Jue 11.11.2004

ESPECTáCULOS  › JULIO CHAVEZ, SU TRABAJO EN EXTRAÑO Y SU
VISION DE LA ACTUACION Y EL MUNDO DE LAS PELICULAS

“Para mí, la cámara es una perversión”

Afecto a trabajar en óperas primas –estuvo en el debut de realizadores como Adolfo Aristarain y Carlos Sorín–, el actor que retornó al medio con Un oso rojo explica su relación con el cine, las intuiciones que guían su trabajo y las razones por las que no se ve en la silla de director.

› Por Martín Pérez

A pesar de aquellos lejanos comienzos con Juan José Jusid, del protagónico en La parte del león, de sus trabajos para Señora de Nadie o La película del rey, se podría decir que Julio Chávez volvió a existir dentro del mundo del cine gracias a Un oso rojo. Aquel extraordinario trabajo en el film de Caetano encarnando al personaje central, sumado al éxito de público de la película, lo volvió a poner en el candelero después de diez años de ausencia en la pantalla grande. Si el cine argentino se rigiese por los cánones de Hollywood, después de encarnar al Oso, Chávez sería un actor con cachet de ocho cifras, una estrella clase A. Aquí está, sin embargo, respondiendo la andanada de entrevistas que acompaña el estreno de una nueva película que lo tiene como protagonista, casi refugiado en un bunker –su taller actoral– ubicado en el límite entre Palermo y Almagro.
“En realidad, empecé a rodar Un oso rojo al mes de haber terminado de hacer Extraño, por lo que mi regreso al cine después de una década en realidad fue con la película de Santiago Loza”, precisa Chávez. “Pero no me lo tomé así, como un regreso... no me siento Elsa Daniel”, bromea Julio, cuya filmografía lo revela como un actor propenso a ponerse al servicio de directores noveles. Aunque un repaso de aquellos debutantes incluya nombres que ahora resuenan de otra manera, como los de Adolfo Aristarain y Carlos Sorín, por ejemplo. “Para mí es una esperanza ponerme al servicio de directores que están dando sus primeros pasos en el medio. Es un espacio que inauguro, algo que me gusta”, intenta explicar el actor, cuya experiencia en óperas primas reconoce algo que los emparenta a todos. “Podría reconocer en todos ellos un nervio y un temblor particular. Es como si se sobrepusiesen a ellos mismos. Porque se produce un cierto encantamiento en una ópera prima”, dice Chávez, cuyas palabras con respecto a Santiago Loza, director novel en Extraño, permiten asomarse aún más a las razones por las cuales el actor elige las óperas primas. “Tenía el presentimiento absolutamente subjetivo que ese hombre, si llegaba a filmar su película, tenía algo para contar. Entendía el mundito que él quería contar, y tenía las herramientas para hacerlo.”
–¿Y se puso al servicio de eso?
–Sí, porque es lo que hay que hacer.
A la hora de recorrer su camino por el cine, Julio Chávez guarda un cariño muy especial por su trabajo en No toquen a la nena (1976), de Juan José Jusid, que realizó cuando tenía 18 años. “Es increíble esa película en mi vida. Porque yo aún estaba en el conservatorio y trabajaba como cadete cuando me enviaron, de puro orto, a la vuelta de donde era el casting. Y yo me mandé. No sabía dónde mierda me había metido ni para qué era el casting, pero me dije que apenas le viese la cara al tipo que tomaba la prueba tenía que percibir qué era lo que necesitaban. Y cuando le vi la cara a Saderman, que es un cineasta que hoy creo que vive en Venezuela, no dudé en adoptar un comportamiento en especial: que me chupaba un huevo la película, que no era actor y no sabía por qué estaba ahí. Me ocupaba en dispersarme, mirando una lapicera, lo que fuera. Y cuando di un rápido paneo por los ojos de Saderman, me di cuenta de que justo eso era lo que estaban buscando y que estaba adentro.”
–¿Y ya tenía ese look de joven hippie y pelilargo que luce en la película?
–¡No! Después Jusid me preguntó si estaba dispuesto a adelgazar, y yo le dije que sí. Me pasé una semana a sólo café y manzanas, y adelgacé como un hijo de puta. ¡Estaba dispuesto a cargarme encima a Politti, Norma Aleandro y Lautaro Murúa, y caminar con ellos en brazos, si era necesario!
