Dom 28.04.2002

ESPECTáCULOS

“Yo no vivo pendiente de las mujeres que me leen”

La escritora chilena Marcela Serrano, que presentó en la Feria su último libro, “Lo que está en mi corazón”, explica por qué vinculó en la novela el tema de la orfandad con la cuestión de la lucha zapatista en Chiapas.

› Por Verónica Abdala

Esta vez no es como las otras. La escritora chilena Marcela Serrano asegura que su visita a la Argentina, lejos de provocarle el entusiasmo de otros años, la llena de tristeza. “Es terrible lo que está pasando aquí, y los latinoamericanos nos sentimos hermanados con este país al que un grupo de políticos inescrupulosos han dejado en las ruinas. Vine con pesar de tener que ver a la castigada clase media argentina protestando en las calles, implorando que alguien los escuche, y a los pobres casi muertos de hambre y sin esperanzas.”
Serrano presentó en Buenos Aires su nueva novela, Lo que está en mi corazón, que el año pasado resultó finalista del Premio Planeta de España, en un diálogo abierto con María Esther Vázquez frente a un auditorio copado por mujeres. “Para mí la literatura es mitad imaginación y mitad memoria, y no puede estar aislada del contexto social y político en que se produce”, definió antes en la entrevista con Página/12.
–Usted dijo en varias oportunidades que las mujeres, más allá de las diferencias particulares y la extracción social, tenemos una historia en común y que desde su lugar de escritora se había propuesto narrar algunos capítulos de ese gran relato. ¿Qué aspectos aborda puntualmente en su nuevo libro?
–En esta oportunidad quise abocarme a reflexionar sobre un tema clave, tanto para las mujeres como para los latinoamericanos de izquierda en general: el de la orfandad. Desde un punto de vista político, vinculé la cuestión a la revuelta zapatista, que sirve de telón de fondo al libro en que narro la historia de Camila –una chilena de 34 años, hija de militantes de izquierda–, que ha perdido a un hijo bebé y que viaja a Chiapas, para preparar el reportaje que publicará una revista norteamericana. Desde un punto de vista más sanguíneo, cuento lo que le pasa a una mujer que pierde un hijo, y que busca a través de su trabajo iniciar el camino de su recuperación. En los dos casos, en el de Camila y en el del pueblo chiapaneco, se está hablando de lo mismo: de un profundo y arraigado sentimiento de angustia e indefensión.
–En el marco de ese proceso que atraviesa el personaje, la realidad y la ficción se cruzan permanentemente...
–Es que yo no concibo, ni en la vida ni en los libros, que nuestras historias personales puedan mantenerse al margen de nuestra realidad colectiva. Y ésa es una de las características que compartimos buena parte de los escritores latinoamericanos: de un modo u otro retratamos la historia de nuestros pueblos y nuestros continentes, acaso porque es una historia que se escribe día tras día, que está lejos de estar resuelta.
–¿Cómo definiría, desde ese punto de vista, lo que usted llama la orfandad política, eso que le interesó contar?
–La orfandad es ese sentimiento de desprotección que nos afecta toda vez que no encontramos respuesta a nuestros deseos o expectativas. Hubo una vez en que vivimos y luchamos por proyectos colectivos en los que creíamos. Ese mundo se derrumbó frente a nuestros ojos y quedamos huérfanos de utopías. Yo me siento parte de los que ya no se sienten parte de este mundo, pero no creen tampoco en que resulte fácil construir otro, tal como están las cosas.
–¿Cuál es su visión de la revuelta zapatista?
–Yo personalmente simpatizo con esta causa, aunque la considero perdida. Acaso sea por eso que me enternece tanto. No creo en los voluntarismos, como mi personaje Reina Barcelona, y siento que todavía tengo sueños, aunque no sé qué hacer con ellos. En este mundo no hay cabida para los soñadores, o eso es lo que yo veo: yo llamo a los zapatistas “los huérfanos del apocalipsis”. Lo que tienen de atractivo es que son una guerrilla, pero no persiguen el poder, tienen armas pero no las usan y plantean una batalla pero en defensa de los indígenas. En la historia de la humanidad hay muy pocos casos como éste.
–¿Es cierto que la idea de escribir esta historia, que transcurre en buena parte en Chiapas, surgió de una conversación que mantuvo allí con una mujer?
–Sí, una mujer que parecía tener respuesta para todo y que conocí en San Cristóbal de las Casas. Me sorprendió su fanatismo y su compromiso. Yo no tengo tantas certezas, más bien tengo cada día un poco menos. Cada vez me doy más cuenta de que estoy y estaré marcada hasta el fin de mi vida por un hecho irreversible, que a la vez me hace ser muy escéptica respecto de la dirección que ha tomado el mundo: ser una mujer de izquierda y haberlo sido en el Chile de Pinochet. Actualmente, ser de izquierda significa esencialmente no saber dónde se está parado, ni qué debe hacerse.
–Camila, su personaje protagónico, espera no parecerse a su madre y ha crecido, a diferencia de ella, en un mundo liberado del fuerte peso de las ideologías, pero de todos modos termina pareciéndose a ella...
–Si ese aspecto te suena conocido, es porque no hay hijas en este mundo que no terminen pareciéndose a sus madres, aunque se lo propongan. Y yo me propuse reflexionar sobre este tema. Tengo cuatro hermanas mujeres, y dos hijas, por lo que vivo inmersa en el misterio de esta relación, la más compleja de las relaciones humanas.
–Usted tiene desde hace años un público en buena medida cautivo, compuesto mayoritariamente por mujeres. Al momento de la escritura no debe resultarle fácil no intentar complacerlas, no darles lo que se supone que esperan...
–Pues eso no es así. Yo no vivo pendiente de las mujeres que me leen, y al momento de escribir me mantengo absolutamente libre de ese tipo de condicionamientos. Debería renunciar a seguir escribiendo si me ocurriera eso.
–Sin embargo, por momentos da la impresión de que los suyos son libros pensados para ser leídos casi exclusivamente por un público femenino. Hay quienes la acusan, incluso, de repetir la fórmula del éxito...
–Bueno, por supuesto que no creo que sea así. Mi escritura es parte de un proceso que, al tiempo que me da placer, me sirve como catarsis. Es algo muy personal, un ejercicio íntimo en el que el lector inicialmente no existe. Aunque sí reconozco que tengo una manera particular de ver el mundo, que tiene relación con mi género, y eso, lejos de avergonzarme, me enorgullece. Si mis libros se venden mucho, mejor, pero no vivo pensando en eso.

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