Sáb 22.01.2005

ESPECTáCULOS  › EMILIANO DIONISI, PROTAGONISTA DE EL SEÑOR MARTIN

Las ventajas del antihéroe

Actúa en Mar del Plata en una obra surgida de Teatro por la Identidad, una propuesta atípica para el verano. Hace doblajes y se hizo conocido como el Jovín de Padre Coraje.

› Por Julián Gorodischer

Le auguraban otra suerte: una carrera lenta forjada en teatros chicos, o el salto interminable de casting en casting. Pero a Emiliano Dionisi le llegó el batacazo: una aparición descollante en Padre Coraje que, sobre el final del 2004, le trajo una notoriedad imprevista como Jovín, el hijo de Messina, ex prostituta y su madre adoptiva. En El señor Martín (que se exhibe en la Sala Alberto Olmedo, en Mar del Plata), el actorcito, a los 17, decidió salir a hablar de otras cosas: ya no de su condición de vástago indeseable, como en la tira, sino de lo que sucede cuando la identidad se pone en crisis. Al aire eufórico de las revistas y comedias brillantes de la temporada 2005, contrapone la herencia de Teatro por la Identidad (donde surgió la obra, en el 2003) y promueve un discurso encendido: “Estamos contando qué pasa cuando la identidad es amenazada y alguien decide que seguirá siendo irrenunciable”.
Curioso el caso de El señor Martín en la ciudad de las olas, allí donde se agrega al varieté y al vodevil sin importar la sala semivacía. Este es el relato en torno a un college de Burzaco en el que desembarca un profesor anglófilo con pretensiones de colonizador. De la pelea entre el disciplinario y el alumno rebelado hablará la obra; de cómo preservar lo local más allá del lugar común hablará Emiliano Dionisi, militante del Teatro por la Identidad y asiduo participante de cuanto doblaje se realiza en la Argentina. En ocasiones siente el extraño placer de apropiarse de una lengua ajena: le tocó, hace muy poco, aportar su voz al extraño cocoliche de la película Los increíbles –haciendo de novio de Violeta, la hija mayor de la familia–, pero el balance no fue del todo a favor. Superhéroes que se expresan en lunfardo y la repetición cansadora de la palabra “joya” no son exactamente su versión de cómo argentinizar. Entre el dogmatismo de “la preservación” a cualquier costo y el facilismo de la apertura indiscriminada, existe un punto medio como el de Dionisi, defensor de las zonas grises y los matices.
–En el doblaje porteño de Los increíbles, por ejemplo, la preservación de una lengua propia parece fundamentalista...
–Yo doblo desde hace dos años: películas, series, dibujos animados en idioma neutro, para que sirva en toda la América de habla hispana: después los chicos escuchan “balón”, “refresco” y, por eso, me parece bien que se empiece a doblar de otra manera. Pero no creo que, en la película, se haya logrado reivindicar un lenguaje propio: está pensada para una sociedad acostumbrada a los superhéroes. No era un buen momento para imponerle una jerga porteña. Por momentos resultó un engendro.
–¿Y qué otras vías quedan para reivindicar lo local?
–Me gusta insistir sobre lo local por otra vía, no transformando lo de afuera en una experiencia parecida a como somos nosotros sino produciendo algo propio. Si no, es como ponerle bife argentino al Big Mac.
–¿Hay una marca generacional en ese vuelco a lo autóctono?
–El vuelco a lo propio también aparece en el retroceso del jovencito carilindo elegido solamente por su belleza y que no podría hacerse cargo del personaje. Irrumpe la gente común. Chicos como yo, o como Martín Slipak (Resistiré, La bestia en la luna), llegamos para desmitificar: en la tele, la gente ya no quiere ver superhéroes. A veces te querés ver a vos mismo reflejado. No es casual que cada vez se luzcan más los roles secundarios, con más permiso para jugar por fuera del protagónico.
La identidad, entonces, se defiende en el acto: facilitando el ingreso de comunes a la TV. Dionisi imagina una tele sin filtros, sin el sino del casting clásico, ese selector natural que preservó un rostro armónico, un tono claro para la piel y un físico trabajado. El cambio –dice– empieza en la nueva mentalidad del selector, inspirado en la invasión de civiles y freaks en la publicidad. Poco después, el galancito abrió paso al hombre pequeño de frente amplia, orejas grandes y ojos saltones, siempre relegado, eso sí, al elenco de segundones con peso propio, un paso más atrás de la melena rubia de Facundo Arana, pero con dimensión estelar.
–¿Esa apertura llega como marca generacional?
–Tiene que ver con el tipo de personaje que nos asignan a los más jóvenes: la ventaja del antihéroe es que tiene menos presión encima, más libertad para experimentar y la posibilidad de improvisar. Así, sobre la marcha, se te van ocurriendo cosas como el robo en la Iglesia o el embarazo adolescente (a cargo de Jovín en la ficción televisiva). Padre Coraje hizo algo bueno por la libertad en la actuación.
–¿El aluvión de seres comunes podría ser un derivado del reality show?
–Lo que cambió es la ficción: se pasó de historias de ricos y famosos a relatos más cercanos al tipo común. Se cuentan relatos más cercanos a uno, y eso repercute en los actores que se eligen. Esa es la causa, y no el influjo del reality: a mí ese género me asusta. Se plantea la fama como éxito, y nunca debería ser el fin por el que se hagan las cosas. Alguien puede llenar un estadio una vez, y después –tal vez– no le vuelva a pasar nada: allí no hay mérito.

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