Vie 25.03.2005

ESPECTáCULOS  › ROSARIO BLEFARI Y LA INUSUAL “SOMOS NUESTROS GENES”

La ciencia también es arte

En la puesta que se presenta en el C. C. Rojas, Bléfari, Susana Pampín y Javier Lorenzo consiguen que la divulgación científica se convierta en un tema jugoso para el escenario.

› Por Julián Gorodischer

Parece una misión difícil: hacer teatro sobre un tratado de genética, quebrar el tono didáctico, pero dejar en claro cómo funcionan genes y cromosomas. Rosario Bléfari y Susana Pampín proponen en Somos nuestros genes (sábados a las 21, C. C. Ricardo Rojas) la inauguración de un género: el ensayo de divulgación científica. Es la intención que plasmaron, en 2004, en Somos nuestro cerebro: instalar en escena la estructura de un programa científico (antes) o una clase magistral (ahora) para disertar activamente sobre mutaciones, transgénicos, herencia, determinación y azar, con algunas licencias para divertirse: corporizar a un gen en un humano, generar una discusión compleja a partir de un pequeño incidente de lo cotidiano o reflexionar sobre transgénicos pensando en el gusto de la milanesa de soja de ayer. Si la materia es árida (tratados sobre cromosomas y ensayos sobre mutación), el acierto está en hacerlo entretenido, sin las canciones de amor que elevaron a Somos nuestro cerebro a categoría de pequeña obra maestra, pero con otro mérito: construir un pequeño universo monotemático.
Es que Rosario (coautora) siempre se sintió ligada a las imágenes de lo desértico, se estimuló con lo escaso, lo que no promete, para hacer una actuación genial (en Silvia Prieto, de Martín Rejtman) o una canción de antología (en su disco Estaciones). “Tengo una especie de obsesión por hacer con poco, atraída por el paisaje de la llanura pampeana. Cuanto más limpio o duro es el paisaje, es más viable encontrar implicancias de nuestra vida. Me gusta la ciudad de casas bajas. Y compongo con pocos elementos: tengo que cantar y lo único que encuentro es la guitarra criolla”, dice.
El desafío de Somos nuestros genes es volver atractivo un monólogo colectivo que no contempla la acción dramática, ni conflictos, ni máscaras para Susana, Rosario, Javier. Se lanzan a lo increíble: la monografía actuada. Lo que se ve es el formato algo rígido del texto académico, ni siquiera alivianado por las reglas del ensayo, dividido en capítulos técnicos (Mutación, Transgénicos, Personalidad, Clonación), recitado a velocidad, sin omitir el detalle de la formación celular y los últimos debates sobre homosexualidad y predeterminación. Se anulan los atributos del show, y aparece una escena sin brillos, apenas adornada por música incidental. Rosario, en esa zona, se mueve cómoda. “El cerebro era menos árido –recuerda– porque se relaciona con el comportamiento. Con Susana buscamos que no faltara la información, pero que se la pudiera bajar a tierra.” Cuando recita, monocorde, una historia de las ideas de los genetistas, recupera el ascetismo y economía gestual de Silvia Prieto, la síntesis exacta de sus canciones. Pero cuando la clase magistral amenaza con hacerse escolar, con no trascender los límites del manual para principiantes, las actrices (y el actor Javier Lorenzo) quiebran el tono. El alumnado podría empezar a tirar pelotitas de papel, pero una serie de gags renueva el interés. El hit es un diálogo entre humanos y genes:
Rosario: –¿Por qué son conocidos por las enfermedades que provocan?
Gen: –Eso es la prensa amarilla. Es lo que vende. Pero disculpen, me tengo que ir a trabajar, alguien necesita cortisol.
Se quiebra la monotonía del recitado, y la vulgata genética deja paso a la frescura de los actores. Pequeñas anécdotas sirven para enredar la reflexión genética en las pequeñeces del “aquí y ahora” (la salida de un actor se demora, alguien se sirve un cóctel, otro se declara gay) y nada se pierde, todo aporta. Rosario y Susana se preguntan por qué estará tardando tanto un expositor, y se abre el debate sobre si tener tira larga o tira corta en el ADN es síntoma de aventurero, impuntual o qué... Cuando se cruza lo prosaico con la ciencia, Somos... retoma la tradición de los relatos de César Aira, donde se equipara lo complejo y lo mundano en un mismo nivel de reflexión, y caen las jerarquías del pensamiento ilustrado. Todo entra en la misma bolsa, y se podrá abordar el ADN y la evocación de Susana Pampín de sus estados emocionales al mirar Feliz Domingo como parte de una misma racionalidad técnica, parodiando varios discursos a la vez: el del Congreso de especialistas y el cotilleo entre vecinas.
Bléfari habla sin ademán, con una sonrisita, más tierna que dañina pero igualmente corrosiva. Orgullosa de enfrentar lo nuevo. “Hay una inauguración: otras obras tratan de buscar argumentos o narraciones para atravesar una cuestión”, dice. “Acá se trata de partir del tema mismo.” En ese plan, el didactismo es un pequeño sacrificio que resignó el punch (Rosario no canta ni baila, no hay historias de amor) a cambio de dejar cosas claras. “Que esté la información –dice la actriz–, que por lo menos uno se vaya con la inquietud.” ¿Aburrido? “Era imposible no contar el ABC, aunque sea más extenso que el del cerebro. Es una ciencia más dura, tiene más aristas conflictivas. Y no se la puede tocar sin hablar de actualidad, de opinión y de ética.”

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