Menem y De la Rúa son los responsables de la miseria y la injusticia en nuestro país”, avaló el líder del grupo, Gustavo Cordera, buscando a quién dedicar el tema final.
A esa altura, Bersuit ya había resuelto el primer capítulo de una serie de conciertos en el Luna Park, en poco más de dos horas y 28 canciones. Pese a que más de la mitad del repertorio estuvo basado en temas del flamante disco, el pluralismo y la multiplicidad de sonidos que caracteriza a la banda se hilvanaron en una síntesis final conexa –nunca se sabe cómo Bersuit llega a esta cohesión, pero llega–. En trazos gruesos el ritual bersuitero, que provoca miles de sensaciones perversas, emotivas, combativas e imposibles de enumerar y explicitar en breve, se puede trozar en cuatro momentos clave: música para bailar y divertirse; música para calentarse pero en joda; música para llegar a niveles terminales de sensibilidad y música para escuchar buena música.
El primer momento explica a la Bersuit más acá de Don Leopardo (1996). Y es el que menos les cabe a los seguidores ortodoxos, por frialdad y carencia de sentimiento y/o dramatismo. En resumidas cuentas, El baile de la gambeta, Va por Chapultepec, Yo tomo o El viejo de arriba son hits bailables, que le permitieron al grupo del sur del conurbano bonaerense llegar a un público ávido de baile y diversión, a una audiencia masiva y poco afín al origen no tan divertido –más bien desconsolado– de la Bersuit; un público –dicen esos mismos ortodoxos– que nunca se hubiese bancado, por ejemplo, la presentación de un disco espléndido y mordaz como Asquerosa alegría (no hubo ninguna canción de ese disco de 1993 en el set del viernes). El segundo momento le agregó a ese devaneo un alto contenido erótico y cachondo: Porno star, Negra murguera y Coger no es amor despiertan los bajos instintos del Pelado al grito de “Cojan mucho, que el sexo libera” y cosas por el estilo. En Coger..., un tema onda disco ochentoso, salen los ocho con calzas y un bulto impresionante que se tocan, se agarran, se frotan y después tiran a la hinchada, mientras bailan moviendo la pelvis.
El tercer momento, aún más emparentado con la historia del grupo –siempre le guardan un lugar cardinal al corazón–, incluyó una canción hermosa: Un pacto para vivir (Seis años así / escapando a un mismo lugar / con mi fantasía / buscando otro cuerpo / otra voz / fui consumiendo infiernos /para salir de vos / Intoxicado, loco y sin humor), y otras de talante similar, cuyo fin radica en enlazar fuego y alma: Mi Caramelo –lástima que el Pelado la cante cada vez menos–, Murguita del Sur y la impasible No seas parca. Y el cuarto momento, que quiebra la barrera que muchos pusieron entre la Bersuit pos y pre Libertinaje (1998). La banda probó que puede seguir haciendo canciones de factura “power-progresiva-latina” como Tuyú –del disco Y Punto (1992)–, y lo justificó con La calavera –con un magnífico trabajo de violín en manos de Javier Casalla–, Otra sudestada, que retoma el hilo crítico de Sr. Cobranza, y Se viene –ausentes esta vez, pese a los pedidos del público–, y Pájaro Negro, para lucimiento de Pepe Céspedes (guitarra) y regocijo de viejos fanas que creyeron por momentos que aquella Bersuit, la del pueblito de Avellaneda, se había perdido en el arcón de los recuerdos, ante tanta “cachaca” bailable.
Entonces, quedó demostrado, encontrar la entraña de algo y desnudarla en tan poco tiempo, en este caso, también implica tanto la licencia de tocar temas para “la gilada” –como se oyó decir a un viejo fan en la tribuna– y llenarse la panza, como componer soberbias canciones para los que se preocupan por ir más allá del divertimento pasajero. Después de todo, un país no se hace solo con los buenos. Y Cordera lo tiene claro, porque resuelve enigmas con acidez de loco y talento de poeta: “Del éxtasis a la agonía / oscila nuestro historial / Podemos ser lo mejor / o también lo peor / con la misma facilidad”.