Lun 18.10.2004

ESPECTáCULOS  › LOS ESPECIALISTAS QUE ACTUAN EN LAS DEMANDAS POR PLAGIO

Y ahora, los cazacopiones

Es una nueva raza profesional que congrega a especialistas: los detectores de plagios en la TV. Provienen del Derecho, la Comunicación y el corazón mismo de la televisión.

› Por Julián Gorodischer

El delirio de “autor” se extiende como moneda de cambio en la TV, allí donde muchos se sienten robados, plagiados, copiados. Donde faltan ideas originales, y se promueve la repetición en serie, surge una raza profesional que mira agudamente y queda emparentada con el detective o el rastreador. Nace el cazacopiones (o detector de plagios) cada vez que una productora o un juzgado necesitan consultar a expertos para atrapar al ladrón. Ellos provienen del Derecho, el guión televisivo o las Ciencias de la Comunicación, y se dedican a evaluar un parentesco, desmenuzar un programa, cotejar estructura y personajes hasta brindar una opinión: ¿hay robo? La misión es difícil: “En la tele se trabaja con arquetipos –asume la investigadora Nora Mazziotti, autora de La industria de la telenovela—; todos los héroes tienen elementos que se parecen”.
La industria televisiva tienta al abogado picapleitos, que vio el filón y cree ver plagios en toda comedia costumbrista o cualquier telenovela. Se recuerda el caso del boxeador que acusó robo a sus memorias en la tira Campeones, de Pol-ka. Allí es donde el cazacopiones actúa como filtro en vez de alentar la demanda. Como perito judicial o consultor de una de las partes en conflicto, dará su veredicto: “El boxeador entendía que le copiaban sus memorias profesionales –recuerda María Teresa Forero, guionista y cazacopiones–. Pero en ese texto no había conflicto y se mostraba lo que le pasa al 99 por ciento de las personas que pelean. Hay que estar atentos a todo, encontrar en qué se pone el acento sin quedarse en superficie”.
Sus informes no siempre tienen tenor legal: a veces el cazacopiones es contratado por una productora para luego generar estrategias judiciales. Forero intervino, a pedido del juzgado, en el caso de PNP versus TVR, y lo recuerda en términos titánicos. “Vi 120 horas de PNP; estudié hasta el uso de los colores.” No será posible preguntarle por una toma de partido: ¡es confidencial! Ella fue una de las más célebres escritoras de TV de los ‘80, creadora de éxitos como Clave de Sol y Pelito, que podrían tomarse como el germen de todas las comedias juveniles posteriores. Sin embargo, y pese a su flamante rol como detectora de plagios ajenos, nunca se le ocurrió iniciar una demanda. “¿Si me preocupa que me copien? –dice, desconfiada de la existencia de un ‘autor’– ¿Acaso no hay un adolescente rebelde en todos lados? Son personajes universales.”
“Un buen cazacopiones siempre decide ir un poco más atrás: hacia los clásicos, las fuentes. “Debe ser una persona culta”, dice Forero, que dejó de escribir guiones y se puso a analizar videos sin tregua. Para el abogado Oscar Finkelberg, especialista en Derecho de Autor, será condición de un perito talentoso no separarse de las condiciones que el Derecho impone al oficio: “Para que haya plagio tiene que haber una obra con mínimos requisitos de originalidad y novedad: sin ellos no hay obra protegible. Se daba mucho en programas de preguntas y respuestas que el supuesto plagiado no lo era porque carecía de originalidad, no tenía el sustento fundamental”. Entonces, la TV dificulta el trabajo al cazacopiones, que observa reiteraciones permanentes. Hay, en la pantalla, unas pocas ideas que decretan el fin de la imaginación y estimulan “a las aves negras –dice Mazziotti–, abogados que son como cuervos hasta en el physique du rol, y llegan con sus trajes grandes, puños sucios, mangas gastadas”. Allí se hace fuerte la cuestión de la “responsabilidad” de todo cazacopiones. “Las vidas de médicos –agrega– tienen motivos que se repiten. Y al verdulero es lógico contarlo siempre en el mercado. Sólo porque se repita el modelo de pareja que se pelea y se amiga no hay plagio: hay que ir a los clásicos, salirse de los litigantes. Pero ni siquiera Victor Hugo inventó nada.” En los cazacopiones se percibe un aire de modestia. Les cuesta, a ellos mismos, pensarse como “autores”, al modo de las demandas que afrontan mensualmente productoras como Pol-ka, Ideas del Sur o PPT (Pensado para Televisión). Es que, como dice el semiólogo Rafael Blanco, del Instituto Gino Germani, la noción de autor como alguien que dice algo por primera vez no existe. No es posible crear desde la nada. En ese marco, ¿cómo fundamentan su tarea los cazacopiones?
Muchas veces, desde el escepticismo. “En su mayoría los fallos desestiman las pretensiones de plagio –asume Oscar Finkelberg–, porque las obras carecen de originalidad. O porque se trata de formas necesarias que se reiteran por modalidades del medio, como la estructura del noticiero.” O desde la prudencia que separa a la copia de la pertenencia a un género. “Yo fui una de las perpetradoras de la invasión de niños a las tiras con una estructura simple que nunca se estaciona largo tiempo en lo mismo. Se sabe que un chico pide la patineta y después quiere el aro de basquet. Pero no por verlo en otras tiras me voy a sentir plagiada.” Pero, ante todo, el oficio se ejerce con la honestidad de conocer un juego de poderes desiguales. “Si Endemol demanda a un programa –dice Mazziotti–, seguro se levanta del aire. Si un particular se siente copiado, no hay duda de que el proceso será más lento.”

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