ESPECTáCULOS
› ENTREVISTA CON EL ESCRITOR ALBERTO MANGUEL
Testimonios de una ausencia
El narrador y ensayista argentino radicado en Francia habla de la nouvelle El regreso, inspirada en su viaje a Buenos Aires en 2003, y del ensayo Con Borges, que acaba de publicar.
› Por Angel Berlanga
“Tuve más que nunca la sensación de estar en una ciudad de fantasmas, de ausencias”, dice Alberto Manguel en relación al viaje que hizo a la Argentina en 2003 y a la génesis de El regreso, la nouvelle que publica por estos días, el primer texto que escribe originalmente en castellano este narrador y ensayista nacido aquí y radicado desde hace cuatro años en Mondián, Francia. “Fue una sensación personal, porque el Buenos Aires que yo conocía no existe, y tampoco tanta gente que yo conocí y murió, o desapareció”, agrega; al igual que su protagonista, Manguel se fue del país tras vivir aquí su juventud, época en la que cursaba en el Colegio Nacional y le leía a Borges, experiencia que rememora en Con Borges, el otro libro que acaba de publicar. “La contradicción entre la realidad física, presente, y esa otra realidad más fuerte, la de la memoria, me produjo una impresión extraordinaria, un reconocimiento de que la ausencia tiene un poder que predomina sobre la presencia”, asegura.
Así que Manguel, que anda volviendo, propone el regreso de Néstor Fabris, un anticuario que de mala gana suspende su plácida administración de negocito en Roma, decide asistir al casamiento de su ahijado, el hijo de una antigua novia-compañera desaparecida, y desde que aterriza en Ezeiza va topándose con una serie de molestias-descortesías muy propias de una ciudad como ésta: las valijas tardan en aparecer y los mozos no atienden bien, por ejemplo. Esos componentes realistas pronto empiezan a teñirse con situaciones algo raras, calles y lugares que parecen ubicar al personaje y más bien lo confunden y lo pierden, y una sucesión de encuentros “casuales” con conocidos y compañeros a los que creía muertos, a quienes había visto por última vez treinta años antes, cuando se fue, “obligado por sus padres”. Lo fantasmal va ganando terreno, hasta que Fabris se sube al micro que maneja su antiguo profesor de historia y desemboca en un tétrico lugar, donde coexisten torturadores y torturados.
“Fabris es testigo de una ausencia muy particular que este país sufre por decisiones políticas injustificadas: la falta de justicia respecto a lo que pasó en los ’70 –dice Manguel–. Es más, tengo la impresión de que la gente no quiere hablar aquí de eso. En Alemania sucedió lo mismo después de la guerra, hubo un momento en que no se quiso volver a pensar en el horror de lo que sucedió, pero luego sobrevinieron los juicios de Nuremberg. Aquí, aparte de los grupos militantes, madres, abuelas e hijos, pareciera que aceptamos un paréntesis en el tiempo, como si saltáramos de los ’60 a los ’80. Cuando se hace un juicio a los responsables se fija un capítulo dentro de la historia, y desde ahí se puede avanzar.”
–¿Cómo le resultó escribir en español?
–Empecé a escribirla en inglés, como siempre, pero cuando los personajes se ponían a hablar lo hacían en español, sobre todo de los años ’60, porque si bien parecía estar ocurriendo en 2003, se trata de fantasmas de esos años. Cuando quise traducir eso al inglés resultó muy difícil. “Esto es absurdo”, me dije, y me lancé a escribir en español. Yde pronto me escuché escribiendo como hablaba en el Colegio, con cierto tono.
–El Héctor que aparece en ese espantoso lugar del final, ¿es Oesterheld?
–Sí, es el único personaje real, y lo quise poner ahí porque para mí tiene una presencia simbólica, más allá de su terrible tragedia.
–Es muy molesta su presencia ahí, que lo coloque coexistiendo mansamente con torturadores.
–Tiene razón, es inadmisible. Y eso es lo que hemos creado por no haber hecho un juicio como se debe a la caída del gobierno militar. Entonces todo el mundo está mezclado: hemos creado este cambalache.
–¿No es demasiado que le haga contar a él la forma en que se torturaba, y que diga que el apodo de un torturador es “muy gracioso”?
–Quería que fuese Oesterheld el que lo dijese, porque además de ser muy inteligente tenía un sentido muy fuerte de lo humano. Es maravillosa la escena de El Eternauta en la que mira la cafetera y dice “tantos años para construir esto y ahora lo estamos destruyendo”. Que sea él, el que reconozca la realidad de este absurdo. Los católicos tienen misas para avanzar en el Purgatorio; yo quiero algo más concreto: quiero un juicio.
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