Jue 12.08.2004

ESPECTáCULOS

Un entramado de voces y registros para Guevara

Célebre drag queen, Joao Francisco de Andrade desafió las convenciones de la década del ’30 y se convirtió en la figura emblemática de uno de los mejores films brasileños de los últimos años. Contrasite, en tanto, mezcla documental y ficción a partir de la exhumación de los restos del Che.

› Por Horacio Bernades

Mezcla por momentos indiscernible de documental y ficción, cruce de lenguajes técnicos y visuales, registro directo al mismo tiempo que ambiciosa operación autorreflexiva y metalingüística, Contrasite no responde en lo más mínimo a lo que podría esperarse de un documental sobre el Che. Película rara, provocativa y arriesgada, más que tratarse de un documental sobre la exhumación de los restos de Guevara, en 1997 en Bolivia, Contrasite contiene ese documental en el seno de un complejo entramado de voces, registros y puntos de vista, un poco a la manera de lo que Los rubios había hecho con el tema de los desaparecidos.
En 1996, el documentalista italiano Daniele Incalcaterra (de quien en la Argentina se conoció, en su momento, Tierra de Avellaneda, y de quien acaba de realizarse una completa retrospectiva en el Malba) y su mujer, la videasta Fausta Quattrini, se enteraron de que el equipo de Antropología Forense de la UBA estaba a punto de participar en excavaciones en el pueblito boliviano de Vallegrande, junto a pares cubanos, en busca de los restos del Che. Decidieron entonces viajar hasta allí para filmar esa posible exhumación histórica y, al mismo tiempo, abrieron un site en Internet para dar cuenta de esa experiencia. Rodeados de un equipo que incluía a un joven diseñador informático, se instalaron en Vallegrande con una segunda intención: darle la palabra a la gente del lugar, totalmente ausente del planeta cyber-mediático en el que la humanidad entera parecería navegar.
Al descubrir que aquel experto en informática había abierto en la web su propio contrasite –desde el que se dedicaba a burlarse no sólo del proyecto, sino del propio Che–, en lugar de ralearlo o acallarlo prefirieron darle voz, reformulando la película en su conjunto a partir del punto de vista del muchacho. Es así como, en el comienzo de Contrasite, el espectador se topa con un narrador en off no precisamente simpático, que echa sombras sobre el sentido del viaje, confiesa que lo único que lo motiva del proyecto es el dinero y desprecia a los nativos, con una mezcla de soberbia y mal disimulado racismo. Llevará un tiempo identificar al dueño de esa voz, y un poco más todavía comprender que ese punto de vista no representa el de la película en su conjunto, sino que se trata sólo de una voz entre varias, que no tardará en entrar en colisión con las de la videasta y el documentalista que lo acompañan.
Osada y quizás algo confusa intelectualmente, Contrasite también lo es en el terreno formal. La pantalla cinematográfica adopta la misma presentación que la de una página de Internet, en la que Rafael navega y desde la cual eventualmente chatea con algunos conocidos (que refuerzan o contradicen sus corrosivas y eventualmente vacuas dosis de nihilismo), así como en otras ocasiones se filma a sí mismo con la webcam. En el interior de esta suerte de magma visual, mediático y cibernético se inscriben los fragmentos documentales filmados por el propio Incalcaterra, que les da voz a los habitantes del lugar, a la vez que registra los progresos de excavación y los testimonios de los técnicos y científicos, así como también los sospechosos enjuagues y apenas disimulados patoteos de lapolicía y las autoridades del lugar. Hasta que comienzan a aparecer los huesos de Guevara.
A partir de ese momento y con muy buen criterio, Incalcaterra les va quitando protagonismo a las burlas y comentarios ofensivos de Rafael para concentrarse en la filmación, estrictamente documental, de esa exhumación. Registro que adquiere, obviamente, alto impacto político y emocional. Si a pesar de ello Contrasite termina resultando una película menos interesante de lo que pudo ser, se debe a que –sobreactuando quizá su voluntad de respeto por la opinión ajena– Quattrini e Incalcaterra han reducido al mínimo su propia voz, para entregársela casi por entero a la poco interesante iconoclastia de Rafael. Para peor, en la composición del actor Mariano Martín, éste resulta más un insoportable porteñito tristemente despolitizado, que un atendible cuestionador de mitos y leyendas. Con lo cual termina resultando no sólo fútil sino hasta fuera de lugar, que sea él quien lleve la voz cantante, cuando a unos metros de distancia están desenterrando los últimos restos de un sueño histórico y político, cuya validez Rafael no parece ni con mucho la persona más indicada para poner en cuestión.

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