Mar 18.01.2005

ESPECTáCULOS  › MURIO ALDO BRAGA

“La dignidad debe ser indestructible”

En teatro, cine y TV, Braga demostró un enorme compromiso con el oficio actoral.

Por H.C.

“El arte se degrada fácilmente si el artista desfallece, si por un único instante cede. No ceder, soportar el escarnio, la desconsideración.” Esas palabras de militante eran de Bernhard Minetti, célebre actor de la escena alemana que el austríaco Thomas Bernhard convirtió en personaje de una pieza de tono filosófico y metafísico que protagonizó el argentino Aldo Braga, intérprete de gran presencia y voz profunda que falleció el viernes aquejado de un enfisema pulmonar. Esa alusión al arte no es gratuita. Braga no se conformaba con ser eficaz, y lo demostraba en cada una de sus apariciones. Aquella puesta de Minetti, de 1999, en la que lo dirigió Roberto Villanueva, fue sin duda un desafío para este artista que supo afrontar muchos otros, destacándose en obras de fuste, como Marat/Sade, Rayuela, La oscuridad de la razón, Sacco y Vanzetti, Arriba Corazón y Borges y el otro. Se lo vio en numerosas puestas del Teatro San Martín, a cuyo elenco perteneció durante diez años, componiendo papeles principales y secundarios. Participó en montajes del circuito oficial y alternativo en títulos célebres, como en una versión de Hamlet de 1980, y en piezas como Esperando a Godot, Periferia, Todos eran mis hijos, Morgan, Memorial del cordero asesinado, Cuarteto, Volpone, El señor Bergman y Dios, un reciente montaje de Panorama desde el puente y La novia de los forasteros, las dos en la temporada 2004.
La televisión lo convocó por etapas; entre sus últimas actuaciones, su memorable trabajo en la miniserie En el nombre de Dios, con Alfredo Alcón y Adrián Suar. Entrevistado entonces por este diario, bromeaba: “La TV da popularidad y a veces prestigio, aunque no sea merecido”. Una suave ironía teñía entonces un diálogo donde expresaba sus opiniones sobre el teatro y su gente. De origen santafesino (nació en 1934, en San Lorenzo), Elio Aldo Bragnini (tal era su verdadero nombre) se radicó desde muy joven en la ciudad de Mendoza. Allí se inició en el radioteatro, desempeñándose además como locutor e incorporándose a los elencos de películas producidas en esa provincia, como Alamos talados y La maestra enamorada. Fue también en aquella ciudad que tomó contacto con la maestra y teórica rusa exiliada Galina Tolmacheva, discípula de Stanislavski.
Establecido en Buenos Aires, debutó en La zorra y las uvas y a partir de ese momento no abandonó la escena, luciéndose en numerosas puestas, entre otras, Visita, Los pilares de la sociedad, Danza macabra, Fuenteovejuna, El señor Galíndez, Stéfano y El visitante extraordinario. Fue dirigido por artistas notables como Jaime Kogan, Roberto Villanueva, Juan Carlos Gené, Osvaldo Bonet, Alejandra Boero, Sergio Renán, Hugo Urquijo y Omar Grasso. El cine no le fue ajeno, aun cuando creía –según confesó– que en la pantalla “mostraba una expresividad excesivamente teatral”. A propósito de la escena, opinaba que en la Argentina es imposible ceñirse, como en algunos países europeos, a teorías estrictas, debido a las diferencias económicas y, en ocasiones, a la imperiosa necesidad de generar éxitos. “Difícilmente un dramaturgo argentino haga una obra que requiera gran producción”, sostenía. En su visión, lo característico era el teatro costumbrista o el “teatro ideológico con cierta ética y emoción”. El teatro “descarnado, severo y escéptico” de los alemanes, por ejemplo, no nos pertenecía.
Incursionó en el cine integrando los elencos de películas que despertaron interés, como ¿Qué es el otoño? y Saverio, el cruel. En 1981 se lo vio en otras dos excelentes producciones, Sentimental y El hombre del subsuelo. A éstas le siguieron, y entre muchas más, Volver, La Rosales, El juguete rabioso, Los días de junio, Lo que vendrá, A dos aguas y La nave de los locos.
En cuanto a aquel llamado a no ceder del personaje Minetti, quien, en tanto actor, “desarrolló una idea extrema sobre el arte y la vida”, Braga entendió la propuesta. Tampoco él cedía. Para Minetti –observó entonces– “aquel que es consecuente consigo mismo (que no negocia), está condenado a la desaparición total”. Según el actor, su impresión era que ese personaje”no entendió el mundo, y éste no lo entendió a él”. Como en otras circunstancias, Braga estuvo a la “altura del personaje”. Esa era su preocupación de artista no adocenado. “En la Argentina, hacer teatro es una aventura, especialmente cuando uno acepta los riesgos”, decía. Aquella peculiar experiencia sobre Minetti lo agotaba, pero al mismo tiempo descubría para sí y los otros que su “dignidad de actor era indestructible”.

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