Mar 16.04.2002

ESPECTáCULOS  › LA NARRACION ORAL, UN GENERO QUE CRECE, PESE A LA CRISIS ECONOMICA

Gente que le cuenta cosas a la gente

Marta Lorente, Georgina Parpagnoli y María Heguiz son algunas de las voces de una nueva generación de artistas que trabajan de narrar literatura. La narración no colisiona con la literatura, dicen, sino que ayuda a difundirla, creando nuevos lectores.

Los narradores orales estuvieron en el principio de todo, siglos antes de que se inventara la imprenta incluso, cuando la literatura viajaba de boca en boca. En la Argentina de hoy, el boom del oficio no parece ligado a tradición alguna sino que está relacionado con la necesidad de recuperar y multiplicar el valor de la palabra, dicen sus responsables. “Más allá de lo artístico, al contar una historia se produce un vínculo inmediato con el público. El había una vez... o en una época lejana, instala en el imaginario un tiempo y un espacio de ensoñación”, señala la actriz y narradora Georgina Parpagnoli. “La narración oral incita a la lectura. En muchas ocasiones, después de escuchar un cuento, aparece la necesidad de leer el libro, de cotejar y enriquecer las imágenes que el narrador genera en el espectador”, sostiene su colega Marta Lorente.
En el café de la librería Fausto (Cabildo 1965), todos los jueves de abril a las 19.30, la actriz y narradora María Heguiz invita a sumergirse en un universo poblado de textos, colores y sabores. “Yo soy la morocha de mirar ardiente, la que en su alma siente el fuego de amor”, canta Heguiz, con exquisita soltura y entonación. Si el mundo del libro bulle de posibilidades, de secretos y contradicciones, la actriz y narradora consigue que en Libro-show convivan las notas de cocina de Leonardo Da Vinci con el cuento “Tango” de Luisa Valenzuela, la poesía de Esteban Peicovich con los textos de Isidoro Blaisten, un cuento de Guy de Maupassant con “Carta a la patria” de Julio Cortázar. “Me interesa el libro y la palabra”, revela Heguiz. “Por costumbre familiar, el cuento siempre fue un estímulo. Lo curioso es que no éramos una familia erudita. Para nosotros la literatura pasaba por la emoción del momento de tener un libro a mano y comprobar cómo nuestras vidas se transformaban después de esa lectura.” El padre de Heguiz, recientemente fallecido, se enteró del resultado de una biopsia y le dijo: “Morir es una costumbre que suele tener la gente”. Con esta frase, inspirada en “La espera”, de Jorge Luis Borges, le anunciaba a su hija su condición de enfermo terminal.
Parpagnoli, que presenta Cuentos de colección todos los sábados a las 18 en el Museo Sívori (Av. Infanta Isabel 555, frente al Rosedal de Palermo), recuerda que para la narradora colombiana Carolina Rueda “el cuento se crea y sucede en la cabeza del que lo escucha”. Dirigida por Juan Parodi, la actriz –que nació en Tucumán, pero hace 20 años que vive en Buenos Aires– dirigió el año pasado Tres buenas mujeres, basado en un cuento de Laura Bonaparte. Para Cuentos de colección, Parpagnoli y Parodi articularon la puesta en escena en un asiento de tren a principios de 1900, a través de los relatos de Saki (“El cuentista”), Raymond Carver (“Tres rosas amarillas”) y Anton Chejov (“Memorias de un hombre colérico”), Italo Calvino (“La aventura de un soldado”), Alphone Daudet (“El secreto del maestro Cornille”), Marguerite Duras (“Cómo se salvó Wang Fo”) y Oliverio Girondo (“Gratitud”). “Sentía la necesidad de unir la narración con lo teatral porque extrañaba las luces y la escenografía”, subraya Parpagnoli. “Trabajo en el límite entre la narración oral y el teatro. Creo que los narradores estamos incorporando otros lenguajes.”
