Mié 01.06.2005

ESPECTáCULOS  › OBIT, EL ESPECTACULO QUE SE HACE “ENTRE TODOS”

La Fura dels Baus invita y arenga, pero no convence

Los catalanes provocan al público, pero sin sustento actoral ni dramático.

› Por Karina Micheletto

“¡Vais a sudar! ¡¡Y mucho!!”, advierte una chica con acento castizo a quienes acceden al hall de entrada del espectáculo Obit, la última criatura con la que arribó el grupo catalán La Fura dels Baus a Buenos Aires. Antes, los cartelones verdes desplegaban la pregunta que amagaba responderse en instantes: ¿Hay vida después de la muerte? Y más: Obit quiere romper el cuerpo y romper las barreras físicas. Obit fluye, no se detiene, no se corta. Un poco antes, el director decía a este diario: “Obit es algo radical. Es una acción colectiva”. Pretensiones, al menos, había de sobra como para crear la expectativa con la que cientos de personas entraban en malón al predio de la Rural, dispuestas a ser parte de algo que no sabían muy bien qué era, pero que se anunciaba revelador. Una expectativa que se fue desinflando a medida que transcurría la hora y veinte que duró el espectáculo: un show que parecía no tener demasiado que decir, más que nosotros no decimos, el espectáculo lo hacemos todos.
Después de pasar un relajado hall previo que incluye silloncitos para tirarse y cervezas de la marca auspiciante (“nos quieren desinhibir”, comentan los más entusiastas), lo primero es contestar la encuesta que se anuncia obligatoria, con preguntas como: “Para mí, la muerte es: El final de algo / El principio de algo / El cambio de algo / No me interesa / Nunca había pensado en ella”; “Ahora, en mi vida: Yo pongo las normas / Sigo las normas / Quiero cambiar las normas / Paso de las normas”. Con la encuesta en la mano, se puede pasar finalmente al cubículo donde todo sucederá. A los espectadores les ponen un mameluco blanco, les pintan la cara, los dividen en cuatro grandes equipos, tratando de separarlos de las personas con las que vinieron, y... ¡a hacer la obra!
En esta obra que hacen todos, se encargan de explicarles lo que están haciendo: “la pelea entre iguales”, donde se siguen “las normas que hay que cumplir”; el “laberinto de la vida”, donde “se explora el caos, la búsqueda y el encuentro, el sentimiento de pérdida”, y, finalmente, “el renacimiento”, “celebrar la vida que tenemos, celebrar la muerte certera que vendrá para llevarnos, sin temor, sin miedo. ¡Y reír y bailar!”
Para hacer que el espectador haga-esta obra-que-hacemos-todos, se echa mano a distintos recursos: organizar juegos en donde los participantes deben derribar globos con lanzas, vendarle los ojos a parte del público y guiarlos por distintos recorridos, esparcir pedazos de maniquíes, muñecos bebés o pequeños ataúdes. La única capacidad actoral que se distingue entre los integrantes de la Fura es la de un par de muchachos que se animan a pasearse totalmente desnudos por la sala (como se aprende en las clases de Briski, sí), portando faroles con la cara tapada. El único que parece estar dispuesto a ponerle un poquito de ganas al asunto es Goto, un robusto actor seleccionado en la Argentina (los catalanes trajeron a once integrantes, y aquí hicieron un casting para completar el elenco), que no para de saltar y que, terminado el show, recomienda: “¡Si pueden venir de nuevo no se pierdan el Pre-Obit! (donde, una hora y media antes de cada función cien espectadores pueden presenciar los preparativos, y participar más tarde con roles específicos).
La pregunta de si hay vida después de la muerte no encontró respuesta, tampoco en Obit. Surgen, en cambio, otras más acordes: ¿Hay necesidad de que esta gente se tome la molestia de llegar hasta aquí con todo esto? ¿Y hay necesidad de que los espectadores vayan hasta la Rural y paguen 45 pesos su entrada para hacerles la acción colectiva? Pera Tantiñá, el responsable de Obit, lo advertía en este diario: “A Obit van dos tipos de personas. Los que salen encantados y los que piden que les devolvamos el dinero de la entrada”. Si hubiera pagado su entrada, esta cronista formaría parte del segundo grupo. Igual que muchos de los que asistieron a la función del sábado pasado y terminaron rompiendo el decorado y ejerciendo, finalmente, su propia acción colectiva.

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