Vie 22.10.2004

ESPECTáCULOS  › LA ARGENTINA CHICHE BOMBON, DE FERNANDO MUSA

Como una pesadilla cíclica

Por H. B.

Más que personajes, tres “ñoquis” que miran pasar la gente y el tiempo desde la puerta de un improvisado comité de barrio, sin la menor intención de hacer nada, parecerían los narradores, tal vez los guionistas de Chiche bombón, una de esas películas argentinas que mueven a preguntarse qué fue lo que llevó a filmarlas.
Tercer film de Fernando Musa (las anteriores fueron Fuga de cerebros y NS/NC - No sabe/No contesta), Chiche bombón debe su título a la protagonista, Chiche (la debutante Andrea Galante), a quien su novio vive repitiéndole que es un bombón. Chiche tiene 27 años, está de novia con Marianito, de 17 (Federico Cánepa) y espera un chico. Ninguno de los dos trabaja y viven con los padres de ella, que son uno de aquellos “ñoquis” (Enrique Liporace) y su mujer, grotesco arquetipo de la esposa y madre insoportable (Ingrid Pelicori). El embarazo y su madre, que vive haciéndole la vida imposible, mueven a la chica a buscar trabajo. Pero lo único que encuentra es a un libidinoso político de barrio (Gonzalo Urtizberea), que cuando la ve venir, con minifalda y generoso escote, no piensa precisamente en el porvenir de la muchacha.
Más que ir hacia alguna parte y tal vez identificada con el carácter poco industrioso de su protagonista, Chiche bombón simplemente discurre de escena en escena, no hallando su director y coguionista mejor modo de llegar hasta el final que mediante un desfile de lugares comunes –derivados del más rancio costumbrismo barrial-televisivo– y, sobre todo, de repeticiones. Como en una pesadilla cíclica, una y otra vez las mismas vecinas chusmas espían por la ventana y hacen comentarios maliciosos, que el director aprovecha para informar de la trama a los espectadores. Una y otra vez Marianito le dice a Chiche que va a estudiar al colegio nocturno, pero se hace la rata y va a hamacarse, birra en mano, en la placita de las inmediaciones. Una y otra vez un chico del barrio les grita “¡Viva Perón, carajo!” a los “ñoquis” de la esquina, y una y otra vez Marianito mira con melancolía hacia su casa, esperando que sus padres, que le quitaron el saludo, se lo devuelvan.
Hasta que de repente aparece María José Gabin, que hace de vendedora evangelista, y entonces a Chiche se le prende la lamparita, se pone a vender también ella y ahí la película agarra y termina, aparentemente con un happy end. Y eso es todo.

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