ESPECTáCULOS
› OPINION
De los naranjazos a la paz
› Por Eduardo Fabregat
De un modo curioso para un país en el que el enemigo siempre estuvo claramente en otro lado, durante demasiado tiempo los festivales argentinos incluyeron escenas poco felices. Los V8 reputeándose con los “hippones” del BA Rock. Miguel Cantilo tocando ante un auditorio que le daba la espalda en Prima Rock. Daniel Melero esquivando naranjazos, monedazos, choclazos. Viuda e Hijas bajo una lluvia de escupitajos en La Falda, usina de despelotes que incluyó el célebre saqueo al escenario de un Charly García desatado. Miguel Abuelo con la ceja partida en el Rock & Pop. Intolerancias, corridas, problemas de organización, trifulcas generalizadas por un espíritu más propio de la barra brava que de un rock local al que cada revés le costaba el retroceso de varios casilleros.
Sólo un cambio generacional y de perspectiva permitió que los festivales pudieran volver a ser una alternativa viable, y la crisis hizo el resto: pocas ofertas más tentadoras para el bolsillo medio que una cabalgata de grupos por el precio de una entrada. Aunque todavía hay quien enarbola ridículos gritos de guerra como “Luca no se murió, que se muera Cerati, la puta madre que lo parió” o “El Indio se la come, Cerati se la da”, parece claro que el público argentino terminó adoptando el mensaje de convivencia que bajaron siempre los músicos. La mejor noticia del Quilmes Rock 2003 pasó por su buen saldo artístico, pero también porque el encuentro en River quedó huérfano de escándalos. Hoy por hoy, aquel a quien no le interesa lo que sucede en el escenario pone su atención en otra cosa, y cada cual vive su fiesta en paz, y en todo caso la impaciencia por ver al próximo artista no se traduce más que en silbidos o indiferencia. A partir de hoy, el oktubre rockero sentará sus reales en el barrio de Caballito, con una oferta multiestilística como pocas veces se vio. De no mediar ninguna rareza, esta vez Crónica TV debería dejar guardadas las placas rojas en el armario.