Dom 15.08.2004

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA A LA DIRECTORA Y DRAMATURGA MONICA VIÑAO

“Esta es una cultura que sojuzga”

En su obra De todas las noches, la autora hace foco en una pareja en permanente agresión para dibujar una metáfora sobre los roles que la sociedad termina asignando a hombres y mujeres.

› Por Cecilia Hopkins

Las artes plásticas, el diseño de vestuario y la escenografía fueron las disciplinas que permitieron el acceso a Mónica Viñao a la dirección teatral. Pero desde hace unos años, la artista está tomando distancia de todo aquello que caracterizó sus primeros montajes, ligados a una estética oriental. Ya desde 2002, con su puesta de El mal de la paloma, de Omar Aita –obra que en su momento había definido certeramente como “un grotesco violento y contemporáneo”–, después de haber dirigido Ya no está de moda tener ilusiones, de Ariel Barchilón, y No te soltaré hasta que me bendigas, de Ricardo Monti, Viñao parece aproximarse cada vez con mayor compromiso a formas de comportamiento que ella considera ligadas a la realidad argentina. También comenzó a escribir dramaturgia. Su primera experiencia fue con Des/enlace, concebida durante su asistencia a un taller coordinado por Mauricio Kartum y, recientemente, acaba de concretar la segunda, en el Camarín de las Musas (Mario Bravo 960): De todas las noches es un texto que, según aclara en diálogo con Página/12, fue tomando forma a partir del trabajo con la actriz Deborah Bianco quien, junto a César Repetto, protagoniza esta historia de pareja en trance de crisis: “Un matrimonio que se encuentra viviendo en una cultura diferente a la suya, sufre un profundo desencuentro y esto desencadena una gran violencia, frustración y sufrimiento”, detalla Viñao. La pieza se propone indagar acerca de las razones por las cuales una mujer y un hombre permanecen anclados en una situación de agresión. Por otra parte, el vínculo entre ellos refuerza su costado violento en tanto se contraponen dos culturas que, si bien son muy diferentes, exponen más puntos de contacto que lo que los protagonistas imaginan.
–¿Cómo es el entorno cultural que comparten Irene y Roberto?
–A mí me parece muy interesante tender puentes con otras culturas y aprender de ellas sin aplanar la diferencia. Pero en este caso no quise referirme a ninguna cultura en particular: busqué la maqueta de un modelo de cultura extremo para trazar un paralelo con nosotros mismos y así encontrar puntos de contacto con nuestra realidad. Se trata de una cultura donde la mujer aparece muy sometida al poder masculino, muy subordinada a la ley del varón. Pero insisto, no intento hacer una crítica del afuera sino plantear una mirada hacia nosotros mismos, como sociedad.
–La protagonista dice: “Atrapada dentro de las telas... una se vuelve impersonal dentro de las telas... uniforme”. ¿Qué rol desempeña la ropa en la obra?
–Sí, atrapadas dentro de una tela estamos muchas mujeres de diferentes culturas. Acá no nos tapamos de arriba abajo, como en otras partes del mundo. Acá la mujer puede usar minifalda. Pero en mi opinión, ésa es una prenda que, como el chador, también fragmenta a la mujer. Es un símbolo cultural que supedita a la mujer a una mirada ajena, que es la que establece una valoración determinada. ¿Nosotras usamos minifalda porque es una prenda funcional y divertida o porque existe en las mujeres un sometimiento a los condicionamientos culturales?
–Usted se refiere, entonces, a una cultura del sometimiento...
–La nuestra es, como otras tantas, una cultura que sojuzga, profundamente injusta. Por eso me interesó tomar un modelo extremo para mostrar que aquí también hay maneras de someter al más débil. Pero no porque lo sea esencialmente, sino porque está ubicado en ese lugar de debilidad por la propia estructura del poder que existe, que no permite el acceso a la información, a la salud. Se puede entrar y salir libremente del país, pero si no se tienen los medios, es lo mismo que si no se pudiera. No todos tenemos las mismas posibilidades, exceptuando a los miembros selectos de los que ocupan los espacios de poder.
–¿Qué ocurre con los vínculos que establecen los personajes?
–En el caso de una estructura de pareja, las cosas ocurren tal vez como una metáfora de la sociedad: en una sociedad injusta, es difícil que existan vínculos justos. La obra hace foco en nuestros modos de relacionarnos. Y no hace falta hablar de golpes para hablar de violencia. El maltrato, la descalificación aquí es tan frecuente, estamos tan familiarizados que ya se los acepta como natural.
–¿En qué se basa la relación entre sexo y poder que revela la obra?
–El ámbito de lo sexual muestra con fuerza el tema del poder, porque ahí se somete concreta y metafóricamente a otro. Entre estos personajes se hace muy difícil mantener un vínculo equilibrado porque no hay escucha de parte de ninguno de los dos. Existe una sordera muy grande en ambos y ninguno se deja modificar en el encuentro. Esto ocurre cuando existe la necesidad de dominación, cuando no se está interesado en salir transformado de un encuentro sino que sólo se busca imponer el propio criterio sobre el otro. Y esto se da tanto entre personas como entre países. Por eso creo en la importancia de la reflexión: cuando se reflexiona se tiene la posibilidad de revisar la acción. Cuando se reacciona, en cambio, no existe un espacio de transformación posible.

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