Dom 28.04.2002

ESPECTáCULOS  › BUENOS AIRES CONFIRMO SU CONDICION DE CIUDAD GENEROSA CON EL ARTE

El cine contra todos los males del mundo

A pesar de la crisis argentina, la muestra convocó a 127 mil espectadores, cifra que supera en un 20 por ciento al total de la edición 2001. Se vieron 170 largos y una treintena de cortos, con gran variedad de autores y propuestas. Mañana cierra; ayer se conocieron los premiados.

› Por Horacio Bernades

Afuera, había feriado bancario y cambiario, el FMI apretaba, los gobernadores cedían, el ministro de Economía renunciaba y el Presidente repetía por enésima vez que este país está condenado al éxito. Adentro, como si se tratara de un país dentro de otro, todas las preocupaciones parecían reducirse a conseguir una entrada para ver la última de Hou Hsiao-hsien, asistir a una clase magistral sobre cine dictada por el eminente crítico y teórico Jonathan Rosenbaum o intercambiar datos e impresiones con el primero que se cruzara en algún pasillo. Durante once días y como ocurre ya desde hace cuatro años, el complejo Hoyts-Abasto y el resto de las salas en las que hasta hoy se lleva a cabo el IV Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente volvieron a convertirse en burbuja protectora para cinéfilos porteños, visitantes del mundo y público en general.
Sin embargo, los lazos entre el adentro y el afuera fueron esta vez más fuertes que nunca. No sólo porque, ante el cierre de bancos y cajeros automáticos, locales y visitantes tuvieron que penar para conseguir el efectivo que les permitiera afrontar el costo de la entrada, sino porque la programación de este IV Bafici –superpoblada de documentales y toda clase de películas que le toman el pulso a lo real– permitió asomarse, como nunca, al mundo exterior, a través de ese mediador llamado cine. Como de costumbre, la oferta del festival que organiza la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad fue abrumadora (170 largometrajes y una treintena de cortos), poniendo a los concurrentes frente a opciones de hierro (fatalmente, ir a ver una película implica dejar de ver otra) y sumiendo al cinéfilo, bicho deseante por naturaleza, en la insatisfacción de tener que dejar “caer”, inevitablemente, aquella película que tanto ansiaba ver. El debut de una videoteca muy bien provista (que contó con un 70 a 80 por ciento de copias de los títulos programados) ayudó, aunque fuera como premio consuelo, para achicar un poco la diferencia.
El público volvió a responder, levantando incluso en número con respecto a las ediciones anteriores. Según las proyecciones de los organizadores al momento del cierre, la cifra total de espectadores que concurrieron al festival dirigido (por segundo año consecutivo) por el crítico cinematográfico Eduardo “Quintín” Antin y que contó con un comité artístico integrado por sus colegas Luciano Monteagudo, Flavia de la Fuente y Marcelo Panozzo, ascendería a unos 127 mil a lo largo de once días. Ese total implica un aumento de más del 20 por ciento con respecto al año pasado, coloca al Festival de Buenos Aires en los primeros puestos de recaudación cinematográfica total y marca la continuidad de la curva ascendente que se registra desde la primera edición del Bafici, en 1999. Por otra parte, la experiencia acumulada en estos años redundó, como es lógico, en una organización cada vez más afiatada. Más allá de inconvenientes propios de cualquier megaevento de este tipo (alguna copia que no llegó a tiempo, algún problema de subtitulado, algún cambio de sala u horario), el festival cumplió con la programación anunciada, sin que hubiera que lamentar incidentes graves o fallas inmanejables.
En medio del apretón económico ocasionado por la disparada del dólar y la crítica situación del país, los programadores se las arreglaron para entregar una grilla a la altura de las expectativas, tan llena de nombres consagrados como de novedades por descubrir. Como en ediciones anteriores, la palabra “independiente” que el festival lleva colgada de su nombre resultó tan elástica como para albergar bajo un mismo techo las últimas películas de Martin Scorsese (su gigantesca cabalgata a través de la historia del cine italiano) y del irreductible matrimonio integrado por Jean-Marie Straub y Danièlle Huillet, así como un thriller bancario producido en Australia y un documental sobre el FMI hecho en Jamaica, o una película argentina para todo público como Un día de suerte y una para pocos, como Todo juntos, del teatrista Federico León. A diferencia de otros festivales, el de Buenos Aires no está hecho por funcionarios o simples administradores, sino por gente que ama el cine y se mantiene bien al día. Eso se hace sentir tanto en las películas seleccionadas como en la confección de un catálogo que no se conforma con informar, sino que toma fuertes posiciones editoriales, así como en la edición diaria de un periódico gratuito, de similares características.
La sintonía que el festival de Buenos Aires mantiene con el cine del mundo permitió abrir la ventana, una vez más, a nombres y tendencias que marcan a fuego el cine contemporáneo. Volvió a ser importante (aunque en número algo menor con respecto al año pasado) la presencia del cine asiático, tanto a través de la importante retrospectiva de once películas dedicada al taiwanés Hou Hsiao-hsien –unánimemente considerado uno de los grandes maestros del cine actual– como en los bloques de tres películas dirigidas por el demente realizador japonés Miike Takashi y el coreano Kim Ki-duk, talento emergente de su país. O las cuatro –provenientes de Japón, China continental, Corea y Singapur– que se presentaron en la competencia oficial.
Otra línea estética que resurge a pleno en el mundo entero son las distintas formas de realismo. Un realismo reformulado, que descree de visiones generales y en su lugar prefiere hacer foco sobre lo particular y periférico. De esto hubo a montones en esta IV edición del Bafici. Un alto porcentaje de la programación se vio copada por el cine documental, en sus versiones más urgentes y comprometidas, pero también en las más elaboradas y rupturistas. El género dominó dos secciones enteras del festival (“Globalización y barbarie” y “Pasado y presente”) y más de una retrospectiva (como la dedicada al israelí disidente Avi Mograbi), hasta derramarse por toda la grilla (incluyendo un importante número de producciones locales). A su vez, pudo verse una gran cantidad de films que inscriben sus ficciones en distintas variantes del realismo, incluyendo un importante número de películas de todas las procedencias en las que lo documental y lo ficcional se contagian mutuamente, hasta borrar sus límites, contagiarlos o difuminarlos.
Allí están las historias que el portugués Pedro Costa –a quien el festival presentó aquí en sociedad– filma en una favela de Lisboa con gente del lugar, o los documentales en los que Avi Mograbi “actúa” de sí mismo, señalando con total elocuencia hasta qué punto documental y ficción se buscan, se cortejan y convergen, un movimiento en el que aún hay mucha tela para cortar. Otro desembarco importante fue el del cine experimental, que se hizo presente tanto en los nombres del austríaco Peter Tscherkassky o los estadounidenses Leslie Thornton y Michael Snow como en la selección de grandes videoclips musicales enviada por el Festival de Rotterdam. Allí, el cine toca otro borde y tiende a hibridarse con otras formas, en un verdadero laboratorio de imágenes que proyecta sus hallazgos sobre el futuro mismo de las imágenes animadas.
Pero el festival de Buenos Aires mira, como Jano, en dos sentidos a la vez. Al tiempo que acerca el cine del mundo a la Argentina, en plena eclosión del cine argentino en el exterior, el Bafici volvió a servir de rampa de lanzamiento para mostrar, a programadores de festivales y críticos extranjeros, lo más nuevo de por aquí. Esto incluye tanto a las películas argentinas que hicieron parte de la muestra oficial como a las de “Lo nuevo de lo nuevo”, paralela competitiva integrada exclusivamente por films locales, de los cuales nada menos que la mitad fueron documentales. Además pudo verse una veintena de cortos producidos tanto aquí como en el exterior, así como completísimas retrospectivas dedicadas a Hugo Santiago (autor de las míticas Invasión y Les autres, sobre sendos guiones originales de Borges y Bioy Casares) y a ese prócer del cine independiente que es Raúl Perrone. En esa verdadera ventana al futuro que fue la sección “Work in Progress”, se pudo asistir a más de una docena de largos en pleno proceso de producción, y en varios encuentros y workshops, realizadores locales tuvieron ocasión de presentar sus proyectos a inversores extranjeros, puerta abierta a futuras producciones. Pero ver cine y pensar el cine son, necesariamente, actividades hermanas, y un festival cuyo perfil está tan fuertemente marcado por críticos de cine jamás podría ignorarlo. En esta convicción, el Bafici volvió a abrirse a mesas redondas, debates y discusiones, a la vez que bajo su techo se presentaron nuevos libros y publicaciones sobre nuevo cine argentino y críticos y teóricos extranjeros vinieron, conversaron, expusieron y se fueron. De esa clase de lazos renovados se nutre también la continuidad de un evento, y este Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires parece asegurar la suya cuanto más afirma su perfil. En ese sentido, esta cuarta edición no fue otra cosa que un nuevo paso adelante.

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