Mar 28.06.2005

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA A ADELAIDA MANGANI

Títeres para crear, títeres para creer

La actriz, titiritera y directora cuenta cómo combinó a Galeano y H. C. Andersen en la puesta de La mujer de la lámpara.

› Por Hilda Cabrera

Cuando el grupo El Candil la invitó a realizar una puesta en base a La niña de los fósforos, del escritor danés Hans Christian Andersen, la actriz, titiritera y directora Adelaida Mangani se planteó con urgencia cómo contar un cuento en escena y cuál sería en esta dramaturgia el lugar del narrador. Encontró inspiración en dos textos del escritor uruguayo Eduardo Galeano incluidos en el libro Mujeres. Descubrió allí “personajes a los que les era familiar el arte de contar”. Entonces surgieron “la mujer de las cajas y la de los volados”, protagonistas de la obra que Mangani dirige y musicaliza, y para la que ha diseñado los títeres. La pieza se denomina La mujer de la lámpara y se ofrece los viernes a las 21.30 en la nueva sala El Grito, de Costa Rica 5459, con actuaciones de Marta Cabrera y Mabel Marrone. Tres escenarios o cajas transparentes dan cabida a esta historia que desmitifica la muerte, quitándole dramatismo, y tiene como centro a una niña sola y aterida de frío en una gran ciudad. Las actrices se multiplican, componiendo diferentes personajes y animando objetos.
Mangani dice querer “compartir emociones simples y profundas con el espectador”, partiendo del desamparo de una niña que acaso pudo llegar a ser mujer, como si aquélla del relato de Andersen no hubiera muerto de frío. El cuento aguijonea el presente de dos narradoras adultas: “Es que ese texto tiene gran implicancia social –advierte la directora–, nos instala en problemas que no se han resuelto, como la pobreza, la soledad y la indiferencia. La niña, desesperada, enciende todos los fósforos que tiene para vender y alucina imaginando situaciones gratas”. Mangani suma al relato otros escritos de Andersen. La intención es “subrayar la importancia que tiene en la literatura de este autor la necesidad de crear y creer”, sostiene la directora. “Cuando se cree en algo, se puede seguir creciendo. Esta niña llega con su imaginación a mundos que trascienden las circunstancias dolorosas de su vida. Entre el pequeño incendio que provoca el encendido de fósforos y la aparición de una serie de objetos luminosos, ella cree ver a su abuela, a la que tanto extraña. Este cuento es para mí una reflexión sobre la creación y sobre el arte.”
–Es también uno de esos relatos que en la niñez nos hicieron llorar.
–Porque nos identifica con algo muy real, como es el desamparo de un niño en la calle. Son situaciones que, cuando nos pegan, nos emocionan de manera muy primaria.
–Se realizaron este año varias puestas de Andersen para el público infantil. ¿Cómo fue este pasaje al mundo de los adultos?
–Este año se recuerdan los 200 del nacimiento de Andersen y esto explica tantas puestas. En nuestra obra, aquella niña del cuento “atraviesa” el sentimiento de desamparo de una de las mujeres narradoras. La historia se cuenta de manera diferente porque aquí hay actores y títeres, y el lenguaje de los títeres no se basa demasiado en la escritura.
–En Gaspar de la Noche, otro espectáculo suyo con actores y títeres para adultos, inspirado en un texto de Aloysius Bertrand, se atendía al texto y era complejo.
–Cuando se utilizan escritos como el de Bertrand, y además fragmentados, la obra puede resultar hermética. En La mujer de la lámpara aparecen elementos de otros cuentos de Andersen que posiblemente el espectador no conozca, como pudo haber sido con los de Gaspar... Por eso prefiero destacar aquí no tanto la escritura como los aspectos más simples, por ejemplo una rosa o un garbanzo que se iluminan. Es fundamental que el público pesque la imagen y después le dé el significado que quiera.
–¿Por qué no dirigirlo?
–A veces una se tienta y pretende guiarlo, pero es mejor no hacerlo.
–No pasaba lo mismo en Tinieblas de un escritor enamorado, de Eduardo Rovner, también un trabajo de títeres para adultos.
–Darle demasiada importancia al texto acaba siendo un problema para el títere, porque no puede sostenerlo como un actor. Por eso el recurso en aquella obra fue generar climas. Esa era la historia de un escritor atrapado por la fantasía del amor eterno, casi un descenso al infierno.
–¿Qué clima prefiere para los títeres?
–Me siento cómoda en la poesía y también combinando poesía con música. En Gaspar... una mujer cantaba flamenco. Como obra de prosa poética, hice en 1990 una versión de Mariana Pineda, de García Lorca.
–¿Cuál es la diferencia entre títeres y objetos cuando a éstos se les confieren actitudes humanas?
–En rigor, ambos son objetos, sólo que al ser trabajados dramáticamente se convierten en títeres. Si hablamos en forma general, diría que los antropomórficos son títeres y todo lo demás son objetos. Somos nosotros los que convertimos a los objetos en “personas”. Como quizá ninguna otra disciplina, el teatro de títeres descubre la esencia de la convención teatral. Esta nos dice que es preciso un acuerdo previo entre artistas y público por el cual unos y otros se comprometen a creer en aquello que se muestra en escena. Si aceptamos, por ejemplo, que una taza es un ser que piensa y siente, nuestra fantasía no tendrá límites.

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