Por M. P.

Uno de los mejores elogios que se le puede hacer a una película como Camino hacia el terror es que en ella casi no hay lugar para ningún diálogo piola o siquiera inteligente. Ni siquiera para algún plano que se regodee en estética alguna de lo macabro. Sencilla y directa, Camino... cuenta la historia de tres parejas de jóvenes perdidos en medio de un bosque inmenso, que serán perseguidos por tres deformes montañeses dedicados desde quién sabe cuándo a asesinar, trozar y guardar en sus heladeras los restos de quienes se aventuren por su territorio. Hay un amago de pseudoexplicación científica e histórica en los títulos, pero semejante indulgencia no se volverá a repetir durante todo el metraje. Porque de lo que se trata aquí es de ver cómo los dementes asesinan de a uno y en fondo a las dos parejitas desechables, que funcionan apenas como el cebo de la historia –la primera es la de los fumones desinhibidos, la segunda la de los tortolitos–, y luego cómo la pareja principal se las ingenia para escapar de un destino que se presume fatal.
Realizada de manera confesa a imagen y semejanza de clásicos del terror de los años setenta como The Texas chainsaw massacre o The hills have eyes, Camino... es una película de terror de –muy– bajo presupuesto, sin ninguna otra pretensión que la de asustar a la platea. Dicha carencia de pretensiones es lo que de alguna manera lo dignifica, ya que parece dedicarse sólo a eso con los pocos recursos de producción (y también creativos) con los que cuenta. Lejos tanto de películas como Scream y sus derivados, por su poco ingenio y/o pretensiones, o de 1000 cuerpos por su desinterés por otra estética del terror que no sea la más directa y/o gore, Camino hacia el terror es sin dudas una película de ésas que encontrarán su lugar perfecto en las trasnoches del cable. De las que se ganan cada susto, por pequeño que sea, con mucho esfuerzo. Tal vez más del necesario, pero es lo que hay. Y a mucha honra.