Mar 28.09.2004

ESPECTáCULOS  › LAURA AZCURRA, DE LA PANTALLA AL TABLAO

“El flamenco es algo infinito”

La actriz cuenta su fascinación por el baile español, nacida mucho antes de su rol en Soy gitano, y que la llevó al lugar de bailaora principal del grupo Venlucía. “Este es un amor para siempre”, dice.

› Por Emanuel Respighi

Con las manos yendo de un lado a otro, remarcando con uno o más gestos cada frase que dispara, Laura Azcurra transmite una energía juvenil envidiable. Sentada frente al grabador en la entrevista con Página/12, a la colorada pareciera serle imposible tomar una postura pasiva o relajada. Su histrionismo se cristaliza en todo tipo de movimientos, que sólo detiene ante el pedido del fotógrafo. “Me puedo sentar, si quieres”, propone, en un castellano puro que evidencia la influencia española en su vida. Una influencia que desde hace un tiempo la llevó a dejar sus clases de tap y dar sus primeros pasos en el flamenco. “Una danza mágica, de la que me enamoré para siempre”, subraya la actriz, que todos los sábados a las 22.30 se sube al tablao de Cantares (Rivadavia 1180) como bailaora principal del grupo de flamenco Venlucía.
Actriz desde los 16 años –debutó en el film Despabílate amor–, la colorada de 23 se le anima a la danza flamenca después de más de cuatro años de estudio. “Pero mi verdadera vocación es ser actriz. Lo de ser bailaora es sólo un pasatiempo que disfruto mucho”, aclara la actriz, que actualmente forma parte del elenco de Floricienta. Pese a lo que la gente puede suponer, el interés de Azcurra por el flamenco no nació a partir de su participación el último año en el culebrón Soy gitano. “Lo de Soy gitano –detalla– fue un cierre perfecto, en el que pude combinar la actuación y el flamenco. Eran tantas las ganas de investigar sobre la comunidad gitana que cuando me enteré de que Suar iba a hacer una tira con esa temática lo llamé y le dije –muy caradura– que quería participar del programa.”
–¿Cómo nació el interés por el flamenco?
–Por curiosidad. Siempre que siento curiosidad por algo tengo que quitármela. Cuando estaba trabajando en Campeones, una productora me comentó que estaba por empezar a tomar clases de flamenco y probé. El flamenco siempre me pareció una danza muy atractiva y pasional. La música flamenca era muy familiar para mí, porque mis viejos escuchaban mucha música española. Es una danza mágica, tiene esa cosa de percusión con los pies que la hacen única. Yo hacía dos años que tomaba clases de tap, que me gustaba, pero me parecía un género muy superficial, muy yanqui. Muy diferente al flamenco.
–¿Qué descubrió en el flamenco que no encontraba en el tap?
–En primer lugar, que el flamenco tiene una teatralidad muy fuerte. Aun antes de que tomara clases, el flamenco me atraía por su teatralidad: la bailaora con esa cara de enojada, los músicos detrás y el cante que le canta a ella. El flamenco es como una minipuesta en escena, en la que cada músico tiene su momento diferenciado, pero integrado. El flamenco es como el teatro, en algún punto: no es individual sino que transcurre en grupo. Al principio creía que tenía que abordar el flamenco como una gitana, pero después me di cuenta de que era todo lo contrario, que tenía que bailar como cuando actúo: desde mi profundidad para afuera, pero no al revés. Y en cuanto a lo técnico tiene cosas muy difíciles, porque hay movimientos que son antinaturales: los codos se tienen que quedar quietos, las muñecas se mueven, los dedos hacen una cosa, la cabeza otra y la música sale de los pies. Como danza es muy rara: respeta las bases del clásico, pero también las quiebra mucho. Yo tenía una conciencia de la danza, porque toda mi vida estudié danzas, pero el flamenco fue un baile nuevo. Hay mucha técnica detrás y búsqueda. El flamenco es como el teatro: infinito. Eso es lo que a mí me flashea.
–¿El flamenco es una complementación de su búsqueda teatral?
–Son similares en el sentido de que son artes que se sienten dentro de uno y se expresan al público. A su vez, son dos disciplinas que necesitan compartirse. La diferencia, tal vez, es que en la danza sólo habla tu cuerpo. En cambio, en el teatro, la palabra también refuerza lo que el cuerpo hace. El flamenco es como un descanso para la verborragia que tengocomo actriz. Se complementan, hay cosas teatrales que le pongo al baile: las miradas, los gestos, el cachondeo...
–Usted es una mujer muy histriónica, ¿encontró en el flamenco el lugar ideal para canalizar esa expresividad natural, que no siempre logra desplegar en la TV?
–La TV es un trabajo, un entrenamiento técnico y emocional, que está buenísimo. Pero no es mi vocación trabajar en TV. Mi vocación es el teatro. Ser bailaora es un pasatiempo que amo. Venlucía es un grupo de experimentación en el que me siento contenida. Siento que mi baile tiene que ver con esta búsqueda y sentir que nosotros tenemos del flamenco. Nosotros no pretendemos ser gitanos ni que nuestro flamenco suene como el de España, por la simple razón de que no somos gitanos ni españoles. Nuestro flamenco es un flamenco rioplatense, que respeta los tiempos y el compás del flamenco puro, pero no tiene un cante andaluz, ya que nuestro cantante es santafesino. No pretendemos copiar, sino hacerlo autóctono.
–¿Cómo es recibida esa identidad rioplatense entre la comunidad gitana?
–Hay mucho prejuicio. Nosotros bailamos con muchísimo respeto desde hace mucho tiempo. Pero nunca vamos a ser un espectáculo gitano, porque no tenemos las mismas imágenes, los mismos olores y los mismos colores que ellos. Ni la misma idiosincrasia. Nosotros somos estudiosos del flamenco, porque no tenemos la sangre del flamenco en nuestros genes. La comunidad gitana es muy cerrada. No sonamos gitano puro. Nuestro flamenco es lo que sentimos. Así como una pareja de noruegos puede bailar tango, o dos chinos sevillana. Es raro, pero nadie niega que esas parejas sienten esas músicas. Eso es lo que vale.

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