Sáb 05.02.2005

ESPECTáCULOS  › LA SEGUNDA FECHA DEL COSQUIN

Encuentros cumbre junto a la sierra

Charly se juntó con Gieco y luego con Pappo. Spinetta dio un show brillante.

› Por Cristian Vitale

Habían hecho juntos dos versiones sencillamente descomunales de Desconfío y Popotitos. Pappo lo despidió con un frío cumplido –“gracias, Charly”–, pero García no se fue. Le gritó “¡Sucio...!”, cómodamente sentado en su pequeño teclado rockero, y hubo dos segundos de desconcierto. ¿Sucio?... “Hagamos sucio, dale”, aclaró Charly cuando empezaba a oscurecer, con una pipa en la boca. Recién entonces, Pappo se ablandó. Y entonces, la versión que ambos hicieron del clásico Sucio y desprolijo fue, sin exagerar, de antología. El momento cumbre y más festejado de la segunda fecha del mágico y natural Cosquín Rock, que convocó a unos 25 mil rockers trashumantes en una larga y ajetreada jornada. En verdad, la versión de aquel viejo tema de Pappo’s Blues III –el disco– coronó una impecable actuación grupal, en la que Pappo sostuvo a Miguel Botafogo como guitarrista estable, y se dio varios gustos más allá del inhabitual cruce con Charly, como tomarse la licencia de arengar un solo de batería cuando tenía que salir a tocar Molotov –“Que esperen”, dijo secamente mientras lo apuraban desde un costado del escenario–, versionar Rock and Roll de Led Zeppelin, con el frontman de Vudú (Quique) idéntico a Robert Plant, despachar blues de la mejor cosecha nacional (El hombre suburbano, Buscando un amor, Blues local) y tratar de agradecer a los organizadores que exista un festival así, a su manera: “Hay que agradecerles a los dioses que se haya podido armar este sistema” (sic).
El grueso de la noche consistió, en verdad, en las fusiones entre históricos del rock argentino. No sólo congeniaron Charly y Pappo –vaya rareza–, sino que García engalanó el escueto set de León Gieco con certeras intervenciones en clásicos setentistas: La mamá de Jimmy, El fantasma de Canterville, Pensar en nada y La colina de la vida. La sensación colectiva, el comentario general, era que de ese modo Charly había lavado culpas por los excesos de star cometidos la noche anterior. Con Gieco y con Pappo, se sentó al teclado, cantó y ocupó su lugar, sin rastros del malhumor del debut.
Antes de que todo eso ocurriera, mucho antes de que la luna y el frío intenso tomaran por asalto a la comuna San Roque, con el sol en el poniente y precediendo hasta a Los Pericos, aparecieron Luis Alberto Spinetta y su banda familiera. Ocupando apenas el 20 por ciento del inmenso escenario, ofreció cuarenta minutos de maravillosa música. Poca gente aún, pero fiel y ultrafanática, siguió son sumo respeto la arriesgada propuesta del Flaco en términos festivaleros. “Vamos a hacer un tema cuya letra tiene mucho que decir acerca de la violencia del mundo de hoy”, lanzó como previa de uno de sus momentos más calientes, una inesperada versión heterodoxa y rítmica del viejo Kamikaze. A los nostálgicos los colmó de placer introspectivo, además, con La herida de París, Durazno sangrando, Resumen porteño y una muy exótica versión de la bellísima Era de uranio, de Bajo Belgrano. A los futuristas –que también los hay en el universo spinetteano– les alcanzó con Agua de la miseria en clave funk, Vida mi y el discurso clave de la noche como previa del tierno Crisantemo. “Vamos a dedicarle este tema sólo a la gente que perdió su vida en Cromañón, sin demagogias. Y también a los muertos del tsunami... a las vidas humanas que se van de un soplo.” Un grupo de chicos, remera y banderas de Callejeros, que había estado de espaldas casi todo el show, tomó conciencia de repente: “¿No te dije que era un grande?” El Flaco se despidió de todos con una versión sorpresiva e híper power de Hombre de lata, de Pelusón of Milk. Había cumplido a lo grande, justo con la puesta del sol inmensa tras las montañas.
En este contexto, los shows muy profesionales de Sepultura y Molotov –última banda del programa– quedaron ciertamente relegados en términosemotivos. La potencia extrema y gutural del grupo brasileño taladró las sierras, es cierto. Y Molotov entretuvo con material de su último disco de versiones, Con todo respeto, pero el hip hop y los desmadres palabreros, en medio de un clima helado, no alcanzaron para agregar peso a una noche que ya se había coronado exitosa con las reuniones cumbre. El reggae tuvo su noche aparte mucho más cerca de las sierras –muy bueno el show de Riddim, respetuoso de la tradición el de Fidel Nadal y previsible el de Los Cafres– y Sepultura no fue el único en detonar... para thrash, hubo un vermouth adecuado en el garagero escenario Topline con Hammer y Jesus Martyr.
Ayer, en una tarde-noche más fría aún, Cabezones, Los Natas y Carajo estaban preparando una noche de altos decibeles a merced de Divididos, Riff –otra vez Pappo– y una de las bandas más esperadas del festival: los veteranos españoles Barón Rojo. Para hoy, en cambio, habrá baile y diversión garantizados con Babasónicos, Vicentico y Dante Spinetta. Y el infaltable toque de blues para bajar con La Mississippi y Miguel Botafogo, entre otros referentes del género.

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