ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA CON RAFAEL AMARGO, BAILAOR ESPAÑOL
“Siento que el flamenco me quiere”
Rafael Amargo presenta en Buenos Aires Enramblao, un inusual collage de danzas españolas, hip hop y medios audiovisuales.
Por Analia Melgar
Rafael Amargo no aspira a la calidad excelsa, la reputación intachable ni aprobación unánime. Sabe que tiene un público fiel –femenino, en su mayoría– y, frente a las críticas negativas, se encoge de hombros. Este bailaor flamenco, a los 29 años, se muestra irreverente frente a cualquier imposición o formalidad. Estrella escurridiza, se cuela por los rincones de Buenos Aires, ciudad que adora: “Si me pierdo, que me busquen en Buenos Aires”, dice. Para dar con él, hay que perseguirlo y sortear la barrera de su peluquero, quien lo escolta con un espejito rosa para asegurarse que salga en las fotos más bello de lo que es. Amargo está presentando su nueva producción, que él dirige y en la que también baila: Enramblao, en el teatro Gran Rex desde ayer y hasta mañana, a las 21.30. No teme cobrar a 25 pesos su entrada más barata, ni tampoco mezclar allí el cante jondo, con números de hip hop y tap, el Ne me quitte pas de Jacques Brel, poemas de Mario Benedetti e imágenes en pantalla gigante. La libertad absoluta rige su vida y sus creaciones y en ello radican su mayor virtud y su mayor riesgo.
Amargo estudió con La Faraona Lola Flores. Bailó en la compañía de Mario Maya y trabajó dos años en Japón, enamorado de una japonesa catorce años mayor. Vivió la euforia de la noche de Tokio y cuando llegó a España le “pareció un pueblo”. En 1997 debutó como coreógrafo. Su obra más renombrada y ecléctica, Poeta en Nueva York, de enorme despliegue audiovisual, lo trajo a la Argentina en 2002. Al año siguiente ganó en España el premio Max de las Artes Escénicas como mejor intérprete masculino. En Calcuta, colabora en una fundación de ayuda a los desvalidos: “Me arremango, me lleno de mierda hasta aquí, aunque me llegue a coger una enfermedad”, enfatiza ante Página/12. Antes de dar sus funciones, desembolsó en Buenos Aires 400 euros por una campera de Julio Bocca, en una subasta para colaborar con su Fundación. Para el 2005 prepara un espectáculo sobre El Quijote.
Este artista inclasificable, indócil y heterogéneo nació en Pinos Puente, al costado de Fuentevaqueros, donde su abuelo era cartero de García Lorca. Nació en 1975 –“cuando muere Franco, nace Rafael Amargo, con lo cual soy totalmente democrático”, bromea– como Jesús Rafael García Hernández. Pero, dice, “con ese nombre de banquero, como comprenderán, no puedo ir a ningún lado en el mundo del arte”. El poeta granadino Curro Albaicín lo asoció con el trágico personaje del Amargo, en el Romance del emplazado del Cancionero gitano lorquiano: “El veinticinco de junio / le dijeron a el Amargo: / Pinta una cruz en tu puerta / y pon tu nombre debajo”. Y así fue que surgió Rafael Amargo. Hoy su apellido es casi una marca registrada que identifica su estilo. Un estilo provocativo que se intensifica aunque su vida se haya asentado en Marruecos, junto a Yolanda, “el amor de mi vida”, su esposa y ex integrante de la compañía, con quien espera su primer hijo en dos meses.
–¿De qué se trata Enramblao?
–En el año 2000, yo me fui a vivir a Barcelona, llevado por el amor, un amor que salió mal. La ciudad estaba echándome pero yo no me iba: estaba duro del rock de amor y de despecho. Estaba enramblao, enjaulao, yendo y viniendo todo el día por la rambla. De ahí nace Enramblao, para contar ese delirio de dolor y, también, para homenajear a todas esas personas que me ayudaron en mi depresión: la gente de la calle sola, colgada; los mimos vivientes; las prostitutas; los que piden dinero en las calles; parecido a la peatonal Florida.
–¿Y qué lugar ocupa el flamenco en esta obra?
–Yo me muevo mediante la expresión del flamenco pero no temo compaginarlo con un break dance, con el tap dance, y todas las cosas que fui necesitando para contar mi dolor. Más que un espectáculo de flamenco es un musical, un espectáculo muy amplio, muy amargo.
–¿Qué significa el uso del adjetivo “amargo” para identificar sus obras?
–No sé, me lo puso la gente: “Ay, esto es muy amargo, esto es re-amargo”. Pero no es amargo en el sentido de lo triste, duro, doloroso, para nada, todo lo contrario. Lo amargo está lleno de vitalidad, es lo joven, fresco, vivo y lleno de emoción.
–¿Cuántos bailarines hay en la compañía que viene a Buenos Aires?
–Bailarines somos diez más Rafa. Los he ido conociendo, no por hacer un casting sino por la vida misma. Vienen de la danza española y del flamenco, también del break dance y del ballet clásico. Es una compañía muy poco ortodoxa.
–Usted mismo se ha definido como poco ortodoxo, rebelde y punk, ¿por qué?
–Cuando yo empecé a triunfar y a dirigir mi compañía, era un adolescente. Por un lado, estaba el Rafael Amargo humano y, por el otro, el Rafael Amargo artista. Era un adolescente rockero que salía y le gustaban las fiestas y que, por la mañana, trabajaba. Era una cosa que no entendía nadie. Imagínate, yo estaba con el flamenco que es lo más serio de España, junto con los toros. No iba con chaqueta y corbata sino con unos vaqueros rotos, las gafas y una gorra, en el after hour. Pero, luego, en el escenario, nadie tenía nada que criticar, con lo cual al Rafael humano se lo comen y punto.
–¿Cómo recuerda a Lola Flores?
–Una maestra, gran anfitriona. Lo que he aprendido con ella tardaré mucho tiempo en tomarlo: con esa mujer, sin hablar, no más mirarte y su porte, ya estabas aprendiendo.
–¿El flamenco es su única vocación?
–No. Si me salen dos películas buenas, cuelgo las botas y hago cine; si tengo que empezar de cero, encantado de la vida. De pequeño, mi padre me llevó al cine a ver Carmen, de Carlos Saura y Antonio Gades, y yo dije “quiero ser como ese hombre”. Entonces, me metió a bailar y a estudiar teatro. Como primero me salieron los trabajos como bailarín, aquí estoy, por casualidad. En la danza, lo que más me gusta es la dirección y la coreografía. Quisiera dejar de bailar siendo aún jovencito, pero, por ahora, es que mi nombre es el que llena.
–¿Cómo es su relación con la crítica?
–Para mí, los puristas son los que fuman puro. Me paso mucho las críticas, no me importa nada. Así como no me creo las malas, tampoco las buenas. Yo no tengo que vender un espectáculo con una crítica, lo tengo que vender con mi emoción.
–¿Qué despierta en usted escuchar frases que apelan a “la pureza” o “la fidelidad al flamenco”?
–¿Qué es la fidelidad? En la fidelidad con mi pareja, quizá, si me acuesto con otra mujer, a ella no le importa. La fidelidad es una cosa que se pacta con otra persona. Yo he pactado con el flamenco esto: que sea un código libre, con el cual yo me muevo, al que quiero y respeto, pero quiero que él me dé sus licencias y me las da: a mí, el flamenco me quiere.