ESPECTáCULOS
› LA RENUNCIA DEL DIRECTOR DEL COLON
Mutis por el foro
Capobianco, en Miami desde hace un mes, presentó su renuncia como director del Colón, concluyendo una gestión controvertida. La Secretaría de Cultura definirá la sucesión en pocos días.
POR D. F.
La historia había comenzado, como corresponde a un régisseur, con una puesta en escena perfecta. Y terminó, exactamente un año después, con un limpio mutis por el foro. El 16 de junio de 2004, Tito Capobianco, responsable de la legendaria régie de Bomarzo, de Alberto Ginastera y Manuel Mujica Lainez, que Juan Carlos Onganía no permitió estrenar en 1967, y conductor durante quince años de la Opera de Pittsburgh, asumió como director general y artístico del Teatro Colón, entrando por el pasillo central frente a una multitud de invitados que lo esperaban sentados en la platea. En primera fila estaban los directivos de Argentores y Sadaic, las dos entidades que habían detonado el conflicto con la anterior gestión del teatro, encabezada por Gabriel Senanes y Pablo Batalla.
El Colón se había visto obligado a cancelar numerosos títulos de la temporada al no poder remontar la deuda por derechos de autor que se mantenía, y Capobianco, junto al Gobierno de la Ciudad, daba señales claras al respecto. El secretario de Cultura porteño, Gustavo López, apostaba a los sólidos antecedentes profesionales del régisseur. Un año después, el 27 de junio pasado, el director se ausentaba del país por segunda vez en un mes. En ambas, el motivo expresado era la salud de su esposa, gravemente enferma y en tratamiento en Miami –domicilio anterior de Capobianco–. En ambas, la partida coincidía con el anuncio de medidas de fuerza por parte de los trabajadores del teatro. Más allá de la verosimilitud de sus móviles –que no le impidieron, el domingo pasado, festejar el casamiento de un hijo–, Capobianco le dejó al secretario de Cultura la pesada carga de lidiar solo frente a los dos sindicatos en que se nuclean los empleados del Colón, ATE y Sutecba. Después de un mes de versiones sobre su alejamiento y renuncias en cadena de todos sus colaboradores inmediatos, el director envió anteanoche un correo electrónico, dirigido a López y con copia a diversos medios de comunicación, en el que comunicaba su renuncia indeclinable al cargo de director del Colón. De esa manera terminaba una gestión controvertida en que, a un indudable conocimiento de cuestiones de programación, sobre todo en relación con elencos vocales, sumó un estilo autoritario, que generó permanentes enfrentamientos dentro del teatro e, incluso, con la propia Secretaría de Cultura.
Entre los aspectos más discutidos del director saliente estuvo su sueldo, de 25.000 pesos, conformado por su salario como director más un plus por desarraigo, pagado a través de la Fundación Teatro Colón, y un sueldo por asesoría artística. Pero el núcleo de conflicto tuvo que ver, todo el tiempo, con diferentes maneras de concebir lo que un teatro como el Colón debe ser y lo que su director debe hacer para conseguirlo. La hipótesis de Capobianco fue la defensa de un perfil profesionalista, exclusivamente centrado en lo artístico y, en particular, en una idea de sala focalizada en un abono de ópera tradicional, lo más cercano a los cánones de calidad internacional que fuera posible. Su negativa con las cuestiones gremiales y el descuido en que sumió a otros proyectos del teatro, como la Opera de Camara –que acaba de estrenar con éxito El emperador de la Atlántida, de Viktor Ullman, en San Pablo, gestionando su gira casi sin apoyo del propio teatro–, el Centro de Experimentación e, incluso, la Orquesta Filarmónica, que presentó para su abono a conciertos de este año la programación menos interesante de las últimas décadas, fueron datos de su particular manera de entender el Colón.
En relación con la programación lírica, hasta el momento se han presentado dos títulos menores de compositores mayores –I lombardi de Verdi y Don Quijote de Massenet– y una versión sumamente correcta en lo vocal pero pobrísima en lo teatral de uno de los clásicos del bel canto, Lucia di Lammermoor de Donizetti. El próximo título será la segunda parte de la tetralogía de Richard Wagner –Las walkirias es en realidad la primera jornada ya que El oro del Rhin, que se presentó el año pasado, es el prólogo–. Pero se avecinan, también, nuevos conflictos gremiales que pueden alterar los cronogramas. En la noche del martes pasado, por ejemplo, la Filarmónica se negó a tocar en una función de ballet, en solidaridad con el reclamo de empleados administrativos. La Secretaría de Cultura se tomará unos días para decidir la sucesión, pero entre las posibilidades se baraja el reemplazo de la figura de director general y artístico por la de un coordinador artístico que trabajaría en conjunto con el ya designado Leandro Iglesias, que durante este mes de acefalía se había hecho cargo de la conducción de la sala.
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