Hechizar con un relato es una tarea que prescinde de las clases sociales y las palancas generacionales, simplemente porque un analfabeto o una persona erudita, un niño o un abuelo pueden rendirse al placer de escuchar historias. Quizás por eso, los contadores de cuentos proliferan y despliegan su arte en escenarios, bares, cafecitos y museos de la ciudad. En el Buenos Aires de los años ‘60, Marta Salotti y Dora Pastoriza (maestra de Heguiz) fueron las pioneras con el Club de Narradores, destinado a los chicos. “Muchos jóvenes, provenientes del ámbito de las letras, se están acercando a la narración. El 50 por ciento del público no está vinculado con la profesión y muchos asisten por primera vez”, precisa Lorente, que actualmente presenta Para ponerse colorado, un espectáculo denarraciones eróticas, todos los sábados a las 22.30 en Finis Terra (Honduras 5190). “Antes, este tipo de espectáculos tenía un público más maduro. Lo distintivo de esta época es que las generaciones están más mezcladas.” Para Lorente, el secreto del oficio consiste en atrapar al espectador. “Para mantener la tensión del relato, el narrador debe invadir el espectáculo”, puntualiza Lorente, que suele citar una frase del maestro de actores Lee Strasberg, emparentada, en muchos sentidos, con el oficio de narrar: “El actor tiene que contar al ojo del espectador”. En coincidencia con este pensamiento, Parpagnoli considera que el narrador recrea el universo del cuento. “La narración es una disciplina multifacética, que se retroalimenta con otros lenguajes, especialmente el teatral.”
“La voz, un elemento fundamental de la comunicación, tiene que ver con lo ancestral. Cuando nacemos, gritamos, la voz despierta”, sugiere Heguiz, fundadora de la primera biblioteca oral circulante, El Ñaque Argentino, con la que recorrió ámbitos tan disímiles como la Casa Cuna y el hospital Moyano. De noviembre a diciembre del 2001, Heguiz, con su valija repleta de libros, visitó seis regiones de la provincia de Buenos Aires, generando centros de multiplicación en las bibliotecas populares. “En un contexto de profunda soledad humana, el sentido social de la narración es que debe ser un bien compartido por todos.” Claro que algunos se aproximan a la pobreza, mirándola por encima del hombro. En una escuela de alto riesgo Heguiz comprobó en carne propia las asimetrías de un sistema darwiniano, en donde el pobre es mejor que no reflexione o tome conciencia de su injusta situación. “Algunos funcionarios se molestaron porque una nena de 12 años eligió ‘Oda a la pobreza’ de Neruda”, se queja Heguiz. Tal vez se ofuscaron por los versos ‘Pobreza, te vigilo, te acerco, te disparo, te aíslo, te cerceno las uñas, te rompo los dientes que te quedan’.”
Un brindis de vino para despertar a Dionisios es el punto de partida que Lorente propone para iniciar un viaje sensual y sugerente. En Para ponerse colorado, enhebra textos de Angeles Mastretta (“Arráncame la vida”), Isabel Allende (“Afrodita”), Mario Vargas Llosa (“Los cuadernos de don Rigoberto”), Elena Marengo (“No es bueno que el hombre esté solo”), Marguerite Duras (“El hombre sentado en el pasillo”) y Susana Silvestre (“El coro más osado del oeste”). “El erotismo me enfrentó no sólo con el público sino con mis propios temores e inhibiciones. No es sencillo encontrar textos eróticos porque muchos no son considerados literatura. El erotismo es una temática espinosa. Lo más difícil en la selección fue encontrar el equilibrio. El riesgo está en caer en lo chabacano o lo puramente pacato.” Para poner luz sobre lo que Lorente estima que es la literatura, cita a la escritora Griselda Gambaro: “Si la idea no tiene disfraz para ser presentada, entonces no es literatura”.
Con los alumnos más avanzados de su taller de narración, Lorente formó Gente de Palabra, un grupo que se presenta todos los viernes a las 21.30 en Finis Terra. El psicoanálisis y las historias de prostitución, “Cuentos de diván” e “Historia de la gran puta”, son auténticos hallazgos de estos aficionados y profesionales del arte de la narración oral que echan a rodar cuentos de Cristina Wargon, Mario Benedetti, Gabriel García Márquez, Teresa Belochio, Federico Andahazi, Roberto Fontanarrosa, Pedro Orgambide, Abelardo Castillo y Angélica Gorodischer, entre otros. “Como la prostitución suele estar asociada con una atmósfera de sordidez, fuimos muy cuidadosos al seleccionar los textos”, aclara Lorente, fundadora del periódico Cuentos al Día. ¿Por qué esta creciente necesidad del público de escuchar cuentos? Lejos de una respuesta única y excluyente, Lorente opina que el carácter intimista y personal de la narración se convierte en “atractivo balsámico”. En una ciudad casi siempre hostil, la transmisión de las palabras es como una gran ventana abierta, que permite embellecer lo esencial y descartar lo superfluo.

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