ESPECTáCULOS
“La señora Macbeth”, cómo guardar fidelidad a un asesino conocido
Sobre un texto de Griselda Gambaro, Cristina Banegas se luce como una dama acosada por el fantasma de los crímenes de su marido.
› Por Hilda Cabrera
La irracionalidad y el miedo, la bruma y la oscuridad dominan, como han observado los estudiosos, la atmósfera del Macbeth, de William Shakespeare. Aunque sin brumas, pero con abundancia de zonas negras atravesadas por caminos de luz o manchas de colores contrastantes, el ascético montaje de La señora Macbeth, en la Sala Solidaridad, guarda ese clima convulso (patentizado en la gestualidad y el movimiento corporal de los intérpretes) de aquel drama de crímenes y ambiciones de poder, célebre por su poesía trágica y, desgajadas de ésta, por citas famosas como “No dormirás más: Macbeth ha asesinado el sueño” (“Sleep no more, Macbeth does murder sleep”). En la puesta de Pompeyo Audivert, la dama creada por la dramaturga y novelista Griselda Gambaro muestra la cabellera (y la conciencia, tal vez) aprisionada, a modo de casquete, por infinidad de horquillas. Tantas que, promediando la obra y luego del asesinato de Duncan (el rey de Escocia “albergado” por los Macbeth en su castillo y mandado asesinar), serán también el material de su corona. La anécdota, así como fragmentos clave del texto de Shakespeare, se inserta en esta pieza a través de las criadas de la señora del título, o sea las brujas proféticas, que lucen aquí corsets de época.
La autora inicia su obra aludiendo al célebre banquete en el que, con andar descuajeringado, irrumpirá el fantasma de Banquo, otro de los asesinados por el usurpador Macbeth. Sólo que, antes de que esto ocurra, la señora habrá entablado un filoso diálogo con las brujas o criadas, lúcidas oficiantes de una “patrona” estragada por los crímenes del esposo, de los que es cómplice antes que instigadora. De ahí quizás el cruce de actitudes propias de una mujer poderosa pero interiormente vencida. Delirante y desconfiada, no logra descifrar el vaticinio de las brujas: que “ningún hombre nacido de mujer” podrá dañar a su esposo y que éste sólo será vencido si el bosque de Birman “avanza” sobre su ejército.
Cristina Banegas sostiene con excelencia el texto y la composición gestual “marcada” por el director. Su señora muestra dureza y desconcierto, sensibilidad ante un pájaro herido y raptos de conmiseración hacia los desposeídos. De todas formas, no se compromete con ninguna de esas facetas. Su habilidad consiste en simular inocencia –un rasgo siempre conmovedor–, tristeza y culpa. Unicamente el miedo, ese veneno, la mostrará dócil ante las criadas que le recuerdan su modesto lugar de “compañera” de grandezas (y oprobios). La rondan, y en ese cerco acentúan su fatiga, esa que acompaña el ascenso al poder como si fuera una lapa. Que esta mujer delire ante la visión fantasmal, profética o real de los asesinatos, supone descubrir en ella rasgos positivos. ¿Acaso los “seres puros” no enloquecen frente al crimen? Es cierto que no es su mejor momento. Agobiada y envejecida, sufre el desamor: “Había cometido la travesura de no amarme”, dice, refiriéndose al esposo.
En este montaje, especialmente cuidado en el plano de la actuación, se plantea la fidelidad al cónyuge asesino: “¿Qué me dice que diga ante el crimen?”, pregunta la mujer. Su estremecimiento casi “eléctrico” es el delhipócrita que destruye y simula construir, el que aquí tergiversa, proclamando que a Banquo lo mataron sus hijos. Su delirio, que es también excusa, se asemeja a la cantilena autocomplaciente del político que modera y miente. Por eso, tal vez, sólo frente al espejo de sus horrores pide “un conjuro que la vuelva inocente”. Como no lo obtiene, pretende borrar pruebas: “Dónde (están) los cadáveres, dónde la sangre”.
Obra poética y política, La señora Macbeth retrata una furia (la de los asesinos) y anticipa, a través de las brujas-criadas, otro arrebato: el de las “reinas pobres”, ésas que impedirían la existencia de los “crímenes felices” generados por la impunidad.