ESPECTáCULOS
› EN SU DIA NACIONAL
El tango, del calor misionero a la nieve
Como parte de los festejos que terminan hoy en el Palais de Glace, el tango joven se paseó por Misiones y Bariloche.
› Por Cristian Vitale
Unos 50 jóvenes misioneros habían ido a bailar dance a La Reserva -coqueto boliche emplazado a diez metros del hito de las tres fronteras, donde confluyen la Argentina, Brasil y Paraguay– y se encontraron con un cuadro distinto y asombroso: un hombre de bigotes, calvo, con poco pelo a los costados y una boina negra, tirando frases cortas y ampulosas como “La música electrónica, inconmensurable” o “Soy la locura, búsquenme, porque aún no he capitulado”, envuelto en sonidos cruza de tango con drum & bass, en manos del DJ Felippe. El hombre, en sus setenta, era Alfredo Carlino, poeta de larga data en la historia del under porteño; y el marco, el segundo capítulo del Festival de Tango Joven, que la Secretaría de Cultura de la Nación decidió trasladar –no sin riesgos– a un lugar bastante ajeno al género. Al principio fue perplejidad y rareza, luego sobrevino un dejo de atención y al final, los 50 –que ya eran 200– se incorporaron entusiastamente a la fiesta, entre saltos, loops piazzollianos y poesía de empedrado. Recién ahí los organizadores cayeron en que el objetivo de acercar el tango a las nuevas tendencias –y federalizar la intención, sobre todo–, se había cumplido en la primera parada del festival, que prosiguió en Bariloche cuatro días después –con menos suerte– y concluye hoy en el Palais de Glace con la presentación de artistas que animaron las milongas en el interior –34 Puñaladas, Osvaldo Peredo, DJ Bad Boy Orange–, más un par de agregados destinados a sumar variedad y lustre: el Trío Dorado, Me Darás Mil Hijos y la Orquesta Típica Fernández Fierro.
Antes que el rapsoda Carlino y Felippe combinaran música y letras con la puesta gráfica del dúo Vuvvlegum, la noche había hecho ronche en Puerto Iguazú, pese a que una amenaza de lluvia tropical había obligado a abandonar temprano el lugar previsto –la Plaza San Martín– para mudarse, bajo guarida segura, cerca de la triple frontera entre árboles tupidos, tierra colorada y mosquitos amenazantes. Guarida que protegió primero a los sorprendentes créditos locales (Los Kalas), que brillaron más por la proyección folklórico-chamamecera del grueso del set que por la apertura tanguera. Entonces, el ojo turista –y el de los pocos curiosos misioneros que se habían arrimado antes de la medianoche– enfocaba más hacia dos pantallas gigantes con la avenida Corrientes a pleno y parejas de baile proyectadas por cinemóvil. “Vamos, vieja, estamos a 1900 kilómetros nomás”, sugirió un engominado milonguero con acento guaraní, impávido ante la pantalla. La idea del ansioso tanguero misionero se pulverizó cuando, luego de otros dos sets de la región (Gladys Fattore y Proyectango), 34 Puñaladas se clavó en el escenario y le achicó la distancia al primer ensamble guitarrero. “Conjunto fuerte y espeso, que nos va a trasladar a alguna cantina de Buenos Aires sin necesidad de movernos”, presagió Diego Jalfen, presentador de ocasión, dando en la tecla. Efectivamente, el cuarteto de guitarras, con frontman ácido e irónico al micrófono, convirtió a Iguazú en uno de los cien barrios porteños... y de los más malevos.
Clásicos marginales, endiablados y pendencieros de los ‘20, con frases nexo tipo “Carlos de la Púa fue un precursor de la lucha antidrogas”, sarcasmo derivado del áspero Packard (“Ayer la vi pasar, iba dopada, y me sentí –yo, curda– un santo Asís”), versiones instrumentales de fuste –La cautiva, Maipo–, un extraño foxtrot llamado Night Club que Alejandro Guyot, el reo que canta, pidió traducir al croata, y un encare –¿misógino?– para presentar Ella se reía, de Enrique Cadícamo y el Tata Cedrón: “Nosotros pensamos que la mujer es buena por excelencia. Esta es la excepción”. Osvaldo Peredo –con su guitarrista Agustín Ortega– bajó los decibeles dramáticos y oscuros, pero mantuvo el sabor a barrio porteño con Afiche de los hermanos Expósito, Yuyo verde de Homero solo y un final romanticón con Rubí de Cobián y Cadícamo, entre otras versiones. “Esto se llama Tango Joven, no podíamos faltar nosotros”, dijo Peredo, de largos sesenta y factótum de la expansión del tango entre los jóvenes.
Unas 72 horas después, en el Día del Tango, todo estaba dispuesto para repetir la jornada en Bariloche. Escenario pegado al Nahuel Huapi, el azul cristalino de sus aguas bañando a las montañas, y todo el entusiasmo de la organización por resignificar el tango joven en otro contexto, más frío y azul que caluroso y colorado. Pero un frente de tormenta, con viento que arrastraba piedras y una lluvia helada, cortó el recital a media hora de empezar. Apenas algunos amagues del disc-jockey Bad Boy Orange, la presentación de un grupo local más amigo de la fusión que del tango (Pablo Rassetto) y un par de pasos magistrales de la pareja de baile de Banfield (Mónica Linares y Benjamín Grisone) agotaron la jornada oficial en el Centro Cívico. Igual, la Orquesta Típica La Furca y Las del Abasto prefirieron justificar el largo viaje e, improvisadamente, engalanaron una noche imborrable en una milonga patagónica (El Rincón del Tango), bien pasada la medianoche. Humo, alcohol, reducto íntimo y arrabalero pusieron a punto a la Orquesta Típica La Furca para encender a fuego lento una noche que el frío había apagado: versiones de la época de oro (De puro guapo, Ojos negros, La cachila y La última curda, entre otros) con arreglos distintos y un cuidado orquestal respetuoso de la historia, cumplieron con el propósito.
Más arrabaleras y encantadoras, Las del Abasto –sexteto femenino en ascenso– imprimieron alegría entre tangos y milongas (Nostálgico, Tinta roja, Tu cuarto de hora, Mamá yo quiero un novio, Solterona). “Se dice que el tango es cosa de hombres, que transmite sus sufrimientos. Nosotras decimos que no, que también es cosa de mujeres”, resumió la carismática cantante Estela Díaz. Lo reducido del escenario no fue impedimento para que ambas orquestas se unieran en un final a todo trapo con La yumba y A media luz, todo el mundo bailando y Carlino, otra vez, apuntando certero al imaginario del 2 por 4 con un sentido homenaje al Polaco Goyeneche en el Día del Tango. “Esa voz rayada y cachuza trasciende los silencios... Cantá, Polaco, cantá, que no nos hagan trizas la memoria”, recitó entre humo de tabaco y ojos vidriosos. Dos horas después, el vate de 75 años estaba bailando música tecno en Rocket, entre papusas y ranas modernos, cuando el reloj había atravesado las cinco de la mañana. El tango y su historia, una vez más, se combinaban con nuevas formas de entretenerse.