ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA A MARIA FUX, LA BAILARINA
QUE DESCUBRIO LA DANZA OCULTA EN CADA PERSONA
“La búsqueda en la vida se nutre de dudas”
Su nuevo espectáculo, en el C. C. de la Cooperación, es una suerte de “biografía danzada” de una artista que hace historia.
Por AnalIa Melgar
Hablar de María Fux es hablar de un mito. Es hablar de la artista que se construyó a sí misma, que se hizo sola, sin otros maestros ni guías que su propia intuición. Esta bailarina argentina de danza contemporánea es la pionera que durante años desafió críticas e instituciones que desautorizaban con gesto ácido sus ideas innovadoras. Tesón, lucha y convicción forjaron una personalidad avasallante. No de otro modo podría haber logrado llevar sus pies descalzos y su danza silenciosa al mismísimo escenario del Teatro Colón en la década del ’50. En su contextura menuda se inscriben capítulos fundamentales de la historia de la danza argentina. Y lo sabe. Sin soberbia, y sin falsa modestia tampoco, sabe que inventó un modo de bailar surgido de la nada, rotundamente original, sabe que la lista de sus alumnos incluye desde Norman Briski a Marilú Marini, desde Sonia López a Ana Kamien. Sabe que su metodología –la danzaterapia– se enseña en Callao y Sarmiento, pero también en las sedes estables de Milán, Florencia, Trieste, Catania y Zaragoza.
La danzaterapia entiende que todos los seres humanos tienen necesidad y derecho a expresarse libremente mediante su instrumento más accesible: el propio cuerpo. La señora ama de casa, el hipoacúsico, el que se desplaza en una silla de ruedas, el musculoso, la de curvas pronunciadas, los de coeficiente intelectual altísimo y los no tanto, los excluidos y los exitosos, los que les faltan un par de jugadores, los que caminan con bastón y los que habitan una acolchada placenta: todos pueden bailar. Lo único que necesitan es una ayudita, un estímulo. La generosidad infinita de María le demostró que el mejor modo de despertar al artista interior dormido es hacerlo con respeto y paciencia. Así, sus clases logran que el que antes decía “Yo no puedo bailar, yo no sé bailar” descubra movimientos insospechados. La fórmula secreta consiste en retornar a los elementos más sencillos: la tierra, el agua, las formas de los vegetales, los puntos, las líneas, los colores pronto despiertan la danza.
Si hoy las propuestas de María son provocadoras, sesenta años atrás eran revolucionarias. Es 2004 y María continúa bailando y formando profesionales. Deja transcurrir su figura de 82 años, flexible como un junco, entre los lugares que la cobijan: su casa, su estudio, el escenario y la palabra. Porque no sólo desarrolló un lenguaje físico sino también un discurso efectivo que la resguarda. María habla y se abre un enorme diccionario sobre la vida y el arte. Bella, seductora, se esconde detrás de unos ojos risueños; a preguntas ríspidas responde con una pausa elocuente o un zigzag que esquiva los puntos conflictivos. Son pocos, porque María está feliz y tiene un nuevo espectáculo que la colma de emoción y una pizca de nervios. Irreverente, desafiante, como ella misma, se llama Después de los ochenta, ¿qué?, y se ofrece los jueves de octubre, a las 20 hs, en el Centro Cultural de la Cooperación.
–¿En qué consiste el espectáculo?
–Es una biografía danzada. Danzo las experiencias que fui recogiendo en mi vida. Estoy sobre el escenario para contar cómo llegué a los 80. Comienzo agradeciendo a mis ancestros. Luego repaso los nudos que marcaron mi cuerpo, las caídas y las recuperaciones. Los veinte integrantes de mi grupo “Danzaterapia hoy” se hacen presentes con sus pies –que son como nuestras raíces–, cada uno con sus dificultades y sus posibilidades. Después, como siempre me ha interesado el silencio –aunque el silencio absoluto no existe sino que mi memoria musical está llena de sonidos, de ruidos, de palabras–, una muchacha danza su propio silencio porque ella lo vivencia cada día. También, por mis orígenes hebreos, bailo con la risa; y bailo con mi sombra que no me deja sola; y danzo la ternura; y bailo el amor y la poesía. Pero están mis límites y los límites de los otros, y me transformo en tres personajes: uno que no mueve las piernas, otro que no mueve los brazos, otro que mueve completamente. Y así llego alos 82, cumplo mi destino y los sueños, que ya no me pertenecen, y los entrego a través de un enorme elástico que va ligando a todo el grupo.
–¿Cómo vivencia las diferencias entre bailar hoy y bailar años atrás?
–Es muy diferente bailar ahora. Porque, llegada a la madurez, utilizo mis propios límites que el tiempo coloca en mí, y advierto posibilidades que no tenía a los veinte. Tengo una mayor comprensión, no sólo de mi cuerpo sino de mi entorno, de la sociedad donde vivo, de la que formo parte. Cada mañana reconozco mis transformaciones y las utilizo para seguir viviendo y danzando. El día que no dance, ese día no estaré...
–Así imagina sus próximos años, bailando...
–Sí, bailando y entregando la experiencia a los otros. Mi deseo más enorme es irme absolutamente vacía, desnuda, sabiendo que, no solamente mi vida es un sueño cumplido sino que otros danzarán cuando yo no esté, con lo que les voy dejando. Ese es mi camino...
–¿En sus espectáculos, cómo es la relación entre el público, su danza y la de su grupo, integrado por algunos bailarines con discapacidades?
–Cuando yo danzo, registro que estoy en el teatro, el lugar que amo tanto, y se produce un encuentro con esa masa oscura donde sé que hay un montón de ojos que me miran y yo siento que mi cuerpo es el cuerpo de todos. Yo estoy danzando la vida, la vida que está dentro de mí, pero la vida nos pertenece a todos. Entonces, el grupo es como mis brazos, mis piernas, mi sangre, mi respiración. Siento el traspaso de la emoción de ellos hacia mí y de mí hacia ellos. Participamos en igualdad de condiciones. Para este espectáculo, si bien yo hice el texto, la coreografía, elegí los temas musicales y el sentido general, en el escenario somos todos iguales.
–¿Qué es la danzaterapia?
–Es decirle al cuerpo “Sí, puedo”, aún con sus propios límites; es explorar los lugares que no se conocen; es compartir, con la gente que tiene más problemas, la búsqueda, extraña y maravillosa, de ese algo del cuerpo que siempre es posible que se mueva.
–¿Qué es la danza clásica?
–Es un pasaje importante pero un pasaje que, finalmente, grandes artistas como Julio Bocca o Maximiliano Guerra han sentido la necesidad de atravesarlo. El arte no puede vivir lejos del mundo que le toca vivir. No vivimos en cortes de príncipes encantados, ni creemos que Pegasos voladores nos llevan a un castillo de ensueño. Eso es una etapa concluida. La vida es un cambio permanente. Yo vivo lo que sucede en el mundo. Las imágenes de lo que pasó en la escuela de Rusia no se me van a olvidar nunca. Me siento parte de la injusticia; me atormenta que los chicos estén en la calle y los ancianos sin un lugar para dormir. Es verdad que no puedo hacer todo, pero, con lo mínimo que puedo hacer a través de mi arte, en la Argentina y en el extranjero, doy esa parte de vida que me toca. Lo que pasa es que las personas que trabajamos en danza contemporánea, es decir, danza a la altura del siglo que nos toca vivir, no tenemos la suficiente difusión. Pero no importa: paso a paso, piso a piso; lentamente las cosas van cambiando. Cada uno hace la revolución como puede. Yo, dentro de mis límites, también hago la revolución.
–¿En qué se diferencia la danzaterapia de la expresión corporal?
–Son muy diversas. La expresión corporal tiene un lenguaje que consiste en un núcleo que se repite permanentemente. La búsqueda de mi campo en la danzaterapia y en la vida se nutre de dudas. A pesar de que he creado un método, no está detenido sino que sigue modificándose. No surge de un estudio psicológico ni terapéutico sino que está unido al arte, al escenario; es un lenguaje que sigue develándose para mí y para los otros.
–¿Qué recuerdos tiene de cuando bailó en el Teatro Colón?
–A mediados de la década del ‘50, los directores de cultura del Colón me convocaron después de haberme visto bailar en el Jardín Botánico, en una época en la que nadie bailaba al aire libre, en la que nadie se atrevía a fusionar danza y teatro... Esto ahora parece muy vulgar... pero hice lapropuesta hace más de cuarenta años. El Colón fue maravilloso, fue un trauma tan fuerte que bailé con fiebre. Bailé dos veces sobre música experimental de Stockhausen, Vivaldi y Debussy, también bailé sin música y poemas de Lorca. Y aquí estoy... No sé cómo me atreví...
Subnotas