ESPECTáCULOS
› EL FENOMENO DE LAS CAMARAS DE VIGILANCIA DEL CABLE
El “gran vecino” te vigila
El fenómeno del “canal de control de acceso”, una cámara en el hall de los edificios cuyas imágenes van a las teves de los abonados.
› Por Julián Gorodischer
El nuevo pasatiempo de esta mujer, a los 50, es controlar al encargado desde la pantalla. La administradora del consorcio de la calle Franklin al 900 enciende el canal 98 y, minutos más tarde, repite el ritual que más le gusta: “¡En la escalera no!”, grita, indignada por el devenir ocioso de la barra, según define a Horacio y sus amigos. “Pasale la franela a la madera”, ordena después, y el hombre amenaza con la renuncia. Inquietudes dormidas (como la de Ana Moreno, la administradora), extrañas formas de perder o aprovechar el tiempo libre resurgen junto con el pasatiempo favorito de la temporada: el canal de “control de ingreso” que los operadores de cable regalan a edificios fieles al servicio (“grandes clientes”); ellos se merecían una “atención de la casa”.
A fines del ‘97 se instaló una experiencia piloto en Las Cañitas, y pronto empezaría a correr de boca en boca el beneficio del canal. No sólo por su condición de “alternativa eficaz para el portero visor, un garante de seguridad y filtro para visitas sospechosas” (según se lo promociona), sino por las utilidades que encontraron los abonados. Existen horarios de “género” –política, economía y, por qué no, romance– para combatir la competencia desleal del reality. “Esta es la pura naturalidad”, defiende “el 98”, y ofrece en horario central una agitada reunión de consorcio o una despedida de zaguán. Lina Grinberg, de 23, recuerda la pelea entre la del quinto y el del segundo. “Me quedo pegada al ‘98”, asume, para justificar el “estar allí”, esa pesca in fraganti de la discusión con empujones e intervención del encargado para apaciguar los ánimos. ¿El motivo del encontronazo? El canal no lo revela: su película muda siempre deja con las ganas.
Esa es una desventaja desde el principio: la mudez incentiva a leer los labios e inferir el sentido detrás del gesto adusto o el puño levantado –puede ser un juego divertido de adivinanzas–, pero quita puntos en la puja con “El Bar” o “Gran Hermano”. ¿Quién se quedaría prendido al 98 teniendo una fiesta loca o una feria de nominaciones? Pero el encendido no baja: “A veces me asombro de mí misma”, asume Ana Moreno. “De pronto, me doy cuenta que hace rato dejé clavado en el canal, como hipnotizada.”
“A raíz de la inseguridad, nuestra empresa buscó un medio tecnológicamente viable capaz de combatir el miedo imperante en la sociedad”, explica Martín Bordenave, gerente comercial de CableVisión. “Se satisface esa necesidad y a la vez se adiciona valor al servicio.” En Acevedo al 100, Chela y Susana Prieto usan el 98 para elegir el vestuario. Hermanas, de 60 y 67, prenden a la mañana y agradecen la ubicación privilegiada de la camarita que, en su hall vidriado, deja ver un poco el sol, las nubes o la lluvia, si la hubiera, para seleccionar los accesorios. Para la temperatura, implementan otras claves. “Diez minutos en el 98”, explica Chela, y –por estadística– concluye si hay que llevar abrigo. Una sola vecina podría estar equivocada, pero no “entre siete y diez”, la cifra de circulantes que pasan por allí en el lapso de esos diez minutos.
Sobre los problemas que aporta, en cambio, un encargado, Oscar Mosconi, de Honorio Pueyrredón al 1100, cuenta que el nuevo canal modifica hábitos y quita naturalidad a los vecinos. Las parejas, en esa torre moderna, ya no se despiden con un beso en el hall, sino que salen a cubierto, más allá del ojo de la cámara. El ojo electrónico pone rígido al cuerpo del que ingresa y acelera el paso del que no se olvida. Se sabe: el “canal de acceso” se mira y mucho, y no es cuestión de exhibirle tan ligeramente la compañía. Es, por qué no, la pesadilla del portero vigilado, de la adolescente espiada por su madre y del forastero escrutado por muchos ojos a la vez. Es, también, la herramienta para la eficacia de la administradora, la puesta en extremo de la telerrealidad y un souvenir de los operadores de cable que convence a los rezagados de las bondades de la suscripción, porque –como dice Bordenave– la condición para tenerlo es “la adhesión al servicio de todo el edificio.” Rating asegurado.