Jue 21.10.2004

ESPECTáCULOS  › ANTES DEL ATARDECER, DE RICHARD LINKLATER

Cuando el romance tiene más valor que cualquier cinismo

Retomando la historia de Antes del amanecer, Julie Delpy y Ethan Hawke se lucen en un largo y disfrutable diálogo.

› Por Martín Pérez

Antes del amanecer es una película que cuenta el breve encuentro de dos jóvenes, Jesse y Celine, durante un día y una noche en Viena. Un estadounidense y una francesa que pasean por la ciudad durante toda una noche de verano, sin dejar de hablar y hablar, escapándole a la idea de enamorarse mientras se van enamorando el uno del otro, hasta separarse al amanecer sin intercambiar teléfonos ni direcciones, escapándole a los tópicos de cualquier encuentro en cualquier viaje, sólo prometiéndose volver a encontrarse en Viena seis meses más tarde. Al comienzo de Antes del atardecer, a nueve años de aquella despedida, cuando a Jesse le preguntan si los protagonistas de la novela que ha venido a presentar a París –dedicada a narrar justamente aquel encuentro– finalmente se reencontraron o no seis meses más tarde, su respuesta es que cada lector tiene su propia respuesta a ese enigma. “Todo dependerá si son románticos o cínicos.”
Romántica antes que cínica, pero sin traicionar jamás a la película original, Antes del atardecer es una extraña, irreprochable y casi milagrosa secuela, en la que director y protagonistas se reúnen casi una década más tarde con el propósito de reunir a su vez a los personajes de una película que, de muchas maneras, funcionó como bisagra en sus carreras profesionales. Casi la pareja ideal para la generación grunge, Julie Delpy y Ethan Hawke nunca aparecieron tan queribles en la pantalla grande después de Antes del amanecer. Y se podría decir que Linklater nunca logró honrar mejor su herencia cinematográfica europea (o, mejor dicho, francesa) como en aquella película. Como bien señala el crítico estadounidense J. Hoberman, los personajes de sus películas tal vez sean los más locuaces del cine norteamericano, y Delpy y Hawke seguramente son los que más y mejor hablan dentro de su obra (al punto de ganarse un merecido cameo en la más que monologada Despertando a la vida).
Con un guión trabajado durante años por el director junto a sus actores, Antes del atardecer es una película rodada en apenas dos semanas, y contada en tiempo real: esos ochenta minutos de charla que median entre la conferencia de prensa de Jesse en la mítica librería Shakespeare & Co. de París con la que arranca la historia y el momento en que deberá partir hacia el aeropuerto para tomar un avión de regreso a casa. “Un recuerdo nunca acaba mientras seguimos vivos”, dirá Jesse, y allí está sorpresivamente Celine, esperándolo al final de la conferencia. Caminarán hasta un bar, después lo harán por los parques, viajarán en barco por el Sena y en auto por las calles de París, y durante esas caminatas y paseos no dejarán de hablar de sus vidas, del estado del mundo, de sus sueños y del tiempo que pasó irremediablemente entre ellos, como la corriente de un río, como el celuloide de las películas.
Antes del atardecer apenas cuenta eso, el demorado encuentro de dos viejos amigos que tan sólo se han visto un par de veces en toda su vida. Y su trama es la más sencilla del mundo: la de un largo diálogo en el que se ponen al día con su vida, y con todo lo que no llegó (ni llegaron) a ser. Pero el decidido milagro cinematográfico que encarna una película como la de Linklater es el que sentirán los treintañeros que hayan visto la película original cuando tenían más o menos la misma edad que la pareja protagonista. Porque podrán reconocerse en los rostros cachetones de los jóvenes Hawke y Delpy así como en sus aún frescos pero más experimentados rasgos actuales, y también en cada una de sus meditaciones. Y en la variación de las mismas de una película a otra. “La vida es más inmediata cuando uno envejece”, dirá alguno de ellos, y es por eso tal vez que Antes del atardecer aparece como la conclusión ideal de aquella primera película. Un epílogo mucho más breve pero también mucho más intenso, con menos miedos y también menos certezas que aquélla. Y que honra tanto a aquellos personajes como a su realizador, sus actores y sus espectadores, tanto los que vieron la primera película en su momento, como los que se acerquen a ellos a partir de este nuevo encuentro.

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