ESPECTáCULOS
› UNA CLASE MAGISTRAL
Sobre el secreto de Brecht y Weill
Además de sus shows, Lemper protagonizó en el San Martín un encuentro que dejó pistas sobre sus múltiples disciplinas.
› Por Hilda Cabrera
Jenny finge, y le cuenta al público que su personaje es una fregona en un hotel de mala muerte, y que al tronar de los cañones de un barco de ocho velas, ella sonreirá. Quien habla de Jenny y cuenta, y se convierte en personaje al cantar, es la actriz, cantante y bailarina Ute Lemper. Su clase magistral del sábado por la tarde en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín, acompañada en escena por el pianista de su grupo y el director de teatro Hugo Urquijo, oficiando de traductor del inglés, fue una conmovedora fiesta. Su propuesta era “el teatro musical de Bertolt Brecht y Kurt Weill”, especialidad que Lemper domina al punto de convertir a los personajes del dramaturgo alemán en seres cercanos, como esa fregona que finge y sonríe “raro” en La canción de Jenny la de los piratas (de La ópera de dos centavos).
Lemper supo teatralizar esa composición y varias más, tendiendo afectuosos puentes con el público. Incluso bromeó en esa escena al pedir a un espectador de la primera fila que le entregara su zapato para sacarle brillo. Poco antes había bromeado sobre el muy discreto director Urquijo. Luciendo un atuendo informal (de pantalones y en zapatillas), se refirió escuetamente a su repertorio y a segmentos de la historia de su país. Su “estilo” –dijo– fue conformado por las canciones creadas y popularizadas durante la República de Weimar. La década del ’20 fue “de explosión de una investigación artística influida por los terribles recuerdos de la Primera Guerra Mundial”. Recordó a los pintores expresionistas que “mostraron el mundo de los antihéroes” y pasó lista de algunas batallas libradas por los movimientos de emancipación y derechos civiles. Respecto de Brecht aludió brevemente a su famosa técnica de distanciamiento, de alejar hechos y personajes para que, perdiendo su cotidianidad, resulten insólitos en la escena e inciten al público a explicarse el porqué de esa ruptura de las apariencias.
En su presentación no olvidó mencionar a esos seres ya familiares para los atrapados por el imaginario de Brecht, tan hábil en la utilización de apodos contundentes para sus personajes del hampa (Gusano, Mandril, Cuchillo y muchos más) y en el retrato de situaciones que jaquean, como la del rey victorioso y el mendigo que trastorna las ideas de aquél y al término de la escena se descubre que es ciego (El mendigo o el perro muerto). Lemper habló de inocencia y rescató a Polly Peachum y comentó aspectos, siempre en sorna, de muchos otros personajes; también de la conflictiva relación de Brecht con Weill, después de que ambos atravesaran juntos un período brillante, el de los años ’27 al ’31. Lemper halla en esas creaciones una “simbiosis perfecta entre texto y música”, aun cuando a veces la música debía someterse al texto. Un ejemplo de esto es el trabajo de Weill sobre los poemas de Brecht en La muerte del soldado desconocido. Respecto de esa simbiosis, la artista eligió un monólogo, que actuó y cantó. Aquellas composiciones fueron –a su entender– “una combinación mágica, rara de encontrar en las canciones de otros países”. No olvidó sin embargo mencionar a la chanson francesa de los años ’40 y ’50, a la música y el texto “que se complementan, como en el tango, que no te suelta, y que Brecht y Weill amaron tanto”.
Lemper dice no hallar dificultades en transmitir las creaciones de Brecht-Weill, aun cuando admite que sea algo más complicado para los músicos, puesto que “no existe una partitura acabada”. Dice amar también las letras de Brecht junto a la música de Hans Eisler, sobre todo las escritas para cabaret entre 1934 y 1942. Se apasiona por la Balada de la prostituta judía María Sanders, que canta también en inglés, debido a sus numerosos recitales en Estados Unidos, donde reside, y su deseo de que el público entienda la letra, sobre todo cuando las composiciones retratan la discriminación, la violencia y el “sinsentido de la guerra”. La artista opina que en este momento no existe en Europa “esa combinación entre música y política, salvo la que aparece en el rap, que es muy agresiva”. Sostiene que, en general, la música refleja hoy una fuerte conexión con la tecnología, pero no “con los grandes temas de la vida”; que lo suyo no es comercial y que trata de que sus conciertos sean “transparentes” y para un público amplio, “de 17 a 87 años”.
La clase en la Sala Casacuberta, auspiciada por la Fundación Amigos del San Martín, fue, en realidad, un diálogo relajado, donde la artista intentó, como es su pretensión en sus recitales, que el público aspire a encuentros más humanos. Propósito que logró en la tarde del sábado. Ese sentimiento fue certeramente expresado por la cantante y actriz Susana Rinaldi, quien, desde la platea, manifestó a Lemper su admiración por el talento que despliega, su calidez, empuje y capacidad de emocionar. Y hubo aplausos y lágrimas, sobre todo cuando la artista alemana cantó en yiddish. No fue ése el único rasgo de ductilidad. Respondiendo a una pregunta sobre cómo se cantaban las composiciones de Brecht-Weill y Brecht-Eisler, Lemper lo ejemplificó con timbres de soprano. Finalizando la clase, pidió que se eligiera una de dos canciones de Jacques Brel: Amsterdam o Ne me quitte pas. El público decidió que la despedida encajaba bien con el lamento amoroso.