–En su momento fue una película atrevida, en que los hijos se plantaban ante los padres...
–Uno la mira hoy y es más inocente que Casa Foa, pero entonces fue una película con cojones. Además, el momento de su estreno fue muy especial, porque casi no había nadie... ¡Estaban casi todos en España! La verdad que he estrenado películas en momentos muy álgidos del país: No toquen a la nena en 1976, La parte del león en 1978, y me acuerdo muy especialmente de la noche que se estrenó Señora de nadie, de María Luisa Bemberg. Por aquel entonces aún se tenía por costumbre, y más en una película de la Bemberg (se ríe), ir a cenar y después quedarse a esperar que salieran los diarios para leer las críticas. Aquella película se estrenó en 1982, y esa madrugada en que esperamos los diarios... ¡nos enteramos que los militares habían invadido las Malvinas!
Después de No toquen a la nena, Chávez protagonizó el debut como director del que había sido el asistente de dirección de Jusid, Adolfo Aristarain. El estreno de aquella película, a la que no fue a ver nadie y no duró nada en cartel, significó la aparición de un director como no había en ese momento en el cine argentino, algo que recién sería reconocido durante la década siguiente. “Pero que se percibía hablando con él, aun antes de filmar”, asegura Chávez. “Había una mirada, había una ideología, había gusto. Aristarain no observaba al cine desde afuera, hablaba desde el interior de ese arte. Yo era muy chiquito, tenía apenas veinte años cuando trabajé con él, pero reconozco en Aristarain al primer director que yo sentía no que pensaba en el cine, sino que lo hacía desde el cine.”
–Habiendo trabajado con semejantes directores debe ser difícil para un director debutante acercarse con un guión...
–Para nada. Creo que, al contrario, es algo fácil. Porque soy muy directo y conmigo nadie pierde el tiempo. Salvo Lucrecia Martel que, cuando me convocó para La niña santa, yo equivocadamente no mantuve mi “no” inicial. Pero al final me retiré, porque había que viajar y yo no quería. Y además tenía el presentimiento que hablan mejor las mujeres que los varones.
–¿De dónde salen esos “no”?
–Es un presentimiento, del que me hago cargo. Porque, como todo presentimiento, conlleva fallas.
–Bueno, en un principio le dijo no a Un oso rojo...
–Porque cuando me llamó Lita Stantic, la productora, me sentí casi ofendido. Sentía que me estaban provocando en mi debilidad, proponiéndome algo que me era ajeno, que yo no podía contar...
–Caetano dijo que, cada vez que Lita Stantic le proponía que el Oso fuera usted, él proponía a Látigo Coggi...
–¡Pero, por supuesto! ¡Claro que sí! Llamalo sin lugar a dudas, decía yo, que me sentía sumamente inhibido por la propuesta. Pero por suerte hay amigos que ya están cansados de uno y parece ser que te dicen “dale, dale” como para terminar de una vez con vos, y me dijeron que no podía decir no. Y acepté, por suerte. Porque cuando terminé de filmar me llevé un regalo enorme que es el gusto de poder transitar por algo de la naturaleza humana que me es absolutamente ajeno, y con lo que sentí casi dignificada la profesión. Es más, cuando se terminó el rodaje yo lo miraba a Caetano, no de frente sino de reojo, pensando que yo sabía casi más del Oso que él.
Actor, autor y director de teatro, la casi impecable foja de servicios cinematográficos de Chávez hacen pensar que es poco menos que inevitable que en un futuro, cercano o lejano, pruebe suerte detrás de la cámara. Pero él lo niega de plano. “Tendría que tener otra vida”, asegura este fanático de los rodajes, que subraya el no haber abandonado jamás un set, aun cuando no le toque estar frente a cámara. “En el cine uno no gobierna como en el teatro, sino que formás parte de una orquesta y tenés que estar bien atento a eso. Pero la cámara me parece una perversión extraordinaria. Ese gusto de saber que te puedo estar mirando, y paralelamente mi humanidad se está imprimiendo en el tiempo, es algo que me conmueve profundamente.”

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