ESPECTáCULOS
“De Oscar Wilde quedó su genio, no su frivolidad”
Pepe Cibrián Campoy explica el sentido de La importancia de llamarse Wilde, su nuevo musical basado en la vida del escritor británico, que marca el regreso de Ana María Campoy al escenario.
› Por Karina Micheletto
Pepe Cibrián Campoy avanza por el Teatro del Globo con dos de sus perros, las manos llenas de anillos y el cuello tapado por cadenas y colgantes. En una butaca de la segunda fila ya está ubicada su madre, Ana María Campoy, esperando que comience el ensayo. Sobre el escenario, bailarines, en su mayoría muy jóvenes, aprovechan para estirar los músculos, mientras Angel Mahler le explica algo a una chica que larga una nota aguda que pega justo en alguna parte del oído interno. La escena se repetirá diariamente durante meses, hasta que estén ajustados todos los detalles de La importancia de llamarse Wilde, el musical que Cibrián escribió y protagoniza fascinado por la vida del escritor británico; el próximo miércoles se estrenará en este teatro.
Por primera vez madre e hijo llevan esta relación a la ficción, en una obra que relata las particulares relaciones entre Wilde y madre Speranza (Ana María Campoy), su esposa Constancia (Julieta Cancelli) y su joven amante Lord Alfred Douglas (Damián Iglesias). Cibrián repetirá a lo largo de la entrevista y de muchas maneras lo feliz que está de trabajar con su madre. Después de una operación de cadera, por momentos ella necesita utilizar un bastón para moverse. “Tiene cuatro escenas, pero viene y se instala ocho horas para ver todos los ensayos. ¿Dónde va a estar más feliz que acá?”, pregunta su hijo, y se responde: “Su vida es el teatro, trabaja desde los cuatro años. Aunque le duelan un poco los huesos, el único lugar en el que quiere estar es éste”.
–¿Cómo es el personaje de su madre?
–Es la madre de Oscar Wilde, un ser terriblemente duro, brutal, una mujer mediocre con grandes fantasías que empuja a su hijo a ser lo que ella hubiera querido ser. Y, sin embargo, esta mujer logra que su hijo, más preocupado por el éxito efímero, trascienda en la historia. Y con todo en contra, porque él ataca al establishment, a la aristocracia, a lo que era el imperio británico, y eso no se le perdona, por más éxito que tenga.
–¿Por qué quiso llevar a escena la vida de Wilde?
–Me atrajo mucho lo patético del personaje, sus limitaciones humanas, sus ambiciones de figuración social, y cómo a pesar de eso su talento lo trascendió, sobrepasó su propia mediocridad como individuo. El dijo “he sido un mal autor de mi vida”, y es verdad. Es la vida de Wilde pero podría ser la vida de cualquier ser mágico, con un sino trágico, como de tragedia griega. En la obra todos sabemos el final, y él también, y sin embargo tiene que recrear la historia una y otra vez, sabe que el final es irremediable, y va hacia él.
–Mientras investigó y escribió la obra, ¿qué cosas del personaje resonaron en usted, en qué se vio reflejado o encontró su opuesto?
–Entiendo la profunda soledad de Oscar Wilde, y comprendo su ambición, porque yo también la tengo, pero no actúo como él. El se prestó a ser payaso de la aristocracia con tal de pertenecer, aceptó ser usado. Por eso de Wilde quedó su genio, su talento, no su frivolidad. El vivió una época muy oscura, llena de máscaras, que él criticaba pero después se ponía. Cuando yo entro en el personaje digo “qué bárbaro no ser esto”, aun entendiéndolo. Wilde fue un hombre absolutamente egoísta, en una sociedad que lo formó así. Era omnipotente, pedante, patético, terrible en su vanidad. A mí me causa piedad el chico abandonado que hay en él.
–Usted da clases desde hace años. ¿Cómo se define como maestro?
–Mis alumnos me dicen que yo no soy maestro de teatro sino de vida. Cuando llega un momento de tu vida en que sentís que no tenés que lograr otras cosas, ahí te convertís en maestro. Cuando ya tuviste lo que querías, y no me refiero al éxito comercial, pero quisiste hacer una obra y otra y las hiciste, llenar un estadio y lo llenaste, ¿qué diferencia haría llenarlo otra vez? Ahora lo único que me importa es ver crecer a mis alumnos, porque siento que sólo eso me hará crecer más a mí. La función del maestro es enseñarle el camino a su discípulo pero también darle la chance de poder volar. Si no, no vale.
–¿A qué se refiere?
–A que ahora hay toda una moda de los musicales, escuelas por todos lados. Me parece bárbaro, pero después tenés que darle espacio a la gente que formás. No es solamente hacer una muestra final con Cats. La escuela tiene que formar alumnos de acuerdo con la realidad social, económica, y con la idiosincrasia del país. Lo otro es un juego Club Mediterraneé. Que está bien, es respetable, pero no hay un maestro ahí. Y ojo: no todos los que estudian conmigo van a trabajar conmigo, esto es lo primero que yo aclaro: por estudiar con Pepe Cibrián no se trabaja con Pepe Cibrián. Si vos llegás tarde, faltás, estás en otra, podés estudiar conmigo veinte años, mientras pagues tu cuota.
–¿Se lleva muchas desilusiones con esos alumnos?
–No, porque yo no estoy esperando nada. Y el alumno tiene derecho de venir a buscar lo que quiera: puede querer divertirse, sufrir, a hacer terapia... Ahora, si alguno pretende que yo lo guíe para llegar algún día a pisar algún escenario, entonces ahí sí, lo miro distinto. Como miré a todos los que ahora protagonizan mis obras.
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