Jue 23.09.2004

ESPECTáCULOS

Los argentinos buscan su lugarcito en San Sebastián

El film El cielito, de María Victoria Menis, confirmó en la competencia oficial de San Sebastián que está destinado a una interesante carrera internacional. Debutó a sala llena.

Por H. B.
Desde San Sebastián

A sala llena debutó en San Sebastián El cielito, segunda de las películas argentinas en competencia oficial. Como había sucedido en la presentación de Roma y como sucederá seguramente con El perro (hay una gran expectativa alrededor de la nueva película de Sorín después de Historias mínimas, que hace dos años ganó tres premios aquí), la recepción de El cielito confirma que nuestro cine pisa muy fuerte este año en Donostia. La diferencia es, en tal caso, que mientras las películas de Aristarain y Sorín no hacen más que confirmar los antecedentes de sus realizadores, lo de El cielito resulta un descubrimiento. Y de los buenos.
Nada en los films anteriores de María Victoria Menis (El club de los espíritus patrióticos, de 1989, y Arregui, la noticia del día, de 2001) hacía esperar una película como El cielito. Esto va dicho tanto en términos de tema, tono y registro como de dominio y lucidez en la puesta en escena. La tercera película escrita y dirigida por Menis comienza en el campo y termina en plena urbe, manteniendo siempre una apuesta concisa, mínima y austera. Sin medios y sin empleo, Félix, veinteañero de origen humilde, llega a un pueblito del interior como parte de su vagabundeo. Allí traba relación casual con un trabajador de la zona, que le ofrece empleo en su casa. El forastero trabará con la familia la clase de relación incómoda que suele establecerse cuando el trabajo y la intimidad no borran del todo sus límites.
Hay cuentas pendientes entre el dueño de casa y su esposa, se adivina una corriente de insatisfacción matrimonial y en algún momento Félix será testigo de algún brote de alcoholismo y violencia. Por otra parte, entre la mujer y el muchacho surge una indudable tensión sexual. Sin embargo, lo que más parece importarle al visitante no es ella sino su bebé, en el que –paulatinamente va quedando claro– Félix encuentra un canal para expresar un afecto hasta entonces reprimido. Si hay un enorme mérito en el film de Menis, éste debe buscarse en el modo en que la puesta en escena se pliega al mundo de los personajes, lleno de cosas no dichas, sentimientos reprimidos y tiempos siesteros. Espléndidamente fotografiada por Marcelo Iaccarino y sabiamente escandida en planos generales, El cielito halla su originalidad en la extraña relación materno-filial que Félix (Leonardo Ramírez está perfecto) establece con el pequeño Rodrigo.
En la segunda parte, cuando la acción se traslada a la ciudad, puede ser que el marco y el contexto sean más habituales, incluyendo alguna barra de pibes chorros y derivando hacia un final que no escapa a la marca social. Pero en todo momento, Menis mantiene un registro atenuado, que no da entrada al menor subrayado dramático. Posproducida con intervención de capitales franceses y apoyo del Fonds Sud, está claro que El cielito (cuyo estreno en Buenos Aires se anuncia para el mes próximo) recién empieza una carrera internacional que se adivina larga y fructífera y puede esperarse que no se vaya de San Sebastián con las manos vacías.
Lo mismo podría decirse de los dos films de Extremo Oriente que se presentan por estos días en la competencia oficial, que desde formatos y propuestas bien distintas no hacen más que confirmar la excelencia del cine de ese origen. Yi feng mo sheng un ren de lai xin es el título original de la representante de China continental, pero quien no quiera complicarse la vida bien puede llamarla Carta de una desconocida, título con que se conoció en la Argentina la primera versión de la novela homónima de Stefan Zweig. Menudo desafío encaró la joven realizadora Xu Jinglei, que también protagoniza la película: no sólo el de filmar un melodrama hecho y derecho, sino afrontar además el peso de la versión anterior, cumbre del género, que hacia fines de los ’40 filmó en Hollywoodel maestro vienés Max Ophuls. Segundo opus de Xu Jinglei, su primer acierto consiste en haber traspuesto la historia, de la Viena de los últimos tiempos del Imperio Austrohúngaro a otro régimen agonizante: el de Chang Kai-sek, poco antes del ascenso de Mao. En ese marco tiene lugar esta historia de un amor tan imposible como absoluto. El recurso de la carta –leída por un donjuán, tras el fallecimiento de una enamorada a la que ni recuerda– sigue siendo devastador. Y el tiempo, la obstinación amorosa y el olvido siguen haciendo estragos en la sensibilidad del espectador. Exquisitamente fotografiada y con un travelling final llamado a ser el más memorable del festival, Yi feng... demuestra que no hay apolillamiento que valga, cuando el narrador cree como un fanático en lo que está contando.
Aplastante resulta también el dominio del relato que demuestra el coreano Song Il-gon en Geo-mi-soop (Spider Forest), una de esas películas cuyo grado de complejidad las hace casi imposibles de seguir. Empieza como un thriller sangriento e incluye varias muertes y una investigación. Pero nada más lejos de un thriller convencional que esta tela de araña que el cineasta tiende al espectador. Como en oleadas se despliega una trama de identidades duplicadas, capas de memoria (y de olvido), misterios insondables y, sobre todo, una estructura temporal y espacial que va revelando una forma espiralada y hasta concéntrica. Todo no sería más que un mero manierismo formal de chico demasiado virtuoso, si no fuera porque responde a la más estricta lógica interna. Hasta el punto de que este relato no podría ser contado de otro modo que no sea éste. Tan mareado como quien se baja de una montaña rusa del cerebro, el espectador sale de Geo-mi-soop con la sensación –casi palpable– de que la película que acaba de ver bien podría tratarse de una obra maestra. Pero también sabe que jamás estará en condiciones de afirmarlo del todo.

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