ESPECTáCULOS
› “DOS ILUSIONES”, DE MARTIN LOBO
TV en trazo grueso
› Por Horacio Bernades
Farsa feísta sobre el mundo de la televisión y quienes quieren ingresar en él, Dos ilusiones es una de esas muestras de grotesco cinematográfico que muestra el grotesco del mundo de la más grotesca de las maneras. Esto se entrevé ya en la escena de títulos, cuando el protagonista, un muchacho del interior, recibe una carta avisándole que ganó un concurso para actores principiantes y lo esperan en Buenos Aires. Antes de llegar a sus manos la carta ha sido pisoteada, arrastrada y recogida del cordón por una señora que cría chanchos. Por lo cual, cuando el sobre llega a él está todo sucio y con un olor que apesta. Extasiado por la noticia, el muchacho abre la ventana de su habitación, recoge una paloma y vuelve a lanzarla al aire. Pero así como lo tiró el pajarillo se estampa contra su ventana, dejándola enchastrada de sangre.
No podría imaginarse un comienzo más adecuado para el debut cinematográfico del consagrado publicista Martín Lobo: el mundo de Dos ilusiones parecería dividirse, de la más esquemática de las maneras, entre lobos y corderos. Las fieras más salvajes son los ejecutivos y directivos de la televisión. El gerente de programación del canal (Carlos Portaluppi) intenta violar a la coprotagonista, junto con un colega, en la primera escena en que aparece, mientras el dueño de la emisora (Gerardo Romano) convierte a Heriberto (Matías Santoianni) en su esclavo sexual y personal, a cambio de un favor. Afectadísimo, pegando grititos histéricos, jurando venganza o gritando “¡Qué moradas están esas bolitas!” tras un ridículo accidente del otro en el baño, la composición de Romano es seguramente la más burda caricatura de un gay que el cine argentino haya dado durante la última década.
En cuanto a los corderos, en verdad el único personaje que entra plenamente dentro de esa categoría es Heriberto, que más que bueno es buenudo. En el mundo de Dos ilusiones, la representación del provinciano es un pibe capaz de dejarle todos sus ahorros a una chica a la que acaba de conocer, por la simple razón de que se enamoró. Al quedarse con ese dinero, Cynthia (la modelo Claudia Albertario, en su debut y probable despedida del cine) demuestra ser un cordero que también puede comportarse como lobo. La película se ocupa de castigarla despiadadamente, no sólo mediante aquel intento de violación sino en la escena de su fracasado suicidio, cuando se muestran en paralelo sus muñecas chorreantes y una cafetera hirviendo (por supuesto, Heriberto no sabe si atenderla a ella o sacar la cafetera del fuego). Para lo peor, sin embargo, habrá que esperar casi hasta el final. Creyendo que el hombre que había querido violarla es en realidad su benefactor, Cynthia no sólo se desvivirá en emocionados agradecimientos sino que intentará practicarle una fellatio de urgencia, logrando con ello lo que todos los violadores desean: que las peores sospechas recaigan sobre la víctima.