Mar 05.10.2004

ESPECTáCULOS  › LAS PELOTAS, LEON GIECO, INTOXICADOS Y MOLOTOV, EN EL QUILMES ROCK

Rocanrol y memoria activa

Más de 20 mil personas disfrutaron de la tercera jornada del festival, que combinó estilos y actitudes escénicas.

› Por Esteban Pintos

La tercera tarde-noche del primer fin de semana de rock en el estadio de Ferro Carril Oeste volvió a mostrar una multitud de más de 20 mil personas cubriendo el flamante rockódromo de Caballito –la cancha propiamente dicha y su escenario principal, la cancha auxiliar con sus stands y otros dos escenarios–, ciertos repetidos problemas de sonido –esta vez los sufrió Intoxicados, sobre todo– y una saludable combinación de estilos y actitudes escénicas. Del fresco descontrol rockero que destila a su paso Intoxicados, con su expresivo líder Cristian “Pity” Alvarez al frente, a la memoria activa que representa en todo momento León Gieco, algo así como el guía espiritual de las muchedumbres rockeras argentinas. De los mexicanos bocasucias de Molotov al linaje dark de Las Pelotas, invocando a Luca Prodan desde que se plantaron sobre el gigantesco y primermundista escenario principal. Un rato antes, Massacre –una banda que marchó y sigue su camino completamente por afuera del establecimiento que propone este festival– había levantado la temperatura de su corto set con una poderosa versión de Estallando desde el océano, también de Sumo. En el mismo plano de contundencia sonora, dos emergentes de la escena local, como Carajo y Cabezones, electrificaron el anochecer a puro guitarrazo. Al fin y al cabo lo que los chicos y chicas, que se agitaban debajo del escenario, habían ido a buscar.
El último show de la fría noche del domingo comenzó con Yo quiero a mi bandera, clásico a prueba de todo de Sumo, honrado por una salva de fuegos artificiales que iluminaron el cielo. Satisfacción garantizada: durante más de una hora y media, Las Pelotas cumplió con solvencia y sangre frente a su relativamente nuevo status de banda de primera línea, con hits y creciente convocatoria. La constante fricción escénica entre el guitarrista Germán Daffunchio y el cantante Alejandro Sokol (los sobrevivientes de Sumo), sostenidos en una sólida base instrumental provista por Gustavo Jove, Gabriela Martínez, Tomás Sussman y Sebastián Schachtel, más un puñado de buenas canciones –lamentos oscuros que se pierden en la noche y brotan como pequeños exorcismos contra diablos interiores– construyeron el actual momento de gracia artística que atraviesan. Entre las imágenes agigantadas de ellos mismos y una serie de motivos visuales que ilustraban las canciones, provistas por la fenomenal pantalla que preside el escenario (y que es una de las vedettes de este festival), recorrieron canciones de su exitoso Esperando el milagro y viejos clásicos que levantaron a una multitud que lucía predispuesta a la fiesta, aunque algo cansada luego de tantas horas y tanto rock. El domingo se cayó encima de la multitud cuando sonaron los últimos acordes de El ojo blindado, como para que todos volvieran contentos a casa y enfrentaran la semana. Otra vez Luca Prodan y su estela como bálsamos para afrontar la batalla de todos los días, lejos de salas VIP, pantallas gigantes y deportes extremos.
León Gieco enfrentó a la multitud cinco minutos antes de las 9 de la noche, con su versión a capella de Cinco siglos igual, provocando un instantáneo momento de quietud y reflexión. Pero no era un sermón, claro. Ese arranque, que incluyó seguidamente La memoria y De igual a igual, volvió a ratificar esa condición de padre de la conciencia rockera argentina que ostenta Gieco. En tres canciones pasó revista a los grandes temas de la Argentina y los argentinos: la conquista española, el genocidio de los pueblos originarios, la dependencia, el dolor de las injusticias, las Madres, las bombas, las empresas multinacionales que se llevan todo lo que pueden, los inmigrantes “ilegales”. Como bien dice su canción, todo está guardado en la memoria. Así opera Gieco para esos chicos que fueron a sacudirse con Las Pelotas, Molotov, Intoxicados, Carajo, Cabezones y otros tantos: él es la memoria, el cronista implacable (posteriormente, en la conferencia de prensa, pidió “libertad para Castells”). Pero antes de León y Las Pelotas hubo riesgo de rock sobre el escenario principal. Intoxicados, debe decirse, es la banda en forma y con mayor proyección del rock argentino 2004. Suenan bien, son lo suficientemente desfachatados para hacerse fuertes en cualquier escenario, tienen un joven guitarrista con mucho por hacer (Felipe Barrozo, 20 años, un pequeño Pity) y, claro, tienen a Pity Alvarez. Un tornado de pelo color zanahoria capaz de ganar ovaciones con un par de gestos, sin necesidad de discursos demagógicos ni lucimiento de camisetas de fútbol regaladas por alguna estrella en Europa. Que, además, escribió un par de las mejores canciones de los últimos tiempos del rock argentino, como Está saliendo el sol (homenaje a Calamaro, ausente con aviso) y Una vela, el primer hip hop argentino para los tiempos del paco y la maldita policía.

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