ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A LA ACTRIZ Y DIRECTORA INES SAAVEDRA
Las palabras suben a escena
En su propia casa, que funciona como sala teatral y taller, está presentando Divagaciones, un montaje inspirado en la escritora Silvina Ocampo, representada por cinco actrices.
› Por Cecilia Hopkins
Creadora de la exitosa Cortamosondulamos, basada en tres cuentos de Silvina Ocampo, la actriz y directora Inés Saavedra consolidó su formación teatral junto a Helena Tritek, iniciándose en una forma de teatro muy próxima a la literatura. Bajo su dirección intervino en las puestas de Girando Girondo, Pessoa persona y La leyenda de Eldorado, sobre escritos relativos a la conquista americana. Como una forma de autogestionar sus proyectos, hace tres años Saavedra abrió una sala en su propia casa. Allí piensa realizar talleres literarios especialmente dirigidos a actores, “para que todos puedan generar un monólogo, espectáculo unipersonal o encontrar el germen de un futuro espectáculo a su medida”, según cuenta en una entrevista con Página/12. “Me interesan los grupos de lectura a partir de los cuales se pueda crear una red para que el actor pueda arribar al propio trabajo –detalla–, porque todos queremos hacer Chejov y Shakespeare, pero son tantos los requerimientos que nunca encontramos cómo realizar esas puestas.”
Saavedra acaba de estrenar, en el doble rol de directora y actriz, un nuevo montaje inspirado en la misma Ocampo. Divagaciones puede verse todos los sábados y domingos en su casa-taller de Medrano 1360. Allí, son cinco las actrices que representan diversos momentos de la vida de la escritora o “diferentes colores e instancias de sus etapas creativas”, como ella prefiere definir. El elenco está integrado por Diana Szeinblum, Martha Billorou, María Marta Guitart y Sol Lebenfisz, además de la propia Saavedra. Ambienta el espacio la iluminación de Ricardo Sica y la música de Tatiana Pinchuk, cellista y también responsable del strudel con que se convida al público antes de la función, en el saloncito contiguo al patio que oficia de sala. De los cinco “colores” definidos por la directora, ella misma asume el negro, “la sumatoria de todos los otros, el que representa la etapa dark de Silvina, cuando ya tiene puestos los anteojos negros y está más allá de todo”.
Después de una primera etapa de investigación, lectura y rescate de textos inéditos de la autora, Saavedra y Guitart, quien ya la había acompañado en la puesta anterior, comenzaron a componer la dramaturgia. La fórmula que acordaron utilizar consistió en armar series de monólogos y diálogos a partir de la unión de frases y versos extraídos de cuentos, reportajes y poesías. Así, las actrices ocupan el pequeño espacio mientras discurren consigo mismas y hasta pareciera que conversan, aunque el espectador advierte que estos personajes no comparten el mismo tiempo y espacio. “Es como un largo monólogo atravesado por distintas voces, una nueva estructura desde donde los versos y dichos de la autora dialogan entre sí y se dejan apreciar de otra forma”, define Saavedra.
–¿Cuáles son los temas desde los cuales se unifican los fragmentos?
–Hay temas recurrentes en la escritura de Silvina Ocampo y cada uno tiene resonancias muy hondas en toda la obra. Un tema que se repite tiene que ver con la capacidad de presentir lo que ocurriría en un futuro (ella presintió en dos de sus poemas tanto la muerte de su hermana Clarita como la de la hija que adoptó con Bioy Casares, que ocurrió dos meses después de su propia muerte). El miedo, para mí, es un tema estructural en su obra: “siempre tengo miedo porque soy valiente”, dice en un verso suyo. Ella reconoce que el miedo es un motor, incluso para llegar al conocimiento. Un cuento que precisamente se llama “El miedo” se lo dedicó a Alejandra Pizarnik y es, para mí, el relato de un ataque de pánico. Después, hay temas comunes a otros autores, como el amor y la muerte.
–¿Cuáles eran las obsesiones de la escritora que refleja la obra?
–Una es la que da nombre al espectáculo, la actividad de divagar: ella se reconoce como una mujer con tiempo, que puede permitirse ponerse a divagar. Y escribir. Desde muy chica ella escribía como una condición de vida, como si respirara. Escribía, en realidad, para no tener que hablar,porque también se reconocía como una mujer muy tímida y sabía que desde la escritura era desde donde podía decir realmente lo que pensaba. Otra obsesión fue la vejez, el deterioro, la enfermedad, el paso del tiempo. Y la pérdida de la belleza, aunque ella nunca se sintió hermosa: Silvina era desaliñada, diferente a su hermana Victoria, que tenía una belleza impactante. Otra de sus actividades recurrentes era ejercitar su capacidad de observación. Pero no solamente observaba sino que también perdonaba, porque nunca hacía juicios de valor: para ella nada era bueno ni malo en sí mismo.
–Cuando ese punto de vista predomina, su escritura adquiere un cierto carácter infantil.
–Ella tenía fascinación por el mundo infantil y escribió cuentos para niños, extrañísimos, en La naranja maravillosa, por ejemplo. Silvina siempre retorna al paisaje de la infancia, que para ella representó un lugar de gran soledad. Y esto se debió al hecho de haber sido la menor de seis hermanas, criada por mucamas y costureras. Desde esa soledad, ella se da cuenta de los hilos invisibles que atraviesan la casa, “la vida de las palabras que no se dijeron”.
–¿Qué particularidades encuentra en la expresión de lo maravilloso en su obra?
–La condición de lo maravilloso para mí tiene que ver con un mundo paralelo que ella construye. Así, las muertes, los fracasos, el amor no correspondido pasan a otra dimensión, adquieren una condición que los pone en un espacio único y los saca de la mediocridad. Es cierto que también tuvo etapas surrealistas, pero en realidad Silvina nunca adhirió a ningún “ismo”. Estaba más allá de todo, y en eso se diferenció mucho de su hermana Victoria, porque nunca levantó ninguna bandera.