ESPECTáCULOS
› “LA PECERA”, DE IGNACIO APOLO
Las amistades peligrosas
› Por Cecilia Hopkins
Las amistades inolvidables, dice cierta forma de sabiduría popular moderna, suelen gestarse durante el secundario. En La pecera, obra de Ignacio Apolo, hay datos que confirman esa posible verdad, aunque de un modo poco convencional. Los adolescentes que el autor presenta parecen a primera vista dos ejemplares normales, vestidos con sus típicos uniformes de colegio privado. Dirigido por religiosos, éste es uno de esos lugares en los que todavía no está bien visto que las niñas alternen con los niños. No obstante, la vigilancia de los curas no es omnipresente al punto de mantener todas las actividades del establecimiento en piadoso cauce. Cuando se inicia la acción se los ve a Leto y Pescado compartiendo un rincón del sótano, un lugar donde existe una mágica abertura que domina un sector estratégico del baño de mujeres. Pegados al boquete, sueñan a dúo inverosímiles escenas de sexo y violencia, siempre con la profesora más deseable del plantel docente como estrella invitada. El momento de máximo paroxismo es traducido por la banda sonora que Silvio Marzolini diseñó para el espectáculo con una mixtura de relinchos, caídas de agua y aplausos.
Más allá de compartir sueños y promesas eróticas, la diferencia entre los chicos se irá acentuando. Y no solamente en cuanto a posición económica o situación familiar sino en el modo diverso en que cada uno se ve a sí mismo en función de como lo ven los demás. Al Pescado –el mote lo dice todo– lo mortifican por su aspecto: mansamente y sin saberlo tal vez, irá atesorando un sentimiento de rencor que se le irá de las manos ni bien comience a manifestarse. Sucede que la estancia en el sótano va a durar más de lo programado y el encierro y la falta de alimentos se harán sentir. Así, lo que irá minando la salud de Leto, reforzará, por el contrario, los ánimos perturbados de su amigo, que está comenzando a conocer las formas caprichosas que puede asumir el dolor por el desprecio ajeno. La venganza llegará con la fuerza del ensañamiento en el bunker. Serán veinte los momentos diferentes que atravesará la tragedia, como si fuese una obra musical. Los protagonistas borrarán prolijamente el nombre de cada escena de un pizarrón escolar, uno de los pocos elementos de escenografía que aparece en el escenario desierto.