ESPECTáCULOS
“Siempre pensé que lo siniestro y lo encantador pueden ir juntos”
El director teatral Ciro Zorzoli explica el sentido de 23.344, una obra que utiliza el cigarrillo como disparador de conductas.
› Por Cecilia Hopkins
Convocado por el Centro Cultural Ricardo Rojas, Ciro Zorzoli realizó el montaje de la pieza ganadora de la última convocatoria de dramaturgia. Se trata de 23.344, obra de Lautaro Vilo, cuyo título se refiere a la ley que advierte al fumador, desde el mismo atado de cigarrillos, que “el tabaco es perjudicial para la salud”. Esta es la primera vez que el director trabaja con un texto dramático seleccionado antes de iniciar los ensayos de puesta, ya que sus montajes anteriores (entre otras, Living y Ars higiénica, esta última todavía en cartel) se basaron en textos no teatrales y fueron trabajados grupalmente. De todos modos, ésta no es una pieza de corte tradicional: “no se trata de una obra argumental –confirma Zorzoli en la entrevista con Página/12– y por eso tuve que tejer redes con los actores para encontrar un sustento dramático, más que discursivo”. Por este motivo, Zorzoli se propuso trabajar desde la incertidumbre, a partir del cuerpo de los intérpretes (no es un dato menor que los tres fuman) a la espera de memorias y soportes sensoriales de lo vertido en escena. El elenco está conformado por Pablo Cura, Pablo Gasloli y Diego Velázquez, la música es de Jorge Chiquiar, el diseño de luces, de Eli Sirlin, y la escenografía y el vestuario pertenecen a Marta Albertinazzi.
Uno de los elementos de peso en la puesta tiene que ver con la presencia del humo, una imagen llamada a evocar el placer que, para los personajes (al menos para dos de ellos) provoca el tabaco. Según apunta el director, “el cigarrillo, aparece en la obra, como un elemento recurrente con relación al tema de la construcción de la masculinidad. Y esto va más allá de la clase social a la cual se pertenece”. Zorzoli se refiere a unos ritos de iniciación que se concretan en forma colectiva, en el seno de rondas de amistades que parecen nacidas para durar toda la vida. Grupos que se afianzan a escondidas en el baño del colegio secundario o en el club, invariablemente alrededor de un pucho encendido. Sin embargo, los tres amigos (no se conocen sus nombres, sólo están individualizados por un número), además de compartir tópicos de conversación banales se avienen a manifestar detalles de sucesos, que van descubriendo una sensibilidad cruel, perturbadora. Así vuelven sobre situaciones del pasado en las que se alterna la traición con el ensañamiento, siempre con el más débil en la mira. Ya de grandes, los amigos comparten alguna tarde en un club de tiro o en un prostíbulo. Y aun cuando las muestras de mal trato continúan, el humor está presente, ya que para el director, “siempre termina siendo una ruta de acceso, porque permite una mayor comprensión de la realidad”.
En 23.344, mientras los treintañeros dialogan y monologan, alguno de ellos mecha en el discurso datos relacionados con los orígenes del cigarrillo, la industria del tabaco y el placer de fumar. Aparentemente, el reencuentro se produce después de transcurrido un tiempo, pero a pesar de no haberse visto, permanecen en ellos ciertos códigos de comportamiento aprendidos en la adolescencia: “Los personajes se vinculan mediante los lazos que los unieron desde la época en que se conocieron. Ya se sabe que la forma de comunicarse es diferente si son dos los que se encuentran o si se trata de un grupo”. Zorzoli encuentra que en 23.344 hay muchas zonas de indeterminación, por lo cual se vio en la necesidad de explorar lo que la obra no expresa abiertamente, “en todo aquello que los personajes no dicen para dejar al descubierto la punta de lo que podría ser un iceberg”. Pero Zorzoli aclara que él prefiere no cerrar sentidos ni abrir un juicio moral sobre los personajes de la obra. Y esto lo dice en relación con las escenas en las cuales aparece la violencia de un modo manifiesto. Ahí el director prefiere establecer una relación de simetría con ciertos discursos públicos que, más allá de sus contenidos nefastos, despliegan simpatía y seducción: “Yo pensé que lo siniestro y lo encantador pueden ir juntos porque lo inesperado, lo extraño, convoca al espectador”, explica.