ESPECTáCULOS
› PAQUITO D’RIVERA DE FESTEJO EN EL TEATRO COLON
Cincuenta años con la música
Por D. F.
“Ya amaba Buenos Aires antes de conocerla.” Con esa frase, Paquito D’Rivera se presentó a sí mismo en el escenario del Teatro Colón y dio por comenzado el homenaje a sus cincuenta años de trayectoria, dentro del Festival de Buenos Aires. Niño prodigio, muy buen clarinetista clásico y luego saxofonista de jazz, el cubano radicado en Estados Unidos recorrió esta vez un territorio vasto, no sólo en el tiempo sino, también, en el espacio estético. Desde el homenaje a Lecuona con el que comenzó, improvisando solo en el clarinete, hasta el final junto al trío de Pablo Ziegler, el arco tuvo, sin embargo, un elemento en común. D’Rivera bordeó el jazz casi todo el tiempo pero evitó las piezas clásicas del jazz, incluso aquellas más afines con lo latino —la manera en que en Estados Unidos definen lo caribeño–, que él ha convertido en su marca de fábrica.
A lo largo del cálido festejo, en el que el público replicó con entusiasmo cada una de las iniciativas del músico, pasaron varias formaciones, algunas más cercanas al universo de la música de cámara y otras más claramente identificables con lo popular. En el comienzo fue el dúo con el pianista argentino Aldo Antognazzi –en dos temas propios, Habanera y Vals venezolano), a quien luego dejó con su mujer, la cantante portorriqueña Brenda Feliciano (“me voy porque si no me grita”, bromeó), que interpretó las Canciones del alba de Carlos Guastavino. Junto a la fagotista Andrea Merenzon y el pianista israelí Alon Yavnai hizo la piazzolliana Niebla y cemento, de Mario Herrerías, y, en un arreglo de Gabriel Senanes que jerarquiza los movimientos internos de las voces, trabajados con pasión y conocimiento del contrapunto, el Concierto para quinteto de Astor Piazzolla, junto al Cuarteto de cuerdas Buenos Aires y el contrabajista Oscar Carnero (“es un quinteto y somos seis pero qué importa, si los tres mosqueteros eran cuatro”, fue otra de sus ocurrencias).
Con el cuarteto, Paquito D’Rivera tocó, además, el segundo movimiento de Certeza incierta (la vida), de Gabriel Senanes, que acaba de ser editada como parte de un disco llamado Riberas. Antes, junto a Yavnai, había hecho Curumín, de César Camargo Mariano, y dos piezas de Pixinguinha, mientras que el pianista, solo, tocó Folias secas. Esa fue, tal vez, la parte menos interesante del concierto ya que Yavnai, de excelente técnica e indudable toque clásico, carece de la riqueza de matices y la flexibilidad rítmica de los buenos intérpretes de música de tradición popular. La Serenata de Carlos Franzetti (con el quinteto de cuerdas y Yavnai en piano) y el último set junto a Ziegler desembocaron en la previsible ovación final.