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Déjense de embromar
Por Hugo Di Gugliermo*
La televisión aquí y en cualquier lugar del mundo es terreno de alta competencia. Es sabido y esto no es nuevo. Más aún, creo que bien manejado, respetando códigos de convivencia y estilo es algo positivo.
El problema comienza cuando la competencia rompe reglas esenciales, y el respeto por el público es la principal de ellas. Del público vive la televisión y quienes en ella trabajamos. Le debemos respeto.
Si un amigo, un socio, nuestra pareja, nos prometen cosas que no cumplen, nos endulzan el oído con sueños que no se realizan, nos citan en lugares precisos y después no van, nos están faltando el respeto.
Esto, desgraciadamente, está pasando en las principales pantallas televisivas del país. Y no se trata de una vez, sino de varias. Es una tendencia en crecimiento.
Creo que éste es el análisis principal y no deberíamos desviarnos de ese centro, porque si no vamos a caer una vez más en la discusión de lo superfluo: ¿Quién empezó primero? ¿Quién es el más vivo de la cuadra? ¿Quién sacó qué ventaja con qué artimaña? Y éste no es el punto; porque cuando empezamos a entretenernos con los detalles de la transgresión es porque la transgresión ya se nos hizo carne y quedará instalada.
Una de las peores cosas que tienen las desgracias argentinas es que, sistemáticamente, nos vamos acostumbrando a ellas. Y no sería bueno que esto ocurra también en un ámbito donde lo que debe primar es el entretenimiento, el show, la creación para un público que la necesita. Esta guerra televisiva con armas no convencionales parece más una disputa de barrio que una franca competencia entre profesionales del medio.
Por otro lado, sería bueno que alguien explique bien cuál es la ventaja, porque con varios años de experiencia televisiva me cuesta encontrarla. Esta estrategia de cambios intempestivos, esta caza del gato y el ratón, no veo que haya dado resultados a nadie.
Tanto Telefé como Canal 13 tuvieron dos fracasos notorios este año: Los pensionados y El Deseo. Y no hubo estrategia que pudiera levantar de la lona a quienes fueron noqueados por el público. Tampoco la estrategia logró impedir que Los Roldán o Padre Coraje se transformaran en éxito. Entonces, ¿para qué esta guerra?
Entiendo perfectamente la competencia y que un canal trate de posicionarse frente a un buen programa del otro. Esa es la ley de juego.
Pero jamás a costa del público, de la gente, nunca a riesgo de teñir toda la imagen de un canal, de empañar una relación de años con los televidentes. Creo firmemente que en la Argentina está la capacidad de hacer buena televisión, con excelentes profesionales y de hecho se hace. Y sigo creyendo que la televisión de calidad exportable será nuestro seguro a una mejor televisión a futuro, aún dentro de nuestra crisis.
Estas guerrillas no convencionales no ayudan a tener esa mejor televisión. Y es una pena que los argentinos tengamos que perder algo más a cambio de nada.
El público está enojado y se lo puede escuchar en las radios, en los foros de Internet, en los cafés, en los mercados. Se siente ignorado, cuando no estafado. Como con los bancos, los políticos, la seguridad, la educación. ¿Hace falta que la televisión se sume a esta lista gratuitamente?
¡Vamos, chicos! Que haya paz... y un poco de grandeza. El respeto del público está en juego, déjense de embromar.
* Consultor internacional de Medios y ex director de Programación de Canal 13.