Mié 01.06.2005

ESPECTáCULOS  › “ESAS CUATRO NOTAS”, SOBRE GANDINI

Un rompecabezas de luces y sombras

› Por Diego Fischerman

Podría tomarse un rompecabezas y reemplazar, cuidadosamente, algunas de sus piezas por otras que tuvieran exactamente su forma y tamaño. Estas nuevas piezas, algunas en blanco, otras con fragmentos de otras figuras —de otros rompecabezas–, una vez insertadas en la vieja estructura provocarían algo absolutamente nuevo, aunque cargado de reminiscencias. Esa es la forma de varias obras de Gerardo Gandini, en particular algunas que toman como referencia a Robert Schumann –un personaje fragmentado, un loco; alguien con la cabeza rota– y ésa es la forma que elige el film Esas cuatro notas, de Rafael Filippelli, en donde la ópera Liederkreis, una ópera sobre Schumann, de Gandini, funciona como eje narrativo. La película tiene la misma duración que la ópera, su primera nota es la primera de la composición de Gandini y la última corresponde a su final. Pero en el medio, como en la propia obra musical, varias piezas han cambiado de lugar.
Esas cuatro notas registra, entre otras cosas, ensayos para la representación de la ópera, que fue estrenada en el Teatro Colón en 2000. Y es, a la vez, un ensayo acerca de la creación. Durante el transcurso de la película hay cuatro personajes –Beatriz Sarlo, la pianista Haydée Schvartz, que es también personaje de la ópera, donde encarna a Clara Wieck, y los musicólogos Omar Corrado y Federico Monjeau– que miran, comentan, atraviesan los pasillos del Colón –laberínticos como la mente de Schumann– y piensan en voz alta sobre este autor y sobre Gandini. Una ópera que se opone a la idea de linealidad, en que distintos personajes, escenas y épocas coexisten como si no hubiera posibilidad alguna de causalidad, en que se discuten las leyes básicas del género –intriga, avance de la acción, contratiempos y fuerzas del destino–, es filmada de una manera que implica, a la vez, un comentario crítico.
Si el libreto de Alejandro Tantanián y la régie de Rubén Szuchmacher trabajan precisamente en la zona de lo fragmentario y lo superpuesto, de lo que define su significado a partir del punto de vista de los espectadores, simplemente, del lugar físico que ocupan en ese momento los personajes; si allí Schumann y sus alter ego –Florestán y Eusebius– podrían no ser otra cosa que meras invenciones de algún otro –Gandini, tal vez–, Filippelli se permite dudar sobre todos ellos e ir, incluso, un poco más allá. La película comienza casi a oscuras, con la cámara deteniéndose en las tulipas del Colón, y termina con esas mismas lámparas encendiéndose, vistas desde el escenario, para luego apagarse y dejar la sala nuevamente en penumbras.
Esas cuatro notas tiene, además, un prólogo y un epílogo. En ambos aparece Gandini y las dos veces pone en escena la interpretación como hecho central de la música. En el primero, él es el intérprete, como director de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. En el segundo, es el interpretado. Schvartz toca una de sus sonatas para piano, rodeada por los cuatro personajes y por el régisseur de la ópera. La película de Filippelli, más que llevar un registro pormenorizado de la ópera de Gandini, ha registrado algo más cercano a su núcleo. Algo relacionado conla imposibilidad de la verdad; con la oscuridad y con la inevitable transitoriedad de la luz.

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