ESPECTáCULOS
Un hombre que dedicó toda su vida al teatro y a la gestión cultural
La muerte del actor y director Daniel Ruiz sorprendió al ambiente teatral. Además de autor y docente, fue subdirector del Cervantes.
› Por Hilda Cabrera
La muerte del actor y director teatral Daniel Ruiz, a causa de un paro cardíaco que lo sorprendió en su casa, estando solo, deja el enorme vacío que se siente ante la pérdida de un ser ético y sensible. Apasionado por el teatro y la literatura, y especialmente por los creadores franceses de posguerra, había viajado en enero último a España para tentar suerte, llevando proyectos a Madrid y Barcelona. A su regreso a Buenos Aires, a mediados de febrero, traía propuestas a concretar en el largo plazo, y una certeza que se animó a compartir: la de saber que cuando se tiene más pasado que futuro es casi imposible no sentirse ajeno en otro lugar que no sea el propio país.
Ruiz fue funcionario, tarea que –según le gustaba aclarar– debió aprender. Trabajó durante once años en el Teatro San Martín, integrando el consejo directivo y desempeñándose, en distintas épocas, como coordinador artístico y ejecutivo. En el 2001, este marplatense que conocía profundamente la cultura y el idioma francés, fue convocado para ocupar el cargo de subdirector del Teatro Nacional Cervantes, cuando la conducción estaba en manos del cordobés Raúl Brambilla. Entonces, el coliseo atravesaba uno de sus momentos más críticos. Los fuertes recortes al presupuesto hechos por Economía amenazaban con paralizar la actividad. “Los políticos no entienden la tipificidad del teatro, y ven a la cultura como un gasto –sostenía Ruiz en octubre del 2001, en diálogo con Página/12–. Si no logramos revertir esta situación, tenemos que cerrar. Esto significa forzar la renuncia.” Hasta ese momento, le quedaba un año más en el puesto (que había ocupado tras el retiro, por jubilación, de Osvaldo Calatayud), pero el cambio de gobierno lo dejó afuera. Renunció antes de que fueran elegidas las nuevas autoridades. Una elección por otra parte muy demorada debido a que el nuevo gobierno aplazaba la designación del secretario de Cultura.
Mientras lidiaba, junto al director Brambilla, por obtener los recursos necesarios que evitaran el cierre del Cervantes, Ruiz logró estrenar en el Auditorio de La Alianza Francesa, una pieza de Nathalie Sarraute (Por un sí o por un no), donde la palabra se convertía en retrato de dos actitudes bien diferentes respecto de qué ser y hacer en la vida. La fascinación de este actor y director por los diálogos sistematizados a la manera de una partida de ajedrez se hacía evidente con la elección de esta obra, que interpretó junto a Aldo Pastur. Egresado de la carrera de letras, ejerció la docencia, dirigió elencos (entre otros Gente de Teatro de Mar del Plata y Grupo Imágenes), y escribió obras: Sonata para cuatro voces, Amadeo descalzo y Allegro Manon Comico. Puso en escena una versión de La Mandrágora, de Maquiavelo, Familia se vende, de Eugenio Griffero, Antígona, de Jean Anouilh, Prometeo encadenado, de Esquilo, Los justos, de Albert Camus, y, entre muchas más, Razones personales (L’aide mémoire), casi un manual de identificaciones y rechazos que se registran en una relación de pareja. Una obra de Jean-Claude Carrière, guionista de realizadores célebres (como Luis Buñuel), que estuvo presente en la première realizada en la sede de La Alianza Francesa.
Como actor participó en más de 50 espectáculos, entre otros A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre, La lección, de Eugène Ionesco, Tierra de nadie, de Harold Pinter, Hamlet, de Shakespeare, La cortina de abalorios, de Ricardo Monti, y fue el intérprete exacto de Solo, de Samuel Beckett, donde también cumplió los roles de traductor y adaptador, supervisado escénicamente por el actor y director Jorge Petraglia. Allí enlazaba fragmentos de Molloy a modo de introducción de una puesta que finalizaba con Berceuse (La mecedora). Ruiz había logrado crear una atmósfera singular en el pequeño escenario de la Alianza, convertido en habitación. La música de Erik Satie se adueñaba del lugar, en tanto el actor parecía mimetizarse en la escenografía, copia de una pintura del inglés FrancisBacon. El suyo era entonces un personaje agónico, al borde de la inmovilidad y del silencio, luchando entre la necesidad de vivir y el miedo a la vida.