Jue 14.10.2004

ESPECTáCULOS  › LA MALA EDUCACION, LA NUEVA PELICULA DEL ESPAÑOL PEDRO ALMODOVAR

El pecado, en clave de cine negro

Recargado, lleno de giros argumentales, el film protagonizado por Gael García Bernal remite a la primera época del director.

› Por Luciano Monteagudo

No parece apenas anecdótico que Pedro Almodóvar confiese que La mala educación era una película con la que cargaba como una penitencia, un film que venía gestando desde hacía años, décadas incluso y que, de no haber tomado finalmente la drástica decisión de hacerla, hubiera seguido incubando, como una enfermedad. Hay algo verdaderamente oscuro en La mala educación y que no tiene que ver sólo con su complejísima trama, tejida como una apretada madeja, y ni siquiera con la configuración de film noir que el propio Almodóvar decidió conferirle a su película, sino con la impresión de que se trata de un proyecto más íntimo, más personal que los que venía haciendo últimamente y que remite a algunos de los títulos de su primera época, a comienzos de los años ’80, como Laberinto de pasiones, Entre tinieblas y sobre todo La ley del deseo.
La mala educación es un film de una materia novelesca y enrevesada (por momentos quizá demasiado), con varias historias superpuestas, pero una particularmente urticante para el clero: la de dos chicos que descubren el amor y el miedo en una típica escuela religiosa de comienzos de los años 60, y que tiene su origen en algunos recuerdos de infancia del propio Almodóvar, cuando descubrió que “en el internado no se hacía notar Dios, sino las debilidades humanas”.
“A un niño de diez años no se le ‘quiere’, se le abusa”, le reprocha el travesti Zahara (Gael García Bernal, el galán mexicano de Y tu mamá también, Amores perros y Diarios de motocicleta, aquí completamente transfigurado) al cura que durante su paso por el internado no sólo se ocupaba de darle clases de literatura. El padre Manolo (interpretado por otro reconocido actor mexicano, Daniel Jiménez Cacho, un rostro frecuente en el cine de Arturo Ripstein) supo perderse por ese chico, de quien atesora una foto en la sacristía y que ahora, en plena movida madrileña, vuelve convertido en una femme fatale, dispuesto a cobrarle una vieja deuda.
“Todas las películas, al menos las mías, son muy personales, pero no de una manera directa o anecdótica”, afirmó Almodóvar ante la curiosidad, casi malsana, de la prensa reunida en mayo pasado en Cannes, donde la película tuvo su estreno mundial. En todo caso, La mala educación parece representar a Almodóvar de una manera esencial, por una época –la “movida”– que vivió de manera muy intensa, por unos escenarios y personajes a los que conoció muy de cerca (entre ellos un director de cine interpretado por Fele Martínez, que es el coprotagonista del film y parece su propio alter ego) y por un tema al que nunca renunció –el de la pasión amorosa– y al que ahora vuelve con otra distancia.
Intentar describir someramente el argumento de La mala educación no sólo sería una traición al film sino también casi un imposible, al punto de que en la información de prensa al propio Almodóvar esa tarea le lleva casi cuatro hojas. Baste con señalar que hay por lo menos tres historias paralelas que van confluyendo, como un círculo concéntrico marcado por la fatalidad, en una sola historia. Como siempre en el cine del director de ¡Atame!, hay momentos de dolor mezclados con ráfagas de humor, homenajes velados o abiertos (en este caso a Sara Montiel, un icono de la cultura gay española), una fascinación por cierto erotismo que Almodóvar encuentra en la liturgia católica y la debilidad de siempre por el melodrama, esta vez tamizado por algunas constantes del film noir.
El cine de Almodóvar siempre se caracterizó por su carácter aluvional, por sumar siempre antes que restar, por preferir el exceso antes que el rigor. En este sentido, La mala educación también es una obra inconfundiblemente suya. Pero esta vez, también y más que nunca, parece pesarle un guión extremadamente recargado, que da tantas vueltas sobre sí mismo que a medida que se acerca a su final no va creciendo en intensidad sino, por el contrario, vaciándose de sentido. Parecen demasiadas películas en una misma película, y no todas son igualmente virulentas o interesantes.

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