ESPECTáCULOS
› ANTES DE BUENOS AIRES, FESTIVAL QUILMES ROCK SALTA 2004
El rock, parte de la religión
Los Piojos, la Bersuit, Babasónicos y Molotov, entre otros, convocaron a unos 18 mil jóvenes, en tres noches inolvidables en el estadio Delmi.
› Por Esteban Pintos
Desde Salta
Los dos hechos políticos más fuertes de la semana que pasó en Salta ocurrieron, paradójicamente, por afuera de la “política” propiamente dicha. El miércoles 15, unas 300 mil personas celebraron la fiesta de los patronos de la provincia, la Virgen y el Señor de los Milagros, con una impresionante procesión. Por lejos se trata de la convocatoria de masas más grande de cada año, comprensible en una ciudad que provee iglesias a cada paso, con escasos metros de diferencia entre una construcción y otra. Allí se habló, desde la autoridad religiosa, de la necesidad de igualar, de erradicar la miseria, de hacer una sociedad más justa. Por la fe, ese mensaje llega a la gente. Pero llegando el fin de semana, la ecuación religión-tradición dejó paso a otra combinación mucho más terrenal, pagana, actual: el rock como religión, en el momento en que ya parece estar ingresando definitivamente al mundo de las “tradiciones populares argentinas” de este tiempo.
Ahora, en la primera década del nuevo siglo, el formato de festival aglutinante y multioferta que recorre el país desata pasiones en un público joven que apenas supera los 20 años. El festival Quilmes Rock Salta 2004, especie de precalentamiento en clave federal para el megaevento que se iniciará en Buenos Aires el 1º de octubre –venía de hacerse en Santa Fe, hace dos semanas–, convocó unas 18 mil personas durante tres noches en el estadio cubierto Delmi con un cartel generoso en nombres de peso. Anoche, al cierre de esta edición, Los Piojos concretaban su esperado show, en el final de una serie de performances de algunos de los nombres más importantes del rock argentino: Intoxicados, Bersuit, Las Pelotas, Babasónicos, con el agregado internacional de Molotov. Frente al tamaño del cartel, el público vive una experiencia catárquica singular e inolvidable. Así se siente un festival de rock en la Argentina profunda.
No deja de ser significativo que la impresión cobre dimensión real en una ciudad, una provincia, que tiene al folklore como bandera de orgullo y pertenencia. Desde Los Chalchaleros y el Cuchi Leguizamón hasta Los Nocheros y el “Chaqueño” Palavecino, Salta es fuente de identidad folklórica. Pero ahora, además, tiene muchos jóvenes que profesan rock argentino, en la variante “nacional y popular” que creció y se desarrolló en los ’90, como una nueva forma de militancia social. El viernes, cerca del final del show de la Bersuit, Gustavo Cordera golpeó sin piedad al gobierno provincial de Juan Carlos Romero. Habló de “tiranía y voracidad del poder”, convocó a la resistencia y pidió al gobernador amigo y ex compañero de fórmula de Carlos Menem que “escuche el corazón de la gente”. El discurso del calvo cantante ocurrió en medio de una demostración de militantes de Greenpeace que se oponen al remate –ya concretado– de unas 25 mil hectáreas del Area Natural Provincial protegida de Pizarro (departamento de Anta), ocurrido a fines de junio de este año. “Romero: la reserva es de Salta y no se vende”, rezaba la bandera que mostraron frente la multitud.
El viernes por la noche hubo además otros momentos de emoción. Durante la actuación de la Bersuit, algunos que se repiten mágicamente cada vez que la banda inicia una canción, Mi caramelo por ejemplo: las chicas la hicieron propia y así la cantan. No hace falta que Cordera abra la boca. De ahí a la descarga eléctrica que recorre cualquier ámbito al momento de Sr. Cobranza: el público vomita la letra, acentúa el grito de “hijos de puta” y estalla cuando la canción estalla. El show de la Bersuit, además, ofreció momentos de una densidad sonora que emergen entre el aire festivo, carnavalesco y picaresco que tienen otras canciones suyas. Más temprano, Intoxicados había electrificado el ámbito del estadio, provocando una descarga emotiva del público que no volvió a verse, de semejante manera, durante el resto del festival. Parte de ello tiene que ver con el carisma natural de “Pity” Alvarez, uno de los más curiosos y atractivos personajes que han surgido en los últimos diez años. Con el pelo color zanahoria, anchas caderas y un manejo de la gestualidad que lo hace entablar rápido contacto con su audiencia, Alvarez va camino de convertirse en alguien importante en la escena nacional, si es que ya no lo es. Incluso cuando comenzó su actuación, una imagen que ocurría lejos del escenario, resumía el poder de su música: no más de 20 jovencitos, excitados con el inicio de la canción que proclama “chicos y chicas quieren rock”, saltaron una valla e ingresaron velozmente al campo, provocando un foco de conflicto. Una desmedida presencia policial dentro del estadio sofocó el intento de invasión que, vale mencionar, no traía ningún peligro para la seguridad de nadie. Sobre el final del contundente recital de Intoxicados, Alvarez introdujo la sorpresa de una referencia emotiva bien actual: a toda velocidad, repasaron Blitzkrieg Bop de los Ramones, en la semana en que se fue Johnny, el tercero de los flequilludos en un lapso de tres años. El público respondió en consecuencia, y el grito de “Hey, ho, let’s go” se pareció a una plegaria vital, desenfrenada.
El sábado, la oferta era triple. Por un lado, Molotov y su tremendo poder sonoro, con una formación móvil de dos bajos, guitarra y batería que también les sienta a sus cuatro integrantes. El clímax de su show, muy bien recibido por la multitud, ocurrió con la ya tradicional performance de chicas que mueven sus caderas y torso al ritmo de Rasta mandita. El remate de su faena vino con la versión de Queen de Rapsodia bohemia deformada al más gracioso “Rap, soda y bohemia”, y el energizante grito de “Puto”, toda una marca del estilo incorrecto, bocasucia y atronador de Molotov. Un rato después, Las Pelotas dieron cuenta de su estado de gracia artística con canciones que se volvieron muy populares y el aura que poseen, cada uno a su manera, Alejandro Sokol y Germán Daffunchio. La gran expectativa de la noche, sin embargo, estaba puesta en Babasónicos. El show comandado por el llamativo y siempre activo cantante Adrián Dargelos fue una avalancha de éxitos, canciones que se pegan a la piel y que llegan a los pies. Hay algo de llamativo en la utilización del lenguaje que contienen sus letras, casi siempre ligadas al romanticismo furtivo de una relación. Babasónicos tiene una canción titulada Soy rock, ahora nombre de sitio de Internet y de revista de actualidad musical, y en esa afirmación altanera pero contundente se resume buena parte de su atractivo, eso que los convierte en una banda de primera línea del momento. Incluso por ubicarse en la vereda estética de enfrente al dominante rock del aguante y la liturgia futbolera, sostienen una posición de privilegio en el panorama actual.
La tarde-noche de un domingo apacible y caluroso en la capital del Norte argentino se vio poblada de un tipo de distinto de procesión a la multitudinaria del miércoles, aunque igualmente fervorosa. Miles de chicos con sus remeras negras de Los Piojos caminaban hacia el estadio Delmi para vivir una experiencia que, tal vez, resulte única en sus vidas.