ESPECTáCULOS
› ESCUADRONES DE LA MUERTE: LA ESCUELA FRANCESA
Un documento estremecedor, un ejemplo de documental
Desandando el camino que fue de Argelia a la Argentina, Marie-Monique Robin desata la oscura madeja de los represores.
› Por Horacio Bernades
Es como tirar de un hilo y seguir tirando, hasta que salga el ovillo entero. Si hubiera que reducir a una sola cosa el secreto del periodismo de investigación, sería a eso, tirar del hilo. Cuanto más se tire mejor será la nota, el programa, el documental. Escuadrones de la muerte: la escuela francesa es un ejemplo modélico. Su realizadora, Marie-Monique Robin, empezó investigando el Plan Cóndor, de allí pasó a la pista francesa (el carácter formativo que para las dictaduras latinoamericanas de los años ’70 tuvo la doctrina de guerra contrarrevolucionaria, gestada en Indochina y Argelia durante los 50) y terminó haciéndoles confesar a los militares argentinos y chilenos, en cámara, que habían secuestrado, torturado, asesinado y desaparecido.
Cartón lleno: ¿qué más se le podría pedir a un documental de investigación? ¿Que genere efectos directos en la vida pública? Pues bien, eso es lo que Escuadrones de la muerte produjo en julio pasado, cuando José Albano Harguindeguy –ex ministro del Interior de Videla– debió comparecer en Tribunales, como consecuencia de sus declaraciones a Mme. Robin. No es para menos. “En la Argentina participaron todas las Fuerzas Armadas, sin que existieran fuerzas especiales”, dice Harguindeguy en un momento de Escuadrones de la muerte, desbaratando en una sola frase aquella coartada de los “errores y excesos”. Por si no quedó claro, completa el ex ministro: “Cada área de responsabilidad, cada zona, cada subzona, tenía gente con la que accionaba, entrando a las casas, allanando, deteniendo, y de ahí pasaban a centros de detención, donde se hacían los interrogatorios”.
Lo que le faltó a Harguindeguy fue contar qué pasaba después de los interrogatorios, hablar de los famosos “traslados”. Para eso está el general Díaz Bessone, uno de los más altos responsables de la dictadura. “¿Cómo puede sacar información si usted no aprieta, si no tortura?”, se pregunta el ex ministro de Planificación frente a la cámara de Robin. Y remata: “En cuanto a los desaparecidos, supóngase que hubo 7000 (...) ¿Usted cree que hubiéramos podido fusilar a 7000? (...) Se nos hubiera venido el mundo encima”. ¿Cómo hizo esta mujer para obtener semejantes declaraciones, como también las del famoso general Contreras, ex jefe de la policía secreta de Pinochet, que asegura que en su país “no hubo desaparecidos, los matamos a todos”? ¿Cómo se ganó la confianza de esta gente? Según dicen, se hizo pasar por periodista de derecha. Con esa argucia elemental, casi infantil –y ayudada en algún momento por alguna cámara sorpresa– les hizo pisar el palito a estos cerebros y brazos de la aniquilación. Chapeau, Mme. Robin.
Como una aventura apasionante, Escuadrones de la muerte viaja desde las callecitas de la casbah (en fragmentos tomados de La batalla de Argelia) hasta la paradisíaca isla en la que un ex mercenario de derecha (que habría tenido participación crucial en el secuestro de las hermanas benedictinas Alice Dumont y Léonie Duquet) descansa tranquilamente. En el medio, ex represores a los que Mme. Robin parece haberles suministrado el suero de la verdad, ex agentes de la OAS tranquilamente reconvertidos en dueños de comercios (en la Buenos Aires actual) y una parejita de ancianos, criminales de la guerra de Argelia que, desde una quinta en medio del campo argentino, dicen, felices y sonrientes: “Este país esextraordinario”. De unos a otros el ovillo se va destejiendo, ante los ojos del espectador asombrado